martes, 26 de febrero de 2013



CEREMONIA

 

La gente sigue trasnochando para ver los Oscar, la Superbowl de ellas. Y lo que estamos viendo, puesto que el cine interesa poco, es ya ceremonia. Sorprende que en tiempos tan disolventes se siga ritualizando. Ya decía D’Ors que protocolo cifra la libertad y en los Oscar funciona la ceremonia de premiación (con el ápice de espontaneidad final, donde fracasan los Goya) y, sobre todo, el desfile sobre suelo rojo, órbita de estrellas, muselinas, brillos, pedrería, que recuerda a Mayakovski: oiga, se están encendiendo las estrellas, ¿acaso es porque alguien las necesita? Si hasta se coló nuestra Sonia Monroy, asteroide self-made, superviviente de ese nuevo Paralelo del trash televisivo. Y en la alfombra roja destacó Anne Hathaway, representante de la belleza delicada y traslúcida que Veblen consideraba propia de economías que reservan para la mujer un papel de ocio vicario. Femineidad reprimida en tanta languidez. Superándola, una vigorosa Charlize Theron de peplum, perfecta geometría Dior y escote como romanizado. Charlize gustó más a las mujeres porque es el tipo de mujer activa . Hay un feminismo en la silueta del brazo.

En Hathaway, tan frágil, despuntaban llamativos los pezones. Las costuras en que Prada quería ser Gaultier, tribalizando el seno, con aristas que lo hicieran intocable. La mirada de Anne se histerizaba con ese priapismo femenino y, tan erecta, parecía que se le disparataba el canon hacia otra forma.

La economía presiona sobre el ideal femenino y Anne, canon tenso, sonreía nerviosa, como si en ese momento se estuviera transformando. En sus pechos parecía que nos estaba señalando el Tío Sam.

Charlize, forma conseguida, neorrubia, con brazos activos de nueva mujer, me hizo pensar en Corinna y la dificultad de ser rubia. “Lo rubio conserva en grado excepcional las características de la depredación”. El escándalo ante una posible amistad real con cualquier forma rubia recuerda lo de Camba y el rey negro al que amputaron la pierna y le prohibieron comérsela. “Si no va a poder darse con ella un pequeño banquete, ¿para qué quiere ser negro y para qué quiere ser rey?”

lunes, 25 de febrero de 2013



MI MUJER ME PEGA

 

Toni Cantó ha dicho que la mayor parte de las denuncias por violencia de género son falsas. Ha dicho también que un tercio de las víctimas son hombres. Tras decir esto, que lo ha dicho por twitter (y cabe preguntarse si escribirlo en twitter es decirlo ya) le están dando hasta en el cielo de la boca, que diría Camacho. Cantó, o Cantuvo, se está empezando a convertir, quién lo iba a decir, en el gran reaccionario. Cantó es el antibardem. Cuando salió dudando del derecho animal yo me encogí de hombros, porque tan ateneísta me parece negar el derecho como concederlo, pero con su intervención de hoy me ha ganado, me ha terminado de ganar, porque en su evidente voluntad de ser alguien en política, una especie de katiuskero profesional, de pisacharcos de todo lo correcto, se esconde un abanderamiento de la nueva masculinidad.

Toni Cantó, que creo que ya ha tenido varios divorcios, se puso del lado del señor en la causa general de las separaciones y ahora deja un dato para que sea debatido: la mujer parece que pega al hombre.

Lo dice él, yo no lo sé, yo podría hablar de mi caso, pero es que el principal problema que se va a encontrar Cantó es el del hombre. ¿Qué español va a salir a la arena pública a reconocer que la parienta le casca?

La figura de la señora con rodillo tras la puerta nos acompañó siempre, pero el español se niega a reconocer una violencia de género contra el señor.

El hombre sólo ha admitido que se le mate envenenándole la sopa. El hombre admitía eso, porque se iba al otro barrio sin haberse enterado, muerto pero hecho un tío, pero jamás ha admitido públicamente que la mujer le pudiera matar de otra forma o, por ejemplo, darle dos leches.

La mujer se está indignando, ahora, justo ahora, en este mismo momento, mientras escribo estas pobres líneas sube la llamarada de la indignación, pero si Toni Cantó tuviera razón empezarían a salir hombres empujados por su denuncia, hombres-testimonio con el rostro oscurecido confesando el martirio.

¿Y no supondría esto el nacimiento de una nueva masculinidad? ¿No le convendría a la mujer un hombre que admitiera la posibilidad, el hecho más que posible, física y social y educativamente admisible de la doble dirección de los guantazos?

 

Ese hombre no sabemos si da tortas, ni sabemos tampoco si efectivamente las recibe, pero lo que sí sabemos es que admítela posibilidad teórica de que así fuera.

¿Y no hay hombres que acompañan a sus mujeres al supermercado y que a veces nos miran con ojos de pedir auxilio?

Admitir que la violencia también es bisexual no minimiza la lucha por la dignidad doméstica de la mujer, pero puede ser importantísima para conseguir un hombre nuevo.

Cantó, con su aire pulido de barbilindo pudiera estar planteando una revolución reaccionaria pero modernísima, primera transversalidad de lo magenta: quitarle a la mujer el monopolio del martirio abriendo la puerta al nuevo hombre, el hombre-víctima. Alguien que profanara el último tabú español: mi mujer me casca.

domingo, 17 de febrero de 2013


CORRER

Empecé a correr al tiempo que me inventaba una extraña dieta: la de la sopa. Ingería solamente sopa... http://unfollowmagazine.com/2013/02/correr/

domingo, 10 de febrero de 2013







EL YOGUR MILBONA


Me he hecho consumidor devoto, fan, que se dice ahora, de los yogures Milbona. Es una marca del Lidl. El Lidl ha renovado mis sensaciones como consumidor. Comprar en el Mercadona a veces parece una experiencia comunista. Al Hacendado le falta ya una cartelería soviética. Ir al Lidl es ampliar el abanico, es renovar esa sensación frenética del capitalismo: elegir. Los Milbona me han seducido por algunas razones. Lo primero es que son poco densos y no demasiado cremosos. Detesto el sabor a fermentación que me dejan los yogures. Cuando me tomo un yogur de fresa quiero que sepa a fresa, nada de recordarme al final que todo eso proviene de la vaca. Milbona hace un yogur lejanamente lechero. Además, prescinde del color. Al no llevar colorantes, todos los milbonas son blancos. Esto al principio fue un choque para mí y una gran contradicción: iba contra mi experiencia del yogur como producto no necesariamente lácteo. Después, a medida que los saboreaba, me daba cuenta que como les pasa a las personas que pierden algún sentido, perder el color acrecentaba la sensación del sabor. La fresa, blanca, era más, cómo diría... más gustativamente fresa. Los Milbona nos enfrentan al producto sin colorantes, a la madurez del yogur sin colorines y eso devuelve el acto de comer al paladar. Creo que en el futuro los productos alimenticios han de ser así, menos visuales. El colorante, reconozcámoslo, no es necesario para el adulto y tomar el yogur blanco con sabor a cualquier cosa nos reeduca. Deconstruye el yogur y nos hace más conscientes de la naturaleza ilusoria de esa industria.

Los Milbona además tienen un colorido muy alegre, que se sale de lo que aquí impusieron los Danone. Yo diría que hasta son horteras. Además, son altos y algo más estrechos de modo que (y esto es importantísimo) cuando los terminas y los dejas con la cucharilla dentro no se vencen.

Todas estas maravillas las pensaba yo con admiración cateta, convencido de que el yogur era alemán. Pero no, están hechos en Portugal.

Algo mourinhista y saudoso, poco comprendido, tienen estos yogures sin color ni lechosidad.

domingo, 3 de febrero de 2013




EL TIEMPO EN JUEGO DE TRONOS

Ser espectador de Juego de Tronos es una experiencia común: vencida una primera reticencia adulta, uno queda atrapado en la rara compulsión de la ficción televisiva, sujeto de una pasión infantil por la trama. Este texto apunta a uno de los ingredientes de esa fascinación: la convivencia de distintas nociones de Tiempo. Prima la visión circular, cíclica (el invierno), matizada por evidencias de progreso histórico y amenazada por aspiraciones mesiánicas y riesgos apocalípticos. Es decir, formas de linealidad histórica. Sucede además que en muchos de los personajes, en el clima general de la serie, predomina una tribulación propia de quien vive el momento bajo de un ciclo, algo que forzosamente nos debe resultar familiar, muy contemporáneo. De algún modo, todos esos señores con mallas y espadas resultan… actuales.

El ciclo. El invierno.

Los habitantes de Winterfell, el escenario principal de la serie, tienen una concepción del tiempo antihistórica, circular, cíclica y no lineal, simbolizada en la recurrencia del ciclo. Es decir, la necesidad humana de explicar el acontecimiento, de dar sentido a lo que les sucede –que no es poco: penurias, batallas y privaciones de naturaleza medieval…- la resuelven insertando el suceso en una trama cósmica, un patrón natural. Si el hombre histórico separa naturaleza e historia, el primitivo introduce los acontecimientos en un patrón ondulante plenamente identificado con la naturaleza, como corresponde a una sociedad agraria.

 Así, el invierno (¡Winter is coming! ¡Winter is coming!) es un personaje más de la serie y una de sus grandes tensiones dramáticas. El invierno es algo inminente, acuciante y veremos que durante las dos primeras temporadas existe un elemento de suspense al respecto porque cuando se habla de invierno se desliza la posibilidad de un invierno distinto, recrudecido en un sentido radical por extraños sucesos. Signos celestes, la visita de los Caminantes Blancos con su terrible mirada azul, formas apocalípticas que romperían esa circularidad, que amenazan con estirar el tiempo hasta modalidades escatológicas.

El invierno, por tanto, es la particular forma de resistir la realidad sin huir de ella que posee el hombre de Invernalia. Es una justificación no histórica, no lineal, una ontología sin devenir, una justificación cíclica de los acontecimientos penosos, que no introduce tampoco la explicación religiosa. No hay teofanía, las cosas no las envía un Dios inclemente, ni son un sacrificio histórico para llegar a alguna parte. Para explicar lo que pasa, para darle sentido a lo real, está el ciclo. El invierno es oscuridad, carencia, escasez, noche, anomia, desgobierno, un riesgo de caos originario. Es aquí donde se abre el misterio porque las referencias al invierno no son muy claras. ¿Hasta dónde llega su rigor? ¿Tendrá fin? Lo seguro es que el invierno procura una inmersión en cierto desasosiego metafísico, en un caos primordial y supone una época de privación general de la que, al parecer, se ha salido otras veces, es decir, que también encierra una regeneración, una visión optimista.

El ciclo de Winterfell es regenerador. Todo ciclo tiene su alza, su auge, su época de bonanza, de modo que la regeneración sucede a una etapa de confusión. En ésta aparecen muertos (Caminantes Blancos) y contra ellos batallan los hombres de la Guardia Nocturna (noche, oscuridad, ausencia de reglas), que como sociedad casi secreta presentan algunos rasgos que veremos. Así, unos y otros combaten en la noche, lo que evoca la noche de los tiempos, la abolición del tiempo. Pero esto, hasta donde nos explican, tenía siempre su salida regeneradora a un nuevo tiempo, luminoso, fértil, en un giro de la rueda cíclica del tiempo que servía al hombre de Invernalia para dar sentido a lo real. El suspense de las dos primeras temporadas estriba en que ese patrón ondulante parece amenazado por la inminencia de los Caminantes Blancos. De hecho, la primera secuencia de la serie es para ellos y aparecen cada cierto tiempo como un elemento de suspense y ritmo en el guión.

Así, en el Norte, el ciclo se ve amenazado por un misterioso peligro apocalíptico. El signo celeste que observan no tiene fácil explicación y siembra la inquietud de un ataque distinto, un ataque que no es el de un reino cercano, sino algo que acabaría con las formas de vida y gobierno de Invernalia y del resto de territorios. Una amenaza apocalíptica que rompería la circularidad de la existencia. La ruptura de cualquier patrón de organización de lo temporal es un elemento de suspense radical.



Psicología del hombre cíclico

Pero deteniéndonos en el hombre del norte, su concepción del tiempo encierra una psicología que desconoce lo que Le Goff llamaba la psicología moderna del tiempo. El hombre de Invernalia no parece muy piadoso, no hay grandes referencias a la religión. La concepción fluida, unidireccional y progresiva del tiempo suele derivar de lo religioso. Esto permite sobre el tiempo un manejo que, bien por venir vinculado a Dios o por ligarse a un fin histórico determinado, permite su tratamiento, su gestión. Una gestión o economía divina de las cosas que después pasa a ser un manejo temporal distinto y secularizado. Lo seglar desgaja el tiempo de las manos de Dios y lo racionaliza, haciéndolo mercancía económica, introduciéndolo en el comercio, en lo cultural, con aspectos fundamentales como el interés. Nada nos habla tanto del conocimiento moderno del tiempo como el interés bancario y las formas financieras sobre futuros. Una inversión, y no digamos ya un préstamo, es otro terrible horizonte existencial. El caso es que en la serie no hay mucho de religión ni de comercio. El comercio es más bien sureño y remoto y se lo encuentra la Kalesi, la chica Targaryen, en su exótico deambular. Poco se nos dice de religiosidad y menos de actividades comerciales, aunque hay mercadeo en la capital y puertos y relaciones comerciales, pero fundamentalmente se trata de una sociedad arcaica, agraria y de corte feudal.

La ausencia de un patrón histórico, de una aspiración política, la inexistencia de la idea de progreso, de redentorismo religioso y la persistencia de recurrencias cíclicas inspiradas en las estaciones dan lugar a una personalidad no racional, que no parece sometida a autoridades religiosas ni a un principio de racionalidad. La personalidad y la entera existencia configurada como una pugna entre las pasiones y destino. Los personajes son egoístas, excesivos, ambiciosos, orgullosos y en la serie domina una exuberancia psicológica e irracional. Un torbellino de pasiones. Sólo el honor parece una idealidad, un principio rector. Ese honor que conforma para algunas culturas arcaicas una forma de futura edad dorada, de más allá escatológico. El honor, personificado en los Stark, es quizás la única forma rectora de comportamiento. Además, el desorden político, la descomposición de las formas de gobierno, la falta de estabilidad contribuyen a la ausencia de autoridad. Ni autoridad política, ni autoridad religiosa, ni moral dominante, ni idealidad, ni redentorismo ni una idea de progreso, avance o fin histórico. El individuo como un conjunto de pasiones frente a su destino. Esa fatalidad le lleva a la oscuridad, al cultivo de la magia, a cierta inclinación esotérica y además da lugar a un personaje atribulado, indomable, libérrimo, apasionado, excesivo, poco virtuoso e irracional. En Juego de Tronos casi todos parecen malos, disparatadamente egoístas y los comportamientos son una selva de motivaciones irracionales. Traiciones, enfrentamientos, egoísmos, sexualidad desenfrenada. Juego de Tronos es como un culebrón cocainómano en el que todos son malos, pero eso es consecuencia directa de su concepción del tiempo. Podemos convenir, quizás, que el hombre cíclico resulta mucho más divertido que el hombre histórico.

Dejando de un lado los reyes y los protagonistas de las grandes familias, el individuo que nos enseña la serie está encerrado en el ciclo, y además y como corresponde a lo no histórico, en el arquetipo, en la repetición de modelos anteriores. La verdadera creación, la originalidad es mínima. El gesto de rebeldía, creativo frente al arquetipo y con ello la realización de historia viene protagonizado en la serie por personalidades heterodoxas. La mujer gigante que sirve a la señora Stark, que asume un papel en absoluto femenino; la hija pequeña de Stark, que durante gran parte de la serie se debe hacer pasar por niño, pero que desde un inicio ansiaba la batalla como forma de expresión; el enano que nace en la familia Lannyster, Tyrion, dueño de una conciencia moderna y dolorida, desubicada y superconsciente, nacido bufón en la corte de los Lannister y, luego, por fuerza de los acontecimientos, en delicioso giro carnavalesco, obligado a gobernar, a ser Mano del rey. Otro personaje heterodoxo es Renly, el hermano gay de Robert Baratheon, que representa una forma de modernidad política, además del amor heterodoxo. En el momento de la crisis política, donde todo es ambición, sed de poder, honor miope o caudillismo, este chico sale con ideas democráticas y una idea de justicia no empapada del viscoso honor de Ned Stark, sino de rectitud utilitaria e ilustrada, de corte maquiavélico.

En la serie, estos personajes fronterizos resultan interesantísimos porque introducen su peripecia personal y una rebeldía creativa consistente en el gesto individual por salir de su arquetipo y de la estrechísima horma de lo que les corresponde. En esa sociedad cerrada en la limitación estamentaria, en la simbología cosmológica y natural, en la recurrencia del ciclo, los personajes creativos son aquellos que luchan por su propia libertad y constituyen el inicio de algo, de alguna germinación histórica en la rueda incesante de lo eterno. Ellos, heterodoxos, intentan salir no solo del arquetipo, sino también del ritual, de la repetición, del modelo. La salida de lo paradigmático es una proeza para ellos y es absolutamente creativa. Por ello, dentro de la psicología arcaica de lo cíclico, los personajes que trazan un gesto personal, novísimo, son la gran fuerza creadora y retienen el interés del espectador. Normalmente, ya se ha dicho, son seres que pugnan con su paradigma.

Otras maneras de concebir el Tiempo

La estricta concepción cíclica del tiempo convive en la serie con otras formas de tiempo. Una de ellas la encarna la voluntad mesiánica de la Targaryen, Kalesi, que recorre el planeta para restablecer el gobierno de los dragones. En la ayuda de estos animales mitológicos hay, evidentemente, algo mágico e irracional, pero ellos mismos introducen una simbología determinada: Los dragones son, como explica Eliade,  lo preexistente, lo autóctono, lo originario. La Kalesi es una Reina-Mesías y a través de los dragones convierte su peripecia histórica en algo mítico. La aparición de dragones y magia también le sucede al mayor de los Baratheon, e introduce rasgos típicos de los ciclos épicos arcaicos. Esos anacronismos absolutos de dragones saliendo de huevos originarios restituyen lo mítico en el deambular de los reyes sin reino. Kalesi o Baratheon amenazan el orden con la ayuda de dragones, vestigios de la noche de los tiempos. Y con esa amenaza introducen una perspectiva temporal distinta. La princesa Kalesi observa el tiempo de manera diferente, como una escatología, como un horizonte temporal final en que se restituirá el orden mediante la regeneración, el ajuste de cuentas. Es decir, la Kalesi observa el tiempo con un horizonte en que ella restituya un orden mítico (dragones), realizando un ajuste de cuentas, regenerativo, todo en un hilo temporal, fluido, lineal, que ya no es cíclico. La Kalesi se pone muy guapa cuandole sale el ramalazo mesiánico.




