lunes, 4 de marzo de 2013



LA DESPEDIDA

Las teles son mayormente laicas y algunas hasta balalaikas y hubo desigual cobertura del adiós papal. En TVE, Ana Blanco, que ya va llevando Pontífices a sus espaldas. Nieves Herrero, tan maternal ella, en La13. En Intereconomía compareció Ramoncín, que lo mismo te canta un rocanrol que te hace unas teologías. En el resto, poco; en Tele5, recuadrito mientras las mujeres iban y venían hablando de Ortega Cano. Y en La Sexta, claro, nada.

Y el caso es que como fenómeno televisivo fue fascinante. Una ceremonia al revés, como pasada desde el final hasta su principio. Acostumbrados a ver a un hombre entrar en una institución, su salida nos extraña. De la pompa a la soledad.

El helicóptero, con su torpe vuelo, recogía a Benedicto XVI y lo elevaba sobre la gran Basílica. Las hélices, que siempre tienen algo apocalíptico, se confundían con las campanas romanas y como si subiesen unas cenizas hasta la montaña, iba el Papa a través de un cielo extraño, naranja y añil, sereno y oclusivo. Inevitable pensar en su “eclipse de Dios”.  

En CastelGandolfo, el Papa, con su dulzura de rara senectud (todos los viejos tienen algo iracundo que a él no se le ve, ¿será verdad que rezar se nota en la cara?), salió aún vigoroso a abrazar a los que acudieron a despedirle. ¿Quién nos abraza así? Los políticos, en campaña electoral, cuando abrazan acaban abrazándose a sí mismos.

Al Papa se le ve, su imagen tiene un efecto balsámico, pero se le escucha poco. Ratzinger habló mucho al no creyente, a la persuasión del racionalista. Abrir todo a Dios o a lo Trascendente. Como se abre la tarde, que a las ocho rasga cielos evangélicos. Fue imposible no asomarse entonces a la tele. Con algo del simbolismo emocionado de Semana Santa, a esa hora se cerraba la puerta. La Guardia Suiza marchaba. Dentro, una totalidad; afuera, soledad, pascaliano tumulto.

Se retransmitió un retiro del mundo hacia su centro mismo. Una retirada y un silencio.
Ahora, se rumorea un Papa argentino. El s. XXI podría ser el siglo en que Dios huya del hombre.

sábado, 2 de marzo de 2013






ALMANSA

 

La peripecia del Mundo AS, que ahora leo, me trae a la memoria el recuerdo de mis tiempos de peñista. Una vez, estando yo solo en la peña, esperando el inicio de un partido, se presentó en el local un señor de Santander. Estaba por cuestiones de trabajo en Valencia y quería ver el partido del Madrid entre gente afín. No era la primera vez que se recibía y agasajaba a alguien de fuera. No estaba el del bar, que era un ficha, y me atreví a sacarle yo la cerveza. Le indiqué el lugar donde mejor ver el partido y en cuanto pude le conseguí unos cacahuetes.

Roncero, Relaño y Manolete, que iban en furgoneta como un grupo de cómicos andariegos, vivieron esa experiencia de entrañable madridismo en Almansa, que no es cualquier sitio. Almansa, que el club mantiene la costumbre de visitar para honrar la tumba de don Santiago, con el riesgo de que cualquier año el Presidente eterno se levante y salga de ella a estrangular a alguien. En Almansa, Roncero, campeón de todos los juegos florales del peñismo y primera cara que encontramos cuando en google escribimos Real Madrid, vivió un episodio de samaritanismo peñístico y de revelación gástrica. No tanto él, creo, como Manolete, que pudo comprobar la reciedumbre de la gastronomía manchega, con esos gazpachos en que se desmigaja la caza y se echa torta, una torta que es como una hostia fuerte, cenceña, dura, no cualquier cosa, oblea recia de campo. El sencillo plato se las trae, desde luego, y da cuenta del temperamento manchego.

Pero lo que me parece maravilloso del episodio es que fuera en Almansa, con todo su simbolismo, y que se diera esa mezcla de samaritanismo, de berlanguiano Plácido, de cuento de navidad tan bien narrado por Relaño que permite casi crear una nueva festividad, un thanksgiving madridista, fraternal, sobre dos cosas, ¡sobre tres! Don Santiago, la unión madridista (puesto que fueron recibidos por un mourinhista) y, claro, la buena mesa.

El madridismo es una pitanza. Se fueron a Almansa y en Almansa no se podía ayunar. En Almansa se comieron Almansa, se comieron los gazpachos con las tortas como panes durísimos, como ruedas de molino de comunión imposible.

Del Txistu hemos pasado al Pincelín, que es hacer el Txistu una cosa itinerante. Hemos pasado a la modestia del Pincelