martes, 30 de octubre de 2012




CHATBOT


Entre los labios y la voz algo se va muriendo, algo, que era la palabra más sencilla del diccionario, pero que no se estaría muriendo, sino que nacería, un renacimiento tecnológico de la palabra, de la palabra pensada, o todo el pensamiento que pueda deparar lo tecnológico, porque por lo visto se presenta un ingenio que se llama chatbot y que permitiría tener conversaciones. Su nombre familiar sería Ángela, femenino, claro, y en eso nos recuerda a Amiel, para el que la palabra fluía sólo entre mujeres. La máquina de hablar, un yo exiguo, permitiría ir más lejos que nada en la tarea modernísima y supertecnológica de destruir la soledad.

Un yo exiguo, sí, que de todos modos pulse no sé qué cuerda interior de palabras de silicio, de metales rarísimos con esa sensación de ubicación divina, de raíz observada de algo que nos entra si miramos fijamente un neón, un digito fosforescente, porque en el fondo de lo digital algo late, algo. Y uno se imagina un coro de máquinas como voces de Kavafis gritando: ¡oh, sí, hablaremos, hablaremos! Porque este avance es un paso más también hacia el definitivo desprestigio del silencio.

Con ese algo empieza a lo mejor un humanismo nuevo que le quite a lo de ser hombre su preocupación fundamental, que no es el sexo, sino la conversación y haga nacer una mundanidad biónica de salonnards nerds, friquis con conversaciones blade runners en las que, lo sabe cualquier cinéfilo, latía lo más profundo y metafísico del cine.
El chatbot sustituye a esos contestadores maquinales, que encierran todo en una circularidad de la que uno sale dando telefonazos a la mesa y tiene un peligro enorme para España, pues la atención al público, que es nuestra gran industria, podría ser sustituida.

El primer esbozo de esta máquina se configura también como una gata virtual que pudiera hablar, arrancando algo del eterno secreto felino, pues los gatos son poseedores, como deidades domésticas y chulánganos de esquina, del conocimiento que nadie dice. Un gato con conversación sería un escandalazo notable y una revelación de secretos y sabidurías para las que no estamos preparados. El chatbot, pues, como algo más que un gato y algo menos que una novia. Hacia la perfección de la novia que sólo maullara, todo espíritu y regazo.

Todos hablamos como chatbots alguna vez, con una lógica computacional de asentimiento, dando la razón, porque la máquina ésta lo que va a hacer primeramente es darnos la razón como a los tontos hasta que pueda derribarnos de todo silogismo, como un  tertuliano redicho… ¡ah, los tertulianos! ¡imaginémoslos sustituidos por chatbots enciclopédicos!

Yo ya me imagino con mi chatbot, femenino robot, que me permitirá la posibilidad de un nuevo tú. Seré como Anson cuando escribe a las actrices: “Tú, Ángela, me abres una voz que va más allá de tu programación. Esa espontaneidad tuya, Ángela, flor humana pero más que humana, ¿de dónde sale? ¿Qué tuyo que no es humano me está hablando y desde dónde?

Y así, con la maquinita, irá pasando el rato…

                                                                     (LAGACETA, 30-X-2012)

viernes, 26 de octubre de 2012



PIDIENDO GUERRA

                             (A I.R.Q. que a veces es el único diálogo de la mañana)



Unos políticos catalanes han llevado a Europa una petición de amparo, llamémosle así, temiendo la invasión militar española, otra más, una reinvasión, se supone, porque si ya están dominados militarmente, el militar que apareciese ya sería una redundancia, pero el caso es que se teme la directa agresión del castro español. Esto -lo ha visto muy bien Ruiz-Quintano en su columna de hoy-  es hacer un Busquets: tirarse al suelo fingiendo una agresión que sólo se produce en la imaginación peliculera y victimizada de estos señores que son, de algún modo, eróticamente víctimas, que tienen la erotomanía de ser víctimas y se inventan una guerra de Gila o un Tropic Thunder para satisfacer su pretensión voluptuosa y cachondona de que les agredan. Hay gente, no nos engañemos, a la que le pone un buen guantazo. De algún modo, la verdad, están pidiendo guerra y más que inventar una Cataluña que no existió nunca perpetúan en sus fantasías una España que declina, porque viven del recuerdo del coronel español, de eternizar una figura pasada, la del pronunciamiento y el tanque revoltoso.  Estos señores son los grandes nostálgicos de España, los perpetuadores necesarios de una España kitsch y retrospectiva.

Si un general tosiera muy fuerte en Cataluña o pegara un golpe con la ficha del dominó en el velador de hueso ya podrían decir que algo se está tramando…

El caso es que escarbando en la noticia descubre uno que entre los firmantes se encuentra un político-escritor, un político con la vanidad de la primera novela, que es el tostón que cada español que sabe juntar tres letras le endilga a la posteridad. La obra del abajofirmante, cuyo nombre, por cuestiones de urgencia laboral no puedo preocuparme en averiguar, se titula “Sayonara, Sushi” y es un thriller sobre la pesca del atún rojo, la caza indiscriminada y abusiva del atún rojo. ¡Si habrá ingerido sushi el autor para acabar preocupándose por la cuestión! Es una sensibilidad de almadraba, ecologismo de japonería, desconociendo que el gran comedor político de atún es Gómez, izquierdista madrileño.

Por tanto, otra diferencia irreconciliable y otro hecho diferencial es la sensibilidad del atún, que primero fue el toro bravo y ahora va a ser el atún rojo.

Y así, con estas maquinaciones políticas, se nos revela otro título imprescindible, conociendo como conocíamos “Jesucristo era marica”, la primera obra de Jair, el del tir al genoll de Sostres, y Barcelona se nos va dibujando en la imaginación como un territorio disolvente, infantilizado y absurdo configurado, sobre todo, por el desnortamiento cultural que va a ser, antes que el idioma, el gran problema de allí.

A Cataluña, antes que españolizarla, habría que catalanizarla de nuevo. Que redescubriera su mejor tradición, porque con el sushi capitalista, el cristo sarasa y la imitatio neoyorquina en gironí muy lejos no se puede llegar. Parece, y es bien triste, que de los novísimos se hubiera pasado a los tontísimos.


VENGA ESA MANO


El Príncipe Felipe fue ayer a un entierro y al salir se encontró con una señora que pedía y a la que en lugar de limosna le dio la mano. Y es que la Familia Real tiene entre todas las magníficas irrealidades de su estatuto la de verse liberada de la presión de llevar dinero encima. Son la fascinación de la vida no pecuniaria, la vida sin parné, porque en nuestra representación de sus majestades nos los vestimos sin dinero. Los republicanistas de la normalidad regia querrían a Doña Sofía buscando un euro en el monedero, pero eso sería el final. La moneda es como la proteína social, que sin ella no se va a ningún sitio y ellos, o Lady Gaga, es decir, los magníficos, están por encima del vil metal y del billete arrugado y cocainómano.

Luego, el gesto del Príncipe es la genialidad de plantarle un saludo al pedigüeño, porque España ya parece una superproducción de Los Miserables y no es mala cosa empezar a responder con la mano, dando la mano, como hizo Don Felipe, que queriendo o sin querer le hizo a la señora lo que a Urdangarín:

-Señor, deme algo.

-Yo a ti, cuñado, te voy a dar la mano y a lo mejor un abrazo.

Este tipo de salidas se dan mucho ahora. Yo fui a pedir que me pagara mi jefe y él respondió que pagarme no, pero que pidiera un anticipo.

Con esto de ayer el Príncipe le ha dado al apretón de manos un nuevo uso más allá del saludo, que es el menos importante de todos. Desde que la gente quiere proyectar una imagen, cada vez que dos señores se encuentran y dan la mano eso parece un documental de la dos sobre machos alfa. La cosa se alarga y nadie deja de apretar y suelta la mano del otro porque el primero que la suelte sabe que es maricón. Hace poco, un alcalde valenciano fue a saludar a otro y le fracturó la mano. Hay amigos, conocidos y saludados, y cualquiera de éstos te puede luxar un meñique. Y luego están las mujeres, que dan la mano con mucha intensidad de mirada, como trasmitiendo algo desde el fondo del iris, dejando la mano como médiums.

El apretón se está haciendo tan enérgico en sociedad que algunos parecen mancos que estuviesen estrenando mano, una mano trasplantada, de las que se rebelan porque mantienen una inquietud de dedos del dueño anterior, dando la razón a Mariló Montero en lo del alma y el cuerpo.

ALl Príncipe, como al rey, no se le puede poner la mano, poner el cacillo gomoso de la mano gordezuela, porque aquí no hay más mano que la mano real, mano institucional, que es como esa mano de orador que sacaba Ramón en una película antigua, con la que dirigía las multitudes o realizaba cuestaciones. La mano real es la mano quieta, quieta mejor en palacio, que estrecha uno a uno, como en una cadena de montaje del saludo. Por eso, el monarca, cuando sale, tiene el problema de ir saludando automáticamente, un poco indiscriminadamente, porque el Rey es ante todo una institución saludadora y habla por su extremidad. Un Rey en la calle será como un maniquí articulado que empezara a darnos la mano, renovando nuestra condición de súbditos afables.


                                                           (LAGACETA, 26-X-2012)

miércoles, 24 de octubre de 2012



BORUSSIA, 2; REAL MADRID, 1. MI VERDAD,  ¿TU VERDAD? VEN CONMIGO A BUSCARLA.


La noticia de la semana, al menos para mí, no era tanto que Pilar Rubio durmiese en casa de Sergio Ramos como que fuera aceptada como amiga de las novias del resto de internacionales del Madrid. Ella y Sara Carbonero ya se conocían de haber dado juntas las Campanadas de Nochevieja y ahora se les une, con su ramalazo Igartiburu, Nagore de Alonso, de la que se dice siempre eso de que “sabe estar en un segundo plano” como si fuera el mediocentro defensivo de su marido.

Con este amiguismo de señoras, quedadas para tutoriales de termomix, cafés vespertinos para poner a parir a Irina y rumores deslizados de algún rosa lusitano podrán echar el rato las señoras de los campeones del mundo y fortalecer la unidad del vestuario, que tiene siempre su núcleo mandón, carcelario y su política de duchas.

Las Trillizas al final van a ser verdad y a Mou se le plantea un problema peliagudo porque en el vestuario no es que mande la Roja, es que mandan las parientas de los de La Roja, y eso ni con Mou ni con san Mou.

El Madrid estuvo en Dortmund, donde una vez jugó Fernando Redondo. Todo el campo era Redondo, cayendo a las bandas, sosteniendo con su fútbol tanguístico y sus codos arbotantes el equipo entero y el sueño-canguelo de la séptima, porque yo la séptima la recuerdo como un miedo. Creo que desde cuartos de final hasta el pitido final de Amsterdam respiré seis o siete veces.

Hoy en Dortmund Íker iba de Mázinger Z. Puño por aquí, puñetas por allá. Pronto se vio, y luego se corroboró en el segundo gol en que dejó la pelota muerta para que un alemán le rematara a bocajarro con el mauser, que es como rematan los alemanes.

Siempre que el Madrid va a Alemania me acuerdo de la Santiaguina, la arenga presidencial que tiraba del emigrante, que era el sentimentalismo de entonces. La verdad es que Don Santiago le echò la santiaguina al equipo y el equipo no le hizo ni puto caso, porque lleva toda la vida palmando en Alemania como palmaría un ministro español. Al final, el club se está empezando a definir por lo que se le resiste y no tanto por lo que persigue. Yo no veo frenesí de Décima en la peña, ni veo idealismos ni evangelizaciones, ni la locura que nos debe definir, la desmesura de ponerle al mundo la camiseta blanca. El Madrid es un equipo estupendo, de élite, pero nada más. La rebaja de florentinismo ha supuesto pérdida de chaladura mesiánica. Este equipo sólo quiere ganar, no quiere marcar épocas y sin Pep ya no tiene ni traumas. No veo representatividad patria, ni imperialismo balompédico obsesivo y la gente se pasa los días charlando del balón de oro, que es menos que un emmy.

