miércoles, 5 de octubre de 2011


LAS SEVILLANAS DE LA DUQUESA

Por trabajar, ya ves tú, me he perdido la boda alba. He visto sólo la salida de la pareja y las sevillanas de la duquesa. Ante el cuadro musical, siempre (¡así!) vestidos como si fuesen a firmar unas escrituras, la duquesa se ha marcado unas sevillanas quietistas, recogidas, muy zen. Sevillanas lentísimas, que de haber recibido el debido compás musical quizás hubieran dado lugar a un nuevo estilo: las sevillanas de la amanecida, sevillanas alba. Los miembros de la duquesa se desperezaban y abrían al día como un lento capullo y al lado, el duque soporte, extendía su mano en sobrio alarde flamenco y se quedaba en su sitio, parado como un josé tomás. Sevillanas del jaleo imposible, de un patio sevillano intemporal, con el chorro del surtidor congelado y la floración del naranjo estallando celularmente como en los documentales de la dos. Sevillanas de ritmo genial, sevillanas cool con su desplante final. Sevillanas en las que no se cogiera nunca la dichosa manzana. Ah, y aunque eran unas sevillanas antipopulares, de bailarina intelectual, de fondo estaba el pópulo, con ese señor con cara de Umberto Eco que es el figurante de todas las conexiones del sálvame. Faltaba la duquesita, enferma de una varicela que se estuvo reservando desde niña para este momento. Ahora, la sociedad, súbdita también de los Alba, se hace una sola pregunta: ¿Se rascará Eugenia? Y la noche de bodas, que es el gran chiste del próximo carnaval, queda para la guasa de los cachondos del país. Ya ha dicho Jabois que Díez pedaleará delante de la luna de miel como el niño de ET y yo me permito decir, viendo las sevillanas de gravedad lunar de la duquesa, que ese señor va a ser un Armstrong, poniendo la bandera de España en un suelo desconocido, romántico, atemorizador y débilmente humano. Sin Hermida que lo cante, claro, salvo que quiera Quintero.

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