Amenazas apocalípticas y rasgos mesiánicos de la Guardia Nocturna

Tanto por el sur, con Kalessi y sus dragones, como por la alianza mágica apuntada entre fuerzas oscuras y Baratheon, como, sobre todo, por la aparición de los Caminantes Blancos, el orden cíclico se ve amenazado. La aparición de los Caminantes Blancos, muertos, fantasmas espectrales de mirada azul, introducen el cataclismo escatológico, la posibilidad de la gran catástrofe agravadora del invierno, como punto inferior del ciclo. Es el mito de la conflagración universal, base de la mitología cristiana, presente también en Roma y la expectativa de su declive de manos de los bárbaros. De hecho, esa idea de frontera y de amenaza exterior está presente en el Muro, que separa la tierra conocida de lo informe, del caos, donde muertos y vivos coinciden, donde, por tanto, el tiempo aparece como suspendido. Precisamente es propio del apocalipsis la visita de los muertos, el restablecimiento de las tinieblas. Durante la serie, estas señales aparecen como presentimientos de una gran confusión que acaba con la perspectiva cíclica, que estira el Tiempo hacia su final. Es interesante subrayar que el Muro, donde está la Guardia Nocturna, es el lugar en que se relaciona frontera y tiempo, porque más allá se sitúa lo informe y la mezcla suspendida de lo temporal, con vivos y muertos combatiendo. Ese combate le corresponde a la Guardia Nocturna, donde se alista el bueno de John Snow, protagonista y héroe de la serie. Este cuerpo tiene también evidentes rasgos mesiánicos. Se trata de una sociedad iniciática y esa iniciación se produce en el Muro y más allá, donde, insistimos, se mezclan tierra y caos, y como sociedad tienen una entidad representativa, desde los antepasados (todo el tiempo) hasta el último reino y una noción, única en la serie, de bien común por encima de territorios, reinos, banderías. Se trata de una sociedad separada, separada en segunda potencia, separada de toda separación, de toda limitación entre ellos. Una plena igualdad entre miembros con plena indiferencia escatológica hacia lo mundano. Es una sociedad de vocación mesiánica (los llamados), pero también una interesante segunda oportunidad, pues permite una regeneración completa al individuo, de un modo imposible de encontrar en nuestro mundo. Quien ingresa allí renueva su identidad, parte de cero, sin tribunal ni jurisdicción ante la que rendir cuentas de su vida pasada. Es una muerte en vida y un nuevo nacimiento. Una orden entre lo religioso y lo militar, pero más allá.



Algunas evidencias de Progreso

En la serie hay manifestaciones de entendimiento del tiempo como un fluir unidireccional, acumulativo, vinculado a una cierta idea de progreso. Es decir, no es el Progreso espiritual o científico como valor absoluto y civilizatorio, entre otras cosas porque no se percibe en la serie la idea, posiblemente de origen cristiano, de unidad de todos en el concepto amplio de humanidad. Sin Humanidad, sin Progreso como grandes mayúsculas, sí que se perciben evidencias de avance, de progreso histórico. Progresividad temporal. En el desarrollo de los distinto reinos, en las formas de organización alcanzadas y en el fraguarse otras nuevas, hay una forma de avance político, desde la familia hasta la confederación pasando por el pueblo. Es decir, estas formas de desarrollo político acumulativo existen en cada región y en las alianzas posteriores entre ellas. El desarrollo culmina en la capital, Desembarco del Rey, que presenta una vida comercial y política superior. La urbe como expresión de desarrollo según describe Platón, es decir, la evolución desde la unidad familiar, de parentesco, hasta desarrollos políticos que dan lugar a la ciudad-estado. Esta ciudad desarrollada y distinta,  políticamente organizada, convive con concepciones arcaicas y míticas de lo urbano en la propia serie. Anacronismos que dotan a la serie de curiosos desniveles culturales y son una fuente de interés dramático. Así Qarth, la ciudad que visita Kalesi en su peregrinaje, o Nido de Águilas, donde tienen preso a Tyron en la primera temporada, presentan algunos rasgos que Eliade considera habituales en la concepción arcaica, mítica y arquetípica de lo urbano. En primer lugar, surge en el desierto, o junto a mares ignotos, es decir, surge entre lo desconocido, lo informe, el caos. Además tiene formas cosmológicas, naturaleza sagrada y la condición de axis mundo: la unión en ella de cielo, tierra e infierno. Enormes precipios que dan al centro del infierno y torres que alcanzan alturas celestes, son formaciones urbanas cerradas, axiales, míticas, que congregan cielo y tierra en su naturaleza sagrada. Frente a ellas, Desembarco del Rey tiene la naturaleza de una Roma asediada, con una forma incipiente de política, pulsiones populistas, comercio desarrollado y una muy estimulante y moderna promiscuidad metropolitana.



Juego de Tronos y nosotros

Los anacronismos de Juego de Tronos presentan el aliciente de oponer formas distintas de lo temporal. Además de los excelentes actores, las localizaciones, el prodigio de mundos de ficción y de las desencadenadas pasiones de sus protagonistas, la serie introduce una tensión entre maneras de percibir el tiempo o, dicho de otro modo, de situar los acontecimientos en una trama explicativa superior o trascendente. Qué se hace con la realidad, en resumen. De alguna manera, eso es contemporáneo, porque poner una tertulia o abrir un periódico nos enfrenta en ocasiones al diálogo imposible o, como poco, dificultoso de muy distintas modalidades explicativas de lo actual: el ciclo, el progreso, las tremebundas nociones apocalípticas conviven y cada hombre, según su temperamento , opta por unas u otras. En momentos de recesión, es acuciante buscar una explicación a lo que sucede y ante el fallo de las ideologías (el anunciadísimo fin de la historia), la caída de Dios, el desprestigio de la utopía obrerista, sólo queda la fe en el Progreso, la Nación o la Igualdad... Incluso el prestigio del crecimiento económico se pone en entredicho. Y recurrimos al ciclo, a la lenitiva y tranquilizadora explicación técnica de que a la recesión proseguirá un auge. Al menos, eso confiere un patrón explicativo
A veces somos parecidos a los hombres de Juego de Tronos. Sentimos la zozobra, la ansiedad metafísica de tiempos depresivos y la experiencia de estar perdiendo las formas o patrones de explicarnos las cosas. Parece que hemos dejado de creer en el sentido unidireccional de la historia, en que el Tiempo lleve a algún sitio: la realización nacional, una conquista social, la Europa construida, el edén proletario… y, hombres cíclicos, algo tediosos y sin el desahogo de poder guerrear en mallas con una espada del mejor acero, asustados por algún bramido apocalíptico, vamos gritando que viene el Invierno y que del Invierno se sale, porque (¡esperemos!) todo es ondulante, todo retorna. De algún modo, vivimos también una resaca cíclica abierta a cierto suspense ontológico.



MAXILAR


Llegué al dentista atravesando la calle atestada. Hay algo africano, extremadamente meridional con tanto paro. Calles que parece que quieren ser zoco. Señores que miran en las esquinas o se paran en medio de la acera, sin nada que hacer. Cuando hay dinero las calles quieren ser avenidas, cuando no, las calles se aquietan, se adensan.

 La consulta del dentista es blanca, con la blancura nerviosa de La Naranja Mecánica, pero con polvo, suciedades en las esquinas que le dan contorno de pesadilla. Era una blancura falsa, vieja. Parecía que moscas e insectos flotaban en vasos de leche, vasos de leche surrealistas, dalinianos. Y esa suciedad en medio del blanco era metáfora del dolor dental.
 El dentista llegó cantando un cuplé, con guasa de luz en el sillón de parturienta.

El tormento dental es la prevalencia absoluta de la materia sobre el espíritu y genera  una autoconciencia que puede llevar a la ansiedad, la locura consciente y frenética de la ansiedad. El malestar dental, ese tormento de piano, loza desportillada (comienzo de ruina burguesa), gengivitis, llagas y ulceraciones, es además un masoquismo, porque la lengua, órgano explorador, busca la herida sin querer. No se puede comer, no se puede pensar. La lengua parece que deletrea un dolor ciego de heridas.

Lo dental es el malestar del pensamiento cuando no hay pensamiento, es una integridad, casi. Un agravamiento de la vida.

Blanca la pared, blanca la luz, blanca la ilustración del cráneo. De lo meramente dental yo había pasado al bruxismo, tocar la armónica sorda de la noche, ratoneando en sueños, hasta lo maxilar, que era el problema nuevo.

La mandíbula es lo que se ha de golpear para tumbar a un hombre. La mandíbula es base de la calavera, peana del santo de uno que es la calavera y es la rotundidad de la belleza masculina, o su finura.

La mandibula parece que dice algo del carácter. Vicent veía en Gecé la mandíbula del buscador de absolutos, y en Rajoy quizás nunca hemos sabido si había una voluntad, un rumiar o una bobaliconería Austria. Un enigma de mandíbula, donde parece que guarda la liquidez de sus eses, como una saliva atesorada.

Y hay incluso un retraimiento de la mandíbula, que en las personas sumamente reflexivas se hunde, vencida, por una primera debilidad vital. Hay una debilidad de carácter o un renunciamiento dibujado en la mandíbula de cierto tipo de hombre.
La mandíbula es la puerta de la voz, de la palabra, del hombre. El quicio, la articulación primera de la total articulación de hablar.

Pues eso puede desquiciarse, algo puramente hamletiano:

-El mundo está fuera de quicio.

Y el desquiciamiento primero puede ser el de la mandíbula, que le dejara a uno definitivamente boquiabierto, irremisiblemente asombrado ante el mundo, sin la defensa de cerrar la boca.

¡Sujeto ya de todas las violaciones dentales del sacamuelas! Louie, el cómico, ha sido el primero que ha reflejado claramente la violencia sexual de los dentistas al apuntar la más que posible fellatio involuntaria, forzosa, de la boca dormida.

Tras el dentista, queda sensación de felación de plata y magnesio.

El desquiciamiento maxilar ofrecería la tragedia de que la calavera futura quedase boquisuelta, como si castañeteara. Calavera que no diese ni miedo. Que no admitiese la duda hamletiana, calavera descuajaringada. Cepo suelto.

Si el dolor dental es la blancura imposible del pensamiento. Lo maxilar es un inicio de desligamiento del cráneo con lo demás. El comienzo de la boca plisada del anciano. Del hablar tembloroso. Y el hacer, el ir haciendo del hablar algo callado, cerebral.
Yo diría que el problema maxilar es el inicio del ir callándose.

Miedo tenía yo en el dentista chirigotero que me explicaba la sencillez del cuerpo con chufla evidente. La edad. El cóndilo. El crujir craneal, los ruidos del cuerpo. Esa sensación de imposible enraizamiento que sólo sentimos cuando nos sacan la muela final. ¿Que de dónde la sacan? ¿De qué centro?


LO DE RAJOY

Viendo ayer a Rajoy me acordé  de cuando Sheldon Cooper decidió comunicarse con el mundo mediante un engendro compuesto de ruedas y una pantalla en la que salía él por videoconferencia . Yo ya me veo a Rajoy encerrado en Génova tirando de skype y un robotillo que le moverá Floriano. Además, la conferencia fue abusivamente azul, pero un azul sin frescura. La fidelidad corporativa de la derecha al azul empieza a cansar. El azul balcón, azul derrota, azul Escorial, azul contable, azul cuaderno, azul auditoría. Se sabe que un partido está necesitado de renovaciones por cuánto nos cansa su color. Génova es un cuarto azul en el que ya han pasados muchas cosas. Es un azul sin caracola, pero con psicofonías. Azul gluglú, azul submarino en el que Rajoy parecía un delfín del Oceanográfico, un tiburón si se quiere, pero tiburón acristalado. Así que Rajoy, encadenado a la verdad (Camacho) como a una bola penitenciaria, va a moverse rodeado de metacrilatos, como en un papamóvil, huyendo de las preguntas como una folclórica en Santa Justa o como un padre huye de la primera pregunta sexual del niño. Rajoy, en la hora de la verdad, se hundió en su biografía: él es un registrador record y absuelto que con ese triunfo se ganó la independencia:

-Yo me sé ganar la vida.

Eso no se lo van a perdonar los españoles, que precisamente tienen el problema de no saber hacerlo.

Rajoy si ha sido algo ha sido un independiente. Un opositor que dejó su carrera y un político que no necesita la política.

-No estoy aquí por dinero, ni por vanidad.

¿Pero por qué está Rajoy?

Quizás lo  (cor)recto al estallar lo de Bárcenas hubiera sido organizar un Valencia inverso en que la cúpula se fuera en directo, bajándose uno a uno como se bajan los castellers, para “dejar trabajar a la justicia”, la pobre, tan curranta. Esto es una candidez, claro.
El poder no puede ser sólo el BOE. No pueden ser todos los céntimos contados de una auditoría. Si así fuera, se haría necesaria una trama de sobres e iniciales para darle interés. El poder debe de ser, usando la fórmula de levedad de Rajoy, la sombra de la sombra de algo. Del miedo, quizás.