Alejándose del mès que un club, el Madrid ha acabado por ser un club normal, ¡un club de fútbol!

Mi Madrid no fue nunca un club de fútbol y el único elemento dramático que percibo es la fraternidad espiritual que despierta la ambición completamente absurda de Cristiano y su soledad de raro.

Este Madrid es un buen equipo que va de blanco, pero no es mi Madrid rutilante y metabalompédico y le vemos en Alemania en esta hora de la historia y es como si viésemos al Dépor.

Hay que urgir la Décima. Establecer el apremio de la Décima.

Por abreviar, y entrando en el partido, diré que en el plus culpaban a las botas, a una mala elección de neumáticos. Los jugadores tropezaban como en una película muda y sólo faltaba que alguien se presentara para darles un tartazo. Estuvo muy cerca uno que saltó para  desahogar no sé qué trauma ante Cristiano, quién si no, que es el típico tío que entra en una discoteca y cobra.

Pero lo cierto es que el Madrid afrontó el partido con un punto menos de intensidad, negándose a darle a un partido de liguilla la intensidad de cuartos de final que hubiera requerido. Empezando por Mourinho, que volvió a huir del 4-3-3, solución del Madrid ante equipos de verdad. Lesionado Kedhira entró Modric, que es un jugador raro porque siendo personalísimo y con afanes de dirección, tiene la cosa de la timidez, aunque hoy estuviera mejor, muy bien, sobre todo cuando pudo subir al lugar del mediapunta. Modric debe ser el que haga de Özil en esos partidos que necesitan un Özil centrocampista.

El Borussia me parece estupendo, si jugara a la play lo cogería siempre, porque tiene algo de milagro de manager, de estructura bien pensada. Tiene esa grada inacabable en la que todos son ultras, ultras de allí, ultras todos con su formación profesional, felizmente insertados en el mercado de trabajo, dejando la impresión de un equipo metalúrgico, fabril, de público que recién sale de las factorías y centros industriales se va al estadio.

Esa unidad perfecta de formación-trabajo-fútbol es la perfección cultural de un país y ya puede ir Wert tomando buena nota, tome usté buena nota, que le diría Lopera.
Me llamó la atención Bender, un jugador del tipo que le gustaría a Del Bosque. Fino, patilargo, diverso, muy elegante y serio de juego. También Gundogan, o algo así, un creativo turco muy pinturero que salió al final. Kehl, que sonó para central (el Marca es un sonar en verano, un sonajero) y Götze, que sólo puedo calificar de vivaz.

El Borussia tuvo esa región del centro del campo donde se ganan las cosas en la estrategia de Risk de los entrenadores. El Madrid llegaba con alguna contra y con esos pases que los zurdos le mandan a Cristiano, que sólo se entiende ya con ellos. Pases lentos, sinuosos, que parecen cruzar las defensas como mensajeros o espías las líneas enemigas, que llegan elusivos a Cristiano; balones que parece que se romperán como pompas si no le llegaran o justo antes de hacerlo y que por eso tienen tan difícil control, tan imposible realización. Esbozos, intenciones, miradas cuajadas del gran ojo de Özil que quieren llegar a algo más. Es decir, entendimientos muy personales entre zurdos y Cristiano, pero nada de juego tricotoso cuando, recordemos, las Copas o se ganan con la voluptuosidad del cerocerismo o con un mediapunta genial que retenga la pelota y sepa, de querer, dominar la posesión.

Sergio Ramos jugó en la derecha. Poco y mal. Cada vez que le cae un balón o va al suelo hace una cabriola. Tiene una felicidad saltimbanqui de perro, de mascota persigue frisbis.

En la izquierda estuvo Essien, que parece que está en rehabilitación de algún trastorno psicomotriz (le das la mano derecha y te da la izquierda o un pie) y ¾ de lo que cayese por ahí.

Del partido me quedo con un detalle del descanso. Iban a salir los equipos al campo y debían bajar unas escaleras. En lo alto, pegado a la pared, esperaba quieto como un Beefeater, un alemán gordo, trajeado, rubísimo con raya y flequillo y la mirada fija, digno del prototipo de conductor de tanques en la segunda guerra mundial, de tenor germano, de raro erudito asexuado en algún seminario de endiablada escolástica. Este alemán, elegante y carnoso, imbuido en un sentido intenso del deber, esperaba a los equipos sin pestañear. Tan raro resultaba que Carbajosa, que por allí paraba,  lo miraba también intrigado, preguntándose quizás si no sería ese extraño elemento el secreto organizativo alemán, una forma de empeño que se nos escapa.

Marcó Cristiano, perdió el Madrid. Los aspectos tácticos son estructuralismos que no importan, faramalla farragosa, porque hoy no era una cuestión de bandas, sino de humedad y de que, como a veces sucede, sencillamente no estaba de Dios.



martes, 23 de octubre de 2012



SUPERIORIDAD MORAL



Hace unos días, con motivo de sus declaraciones sobre la necesaria españolización del niño, un tertuliano reprochaba a Wert desconocer el mapa catalán. Cataluña y el País Vasco siempre se han descrito como topografías neblinosas y hasta para opinar había que tener un conocimiento de explorador y haberse caminado la región como un Labordeta. Ayer quedó claro que el País Vasco, además, es una topografía moral.

Horas antes de la jornada electoral Aurelio Arteta señalaba la falta de conciencia moral de una sociedad que premia el terrorismo y al recordarlo cabe preguntarse si resulta razonable hablar de la sociedad como un sujeto y de algo como la moral en ente tan genérico. Sí que resulta posible aventurar que, tras las elecciones de ayer, se conoce con cierta aproximación el porcentaje de vascos que tienen una relación distinta con ETA y con la violencia instrumental.

En cierto modo, el encaje democrático de esta gente es lo más parecido a un conflicto religioso que pueda tener España, pero el Constitucional, ya lo sabemos, ha entendido que la constitución lo aguanta todo.

No ha habido una conveniente reparación de las víctimas, ni un fin fehaciente de ETA y se tiene la sensación de que matar ha acercado objetivos políticos y de que el nacionalismo era un enorme tren que tenía por locomotora a ETA. Y con todo, ahora viene el esfuerzo mayor: la tolerancia de lo indigno.

El primer obstáculo que tiene esa tolerancia es la debilidad del sistema. La tolerancia, el liberalismo temperamental, es posible en marcos estables, en sistemas fuertes. EL Estado debe garantizar la solidez institucional para que el vasco constitucionalista ejerza la tolerancia que le nace, su liberalismo natural.
Otro obstáculo es desembarazarse de la superioridad moral. No puede establecerse una convivencia democrática sobre la superioridad moral de nadie.


EL PSOE se ha diluido en su propia fraseología gaseosa y el PP, arrinconado, ha ido aligerando su potencia argumental y simbólica. Basagoiti, por bueno que sea, no será nunca María San Gil. En ese desdibujarse de ambos, han ido perdiendo peso. Se da la paradoja de que no queriendo entrar de lleno en la gran batalla de la dignidad y del cierre del proceso, el electorado les arrincona como opción decisiva. No van a pintar nada. Y ese arrinconamiento parece condenarles a su gran deber político: el pasado. La memoria exacta de lo sucedido.

Lo que sí cabe, como convicción personal y como fundamental opción política desde el igualitarismo democrático, es mantener vivo el pasado. En una sociedad con víctimas, la política se abre al pasado inevitablemente. Cuanto mayor sea el interés por cerrar la cuestión, mayor peso y hondura tendrá el silencio. Más significativo, denso y cargado de mensajes. Al constitucionalismo le queda como única posibilidad política el recuerdo del dolor. Porque por encima de un País Vasco o español, está el mantenimiento de un mundo verdadero contra un mundo falso. Es decir, nuestra cordura y nuestra realidad.

(LAGACETA, 23-X-2012)

jueves, 18 de octubre de 2012



SYLVIA KRISTEL


Entonces no lo sabíamos, pero las películas de Sylvia Kristel o mejor, la película, la inmortal y malísima Emmanuelle, con el tiempo no iba a ser erotismo sino simplemente amor. Como cuando vemos algunos de los bodrios de Tinto Brass, en el erotismo setentero, falsamente feminista, nos sorprende la dócil estilización de la mujer y la ordenada voluntad de reducir el donjuanismo masculino. No muchas, sino una mujer; no varias historias, sino un aprendizaje de la carne, de la canne. Sexo en biografía. Luego llegaría la atomización absoluta hasta el mosaico demencial del porno, cada tesela una parafilia. Pero eso… eso era tontería rijosa al servicio de la pareja de siempre y muchos señores, con aperturismo sensual y el peor esteticismo, se compraban un sillón de mimbre y en sus vacaciones en la playa le hacían a la mujer cortarse el pelo y marcarse un Emmanuelle.

En realidad, era una musa ideal y marañónica que se sobreponía con su raro talento y su belleza elegante, potencial y suave a todas los estilismos del director –esa música de tórrida boite que le ponían…-.

Con esa mezcla de exotismo, perversión de estilo y jugueteo de vestuario, de dama aburrida, de colonialismo putañero con mucha perla y mucho mimbre nuestros padres descubrieron el voyeurismo, que fue la nueva frustración en la sed insuperable del sexo.

Yo veía la película sacándola de un cajón propicio, secreto y así, a escondidas y de noche, como un nocturno romántico y trepidante, iba descubriendo en ella las posibilidades del cuerpo. Y la veía en silencio, para no despertar a nadie, de modo que conserva para mí la sagrada estampación del cine mudo.

Emmanuelle era joven, garçon, nada voluptuosa y con ella se jugaba a corromper su inocencia blanca, alabastro y rosa, con un surtido de peripecias que ella acababa dominando. La maravilla de Sylvia, lo que podemos recordar de ella, era la alternancia de la niña/mujer, señora/puta y, sobre todos esos tópicos, una cualidad acariciadora, tierna, a punto de hacerse, pletórica y turbadora, porque ¿dónde se encuentra esa turbación suya que parecía siempre la de la primera caricia?
Sylvia en ese film tenía mucho de rosa abriéndose, de lirio que querían romper y de naturaleza imponiéndose a toda posible civilización. Había algo de desagradable pigmalión en el director, pero ella, dejándose, sabía más e iba más lejos.

Ella era sobre todo el rubor. Rubor vencido.

Murió ayer tras años de cáncer y penurias mil, con una biografía de telefilme y la extraña condición de ser una estrella de cine holandesa.

Oti Rodríguez Marchante ha señalado que además y para colmo era culé, cosa que ya sospechamos cuando el Barcelona fichó a Emmanuelle Amunike, que sonaba a Emmannuelle negra o a episodio interracial.

Sylvia fumaba como un carretero Celtas sin boquilla. De hecho, su film también puede ser visto como un memorable homenaje al cigarrillo.

Sufrió, se estrelló en América y le dio a la coca. Fue un estrellón desfigurado y, al final, es la arqueología de nuestro erotismo.


                                                                                  (LAGACETA, 19-10-2012)

miércoles, 17 de octubre de 2012



ESPAÑA, 1; FRANCIA, 1. MI VERDAD (RESEÑA URGENTE)

EL partido era la noche del estreno de la doble nacionalidad de Iniesta, que horas antes había confesado sentirse catalán y español. Iniesta pasaba así a ser el nuevo Luis Ocaña, un señor que emigró a Francia y al que no se le  perdonaba ni el acento ni la querencia esquiva de gabacho.

Sonaban las primeras notas de La Marsellesa, uno de los himnos del racionalismo y parte del respetable silbaba con gran coherencia. Me imagino que el del láser apuntaría enfurecido sobre la bandera tricolor porque el del láser, el quemacórneas del láser, es un odiador español químicamente puro. Otros, de afrancesamiento imposible, escuchábamos con envidia, culpabilidad y cierto dolor, como cuando se escucha la melodía compartida con un antiguo amor. A mitad de la Marsellesa uno siempre se tiene que reprender a sí mismo el ardor. El triste bar era el bar de Rick y las letras, la luz, el amor, la repostería y la lencería fina estaban gritándome, orgullosas, una sublevación.
Luego sonaba el himno español, la marcha hacia no sé sabe dónde y al concluir Wert miraba al Rey buscando una afirmación, pero el Rey miraba al infinito, como Xavi. Los jugadores españoles escuchan el himno con cara de Sanchez Camachos, con un hieratismo perfecto. Realizan un ejercicio oriental de vaciado de conciencia para que en el rostro no tiemble cuerda alguna. Pasa la cámara ante ellos y el careto es plástico, máscara, una Nada enorme y en la cabeza deben de estar diciéndose lo que  todos para postergar el orgasmo:

-No pienses en esto, no pienses en esto, no pienses en esto…

Del Bosque aparecía con terno guardiolístico y Deschamps italianaba Francia con su aprendido rigor turinés. Didier, magnífico centrocampista, bajito y alcalino, con esa cara de cocinero que se le pone a todos los franceses…

Francia es una Juve, con jugadores fuertes, rápidos y jóvenes y dos genios fríos y raros, Ribery y Benzemá, que está mayúsculo. Francia siempre ha dado jugadores así, poco sanguíneos, temperamentalmente incomprensibles para nosotros. España retornaba a la fórmula del falso nueve, algo que a mí me espanta porque me recuerda tiempos de pobreza en que se jugaba así cuando verdaderamente no había nada que pudiéramos llamar nueve, como tampoco había sprinters o supermodelos.

El nueve en realidad fue Ramos, que metió un gol de oportunismo. Era el único jugador en el campo con el brillo muscular propio del delantero centro y al celebrar el gol inició unas piruetas africanas. Todos pudimos comprender entonces a Pilar Rubio.

El partido era tiquitaca en Madrid, así que ambientalmente no era lo mismo. El pasto del Calderón era alto, sudamericano, y el fútbol de la selección salía abusivo pero sucio, cansino como estrofa de cantautor. Un 75% de posesión sin mucho resultado. En Madrid, el tiquitaca  se hace un poco latinoché.

Chutó Benzema, Íker hizo una sola parada y el público estalló absurdamente gritando su nombre, como si gritaran su propia Independencia. Luego encajó un gol mal anulado y España, con justicia, se falló un penalti.

Víctor Fernández, mayor ya y por mayor pedregosamente maño, no lo veía claro:

-España tiene que maloudar, tiene que maloudar…

Se lesionó Silva y salió Cazorla, así que sin nueves, con Iniesta flojito, con Xavi ya mayor, sin Silva, España empezaba a parecerse a lo que fue siempre: una mediocridad física que realiza un fútbol confuso, abierto y expositivo al que se sobrepuso Francia fácilmente. Del Bosque es el hombre al que mejor se le mueren los equipos y ayer comenzó a vislumbrarse la decadencia. Su gran aportación al grupo, Juanfran, cometió un error lamentable que deparó el empate francés en el descuento.

España, con Del Bosque, lleva todo el camino de volver a ser la España de siempre, la de Muñoz, la de Miera,  pues Del Bosque es un Miera con suerte. Esa España que tenía de falso nueve a Manolo, que era un ariete de Extremadura y salía a batallar centrales con melancolía de conquistador imposible. Un equipo físicamente pobre que trataba de jugar algo confusamente sudamericano en Europa, como si once tíos hubieran estado en Brasil y quisieran remedar lo que vieron sin talento, físico ni alegría alguna.

Yo vi ayer esa España de siempre. La que siendo colorá no era la Roja, la que sólo llenaba el Villamarín y entretenía los debates de cuatro irredentos. Una España de aficionado de bar, del que estando solo en el bar no tenía más remedio que tragarse el bodrio, acomplejada, imposible, decepcionante, que tanto he echado de menos. La selección de siempre, por fin.

Del Bosque es un gestor de inercias, es decir, uno que mira. Si Villa está cascado, si Torres cada vez que inicia una carrera acaba en el suelo con esa sensación de estar patinando que deja siempre, si Xavi se va a dedicar a fer país y si Iniesta falla España es Cazorla.
Disfrutando vergonzosamente de este fatalismo me enteré de que Arbeloa, nihilismo balompédico absoluto, estaba lesionado. Mou y el Madrid se enfrentan a algo gozoso y revolucionario: un mes sin laterales. Eso es una belleza y demostrará que el lateral es el invento de los entrenadores, una cosa inútil, protésica y que la austeridad futbolera podría pasar –lo veremos estos días- por suprimir los laterales, que son un lujo táctico, las diputaciones del balón, volviendo a los tres centrales.

martes, 16 de octubre de 2012




GENOLLCIDIO

Una de las paradojas del catalanismo es que en España el humor, la tele y el show business en general lo lleven catalanes. Quizás por eso se reivindica el modelo escocés, donde el independentista Sean Connery se pasó toda la vida al servicio de Su Majestad. En prime time es catalán y periodistas y graciosos de allí, con una lejanísima resonancia de nietos imposibles y más bien fachendas de Pla, realizan un humor antipopular. Desde Eugenio, que era un catalán contando chistes que contaría Pepe Da Rosa, no recuerdo haberme reído con ninguno. Uno de los periodistas colonizados que mandan en metrópoli es Jordi González, que en esta semana identitaria del muy identitario mes de octubre (tardor de banderes aquí desde septiembre), dijo que no celebraba genocidios. Los humoristas catalanes ensayan su fiereza en la TV3, donde hace unos días el escritor Jair Domínguez, blandiendo (de blando) una pistolita lanzó tiros retóricos contra el Rey, Sostres y Millet.

-A este le pegaría un tret al genoll. Y a éste. Y al otro…

El tret al genoll es el tiro a la rodilla, de modo que no podríamos hablar de genocidio, como Jordi González, pero sí de genollcidi, genollcidio. El genollcidio catalán es una pretensión  de pistolerismo blando, HBO, con reminiscencias Terra Lliure y depararía un constitucionalismo cojitranco, todos los constitucionalistas cojos como si salieran de un clásico con Alves. El cojo, por tanto, como el nuevo manco literario, pero ¿de dónde vendría esta obsesión por el ligamento ajeno?

Otro humorista catalán salía con la ocurrencia de que el diario ELMUNDO es “porqueria feixista”. Esto lo dice ahora, porque cuando le salga un programa nacional y se lo lleven oprimido a Madrid, en ese momento templará gaitas con alguna forma meliflua de progresismo federalista. Pero es que pedir la independencia es una forma como cualquier otra de llegar a Madrid. En España, pidiendo la independencia se llega, al menos, a alguna forma de manutención personal, que ya es un principio y Madrid es un país que oprime realidades nacionales y obliga a sus humoristas a hacerle reír, como un derecho de conquista.

A vueltas con el genocidio, Miguel Espuny recordaba en twitter que el Archivo General de las Indias dice  que “de forma indubitada los catalanes son  efpañoles”, que bueno, no es exactamente lo mismo que ser español, porque pudiera ser, sólo pudiera, que los catalanes no fueran españoles sino efpañoles, con la f larga, elegantona y afrancesada de la vieja irradiación europea. El efpañol sería un español estilizado, industrioso, pesadito y algo contradictorio. Fontseré, que continúa la hipérbole pujolsiana de Bodella, dice que el catalán es un esquizofrénico y el español creo yo que a su modo también está encerrando en lo catalán una declaración de fascinación hacia esa tierra.

Un amigo de Josep Carner se lo preguntaba en voz alta:

-¿Qué se hace de un país que no sienta la gran necesidad colectiva de tener trescientos mil duros?

Que es una aspiración casi, casi soberana.


                                                                 (LAGACETA, 16-X-2012)

domingo, 14 de octubre de 2012

viernes, 12 de octubre de 2012




UN RATO DE TELE: EL DELUXE DEL BOLLÍGRAFO

 

Y digo Bollígrafo porque era el polígrafo de Raquel Bollo, amiguísima junto a Tere Pollo de la Pantoja. Amigas esclavas. Devotísimas, la Pollo y la Bollo. Contaban en el programa hoy que saca un pitillo la tonadillera y hay tortas por darle candela, como la guapa en una discoteca. Ahora se viven momentos de tribulación para el Pantojismo. La diva entra en el juzgado y se sienta en el banquillo muy demacrada, recta y emponchada cual Chavela, mascando cosas como lexatines, virginizada, penitente mientras su ex, el Cachuli en el siglo, dice que la señora Pantoja esto y la señora Pantoja lo otro. Si dirá cosas que ahora nos enteramos, aunque él se desdiga, que la Señora le vino a poner una ganadería. Reses bravas de casta vigilada por Julián Muñoz, quizás ahí estuvo el futuro de la Fiesta. Toros Cachuli, de talle alto, mostachudos, saliendo a romperle la magia de figurín con peana a José Tomás.

El caso es que pasa uno por una crisis de televidente, quizás por llegar al sofá cansado, agotado, y aunque la gente piensa que para eso está el televisor, yo pienso que no, que hay que ir con cierta frescura de ideas. No hay tanta pasividad como se dice. Evidentemente, la tele es un chorro, un flujo que te invade –eso se ve mejor de madrugada, cuando apagadas las luces la tele parece, sobre el espectador, una abducción extraterrestre-, pero para el mejor entendimiento, para su mayor alegría, la tele requiere de la voluntad. Yo veo la tele y la reveo, la remiro, absorbo tele pasivamente,  pero regurgito humor catódico y hago otra cosa: al ver pongo una mirada y el televidente que pone una mirada no está solo viendo.

Lo que quiero decir es que hay que resistir la pereza mental de lo que se propone, superponiendo una alegría propia y que el espectador configura un punto de fuga que crea otra dimensión televisiva.

Hay algo de juego teatral en el espectador. Algo de fisicidad posible, de penetración del que mira.

Pero con todo, el Sálvame me está cansando. Se suponía que el corazón era, entre otras cosas, sublimación del chisme. Pero ahora, se ha desmontado el elenco cordial y sobrevive una especie de telenovela mezclada de telerrealidad, una mezcla de periodismo muy menor, de realidad, de guión pespuntado y de drama en directo por los mismo cinco de siempre. Y eso ya me parece el chisme por el chisme, el clásicos chisme de las abuelas, de las nueras y suegras, de las hermanas, del patio de vecinos. Habladurías, juicios, acusaciones, dimes y diretes se señoras de negro que nos devuelven al puro chisme, sn brillo, sin misterio y sin distancia.

Pareciera que lo importante fuera chismorrear, dando un poco lo mismo si el chisme atañe a la Preysler o a Mila Ximénez, que yo siempre que le escucho el apellido pienso en la reducción de Pedro Ximénez, y un día me confundiré y todo y diré reducción a lo Mila Ximénez, para indignación del camarero que seguro me abofeteará, porque en España ya sólo son dignos los camareros.

 

 

El caso es que hoy a la Bollo le preguntaban por lo de siempre, pero entre ella y el otro entrevistado, un joven apellidado Corbacho, hemos conocido un nuevo personaje -y no son pocos- del universo Cantora. El de hoy es doña María Navarro, manager de Isabel y antes de Encarna, algo asi como el Don King de las folclóricas, una señora pequeña, entre Amparo Baró y el último Ángel Cristo, con algo temible propio de todas las mujeres bajitas. El señor Corbacho sería su secretario y ella a su vez secretaria de la Pantoja. Es decir, que la Pantoja, según esto de hoy, tendría subsecretario.

O lo que es lo mismo, el organigrama de Cantora es un ministerio.

Y lo que yo no me explico es cómo narices hemos dejado de ver a esa señora cuando caminaba Santa Justa con la Panto. ¡Claro, coño, porque no salía en el plano!

Contra lo que parece una necesidad básica del español, Corbacho no habló mal de la Pantoja, sino de su hermano Agustín. Vaya por delante que a mí Agustín me ha gustado siempre porque en su estilo indolente y herido veía yo una mezcla perfecta entre su hermana y Rocío Dúrcal.

Hoy deslizaron las habituales insidias sobre la sexualidad de Agustín, pero a México, donde el puro macho, sólo se fue él. Dicen que se monta por las tardes unos cineclús en plan cine de barrio y lo han dicho de un modo feo, como si él representase esquizofrénicamente y paradísticamente el programa entero, impersonando, que diría un moderno, a lo Anthony Perkins a Parada, Sebastian, Tony Leblanc y Marujita Díaz.

Luego lo han rematado diciendo que cuando va al Corte Inglés regatea.

 

En el Bollígrafo propiamente disfrutamos de la Bollo en estado puro. Garrida de brazos, cruzaba las piernas de modo extraño, con los tobillos apuntando a lados opuestos, como si le acabara de hacer una entrada Alves.  De alguna forma, la Bollo hace con los tobillos lo que Lina Morgan hacía con las rodillas.

Llevaba ella hoy unos pendientes con eslabones de cadenas y todos los pantojistas se negaban a ver en ello el funesto presagio de la prisión.

La Bollo suspiraba. Le preguntaban si sus tetas pertenecían a Muñoz, si ronearon y si alguna vez una mujer le comió la boca a la Pantoja y ella decía la verdad y suspiraba. Debería haber una competición de suspiros entre ella y Rosa Benito. Rosa inhala y Raquel es muy de soplar enfriando la sopa, pero juntas en el plató parecen madres plañideras en el plató velatorio y silencioso.

Al final, como le preguntaron por Chiquetete se puso a llorar lágrimas del alma más profunda y con ella lloraba Chelo García Cortés, que está siempre en entredicho. Yo a estas alturas, y lo digo con absoluta sinceridad, ya no entiendo qué problema hay en ese mundo y entre cuánta gente. Todo es ruido, grito, habladuría y la hemeroteca de María Patiño (parece que nadie, salvo ella, sabe nada realmente del asunto.  Jorgeja ya presenta y calla, pensando en qué tragedia sería si María perdiese su carpeta de apuntes), sin embargo, siguen llegando las lágrimas, diamantes televisivos, y hay algo de emoción en el recuerdo, en las imágenes de archivo. En cómo era todo entonces, cuando el Cachuli paseaba a caballo cual terrateniente cafetero. Y la posibilidad, ciertamente extravagante si se quiere, de imaginar otro mundo en que el amor blanquea los capitales y hay desgarros patrimoniales, confusión de haciendas y mucho puterío.


LOS VIEJOS DEL ÍBEX


Se informa estos días con gran pesimismo de la economía y en los telediarios hablan políticos, técnicos, se muestran gráficas y, como siempre, salen imágenes de la bolsa de Madrid en la que dos señores ancianos observan la fluctuación del Íbex como quien ve jugar al nieto.

La función del viejo es mirarnos con ojos de brillo mate y oracular, mirar, la miranda anciana del nieto, de la plaza o del currito, pero, a lo que se ve, el viejo también mira mucho el dinero. Nuestro capitalismo se quiso representar tranquilo, personificando la chochez del dinero español y la ley marxista del decaimiento de todos los beneficios y si en otros sitios lampaban brokers y American Psychos, en España estos señores se tiraban décadas vigilando sus cincuenta mil pesetas invertidas en Acerinox.

Ahora se estrena Cosmópolis y su director, Cronenberg, habla del gobierno de unos jóvenes desalmados en la placenta tecnológica de sus limusinas, pero aquí, ya digo, lo que nos enseñan es la dulce geriatría del parqué perpetuando una engañifa de percepción. Salir de la crisis, remontarla, que es la frase actual que sustituye a aquello ya lejano de converger con Europa, pasa por renovar las imágenes de archivo del telediario y con ello el entero imaginario del personal, porque se queja luego la derecha de que la juventud sale contestataria, pero ¿cómo va a ser creíble que el mercado financiero sean esos dos señores que parece que están jugando al tute o leyendo el ABC en el parque?

Cuando nos informan del PIB sale siempre un obrero, el mismo obrero atornillando el mismo SEAT desde los ochenta y cuando nos informan del IPC aparece siempre un señor distraído paseando por las Ramblas como pensando en comprarse unos pantalones.

Los financieros matusalémicos son la cara que se dio en España a la abstracción del mercado financiero. Astrólogos vetustos de la corte del dinero español o viejos cansados de Kavafis, que se dormían en un velador pensando en las ocasiones perdidas. Así, ellos estarían recordando la inversión no realizada, midiendo el dineral que dejaron de ganar en el jardín financiero de lo que pudo ser; e igual que hay una jurisprudencia debiera haber una ecoprudencia que podrían representar estos dos señores que tanto tiempo han sido la cara venerable del capital español, tan lejos de la prepotencia iluminada y metálica de la K marxista o de la inteligencia londinense, aritmética, judía del capital de David Ricardo, que trajo la belleza clásica de la mejor economía, la de formalizar las intuiciones. 

O quizás sea todo peor, y con esas imágenes se nos esté diciendo lo que somos sin el inversor extranjero: sólo dos señores mayores buscando el calorcito agrio, dulce y gagá del parqué del íbex.
Y aunque sabemos que todo lo mira un viejo, que la razón antropológica del viejo español es mirar, necesitamos encontrarle otra cara al inversor real. Porque la fiebre de la voluptuosidad del dinero, como de cualquier cosa, ha de ser cuestión de un cuerpo joven.

 
                                                                          (LAGACETA 12-X-2012)

martes, 9 de octubre de 2012



EL JUEZ PEDRAZ


La melena es un viejo reto de la masculinidad. La melena heavy se nos propuso mucho en los ochenta, pero era demasiado contracultural. Un hombre sin nuca era un hombre en cierto modo inhabilitado socialmente, pero, de un tiempo a esta parte, en la vida pública española surgen melenudos exitosos.

Cuando a Pedraz le llaman pijo ácrata desde la derecha lo que está de fondo es el rencor del pijerío por haberles robado una melena que era conservadora. Aznar fue el gran atlantista, el gran austero (hasta cierta boda) pero fue también la protomelenita.

Ahora sale Oyarzábal, y los de las NNGG, pero nadie puede competir con la perfección de Pedraz, pues Pedraz es el juez Melendi.

En la melena de Pedraz tiembla y se mueve lo se que tiene que mover, pero es viril y constituye, además de su estupenda carrera profesional, otra vocación en sí misma. Esa melena es una vida, otra vida suya y eso es objetivamente bueno porque esa melena absorbe muchísima vanidad, vanidad que, pensábamos, no acabaría en sus autos.

Él no es como los otros jueces, a los que siempre sacan por la tele entrando en los juzgados. A él, tan distinto, le sacan saliendo, saliendo a fumarse su pitillito con ligera afectación y una miradita de reojo a la cámara, propia del hombre que se sabe guapo. Su cigarrito es la rebeldía old fashioned de este juez mad men porque Pedraz va un poquito de Draper por la vida.

Pedraz es lo mejor que le ha pasado a la judicatura desde La Ley de los Ángeles y cada vez que sale en la tele cinco muchachos deciden hacer derecho, siendo más que probable que él tomara su camino viendo a Corbin Bersen en la tele.

Pedraz es el único opositor de la izquierda frente al ejército sorayizado de la derecha de curriculum apabullante y ahí está, junto a Sánchez Gordillo, como puntal de una izquierda que en lo político sólo da señores que se llaman Pachi.

Sin embargo, el entusiasmo que genera este juez se diluye un poco al leer sus autos (aunque… ¿qué es un auto en realidad para un juez estrella? ¿de verdad vamos a leernos los autos de nadie?) y encontrar su alusión a los políticos, tan difusa. Existen concejales, diputados, ministros, y luego la berrea electoral, pero ¿no es el concepto de “los políticos” muy poco técnico? Conozco taxistas más precisos.

Eso que lo diga un tertuliano vale, los políticos y tal, porque los tertulianos están siempre espesos ya que les hacen hablar a primera hora de la mañana o a última de la noche o en la hora de la siesta y, claro, por eso dicen lo que dicen, pero que lo diga un juez…

Pedraz además, y eso los saben sus enemigos y lo sabrán aún más cuando coreen su nombre en las manis por venir, tiene mala rima: Falaz, mendaz, Ferraz… Le pasa como a Garzón, que acababa en zón, ¡el zoón políticón del filósofo! La inevitable politicidad (valga el palabro) de cada cual, por la que no cabe hablar de los políticos, porque todos lo somos un rato. Todo es política, pues. Incluso la cabellera (toda melena es ácrata) que Pedraz le roba a la derecha.


                                                              (LAGACETA, 9-X-2012)

viernes, 5 de octubre de 2012



ADIÓS, MISTER CHIPS


Con la posibilidad de que el Estado subvencione la instrucción en castellano en colegios privados catalanes se evidenciaría la frustrada obsesión españolista del PP, su fe en lo privado y la pasión por concertar colegios.

Todo esto irritará mucho a sus adversarios ideológicos, pero sería bien triste.

El españolismo del PP ya es totalmente melancólico. Está reducido a lo privado como un amor. Se ha convertido lo español, finalmente en eso, en amor intimísimo. Por fin se saca de lo público, se elimina como programa educativo-ideológico.

El español, por fin, pura planta de interior.

Se acomete una externalización de las obligaciones constitucionales del Estado. No es como externalizar un hospital, es casi peor, pero esto no indignará a los defensores de lo público.

Es, finalmente, una apuesta por el colegio concertado, que es lo que podía la derecha frente a las sucesivas reformas educativas del pedagogismo desenfrenado; siendo, al final, lo que le va a quedar (la españolidad concertada), el refugio que le quede al Estado para hacer como que cumple con sus obligaciones constitucionales.

El español en la escuela pública es una decadencia nostálgica en retirada, como Mister Chips, y su adiós una forma más que adopta el adiós catalanista.

¿Qué puede hacer un Estado si no controla a sus profesores?

Nos hemos quedado sin el necesario maestro machadiano.

Y no se privatiza el español, el español se seguirá hablando, lo que se privatiza es la obligación pública de instruir a sus ciudadanos en esa lengua. Como dice Arcadi Espada, será cosa de pijos, de colegios bien. El español, por fin, reconocido como una cosa de pilaristas o, mejor aún, como parte de un elitista programa de instrucción krausista, si cayera, ojalá, en manos de un Colegio Estudio.

Si antes se desgajó lo religioso del núcleo educativo de lo español, ahora podría empezarse a perder el idioma. ¿Cuál será el corpus educativo? ¿Ciencia y paisaje local?

El paisaje local es deprimente sin la reverberación universalista del horizonte. La limitación espiritual del hombre regional es como una merma encefálica que le haremos a nuestros hijos. El niño necesita considerar suyas regiones que no ve.

Finalmente, la subvención de la enseñanza privada, el concierto, está alumbrando la forma definitiva que adopte lo catalán y la acabaría definiendo el PP. El federalismo asimétrico, “la fórmula bilateral no insolidaria” (que no es lo mismo ser no insolidario que ser solidario propiamente), todas estas construcciones que no encuentran palabra (germanismos) desembocarían en lo mismo: el concierto. Y este concierto ya existe en el País Vasco, con lo que todos contentos.

El Estado concierta, es decir, pacta, con comunidades más o menos formalizadas dentro de sí situaciones de desigualdad.

Y para recibir una educación pública estricta, española y ciudadana, habría que irse al colegio privado. Con uniforme.

El español en colegios bien sería el español de niños de uniforme, como en las series argentinas de romanticismo high school.


                                                             (LAGACETA, 5-X-2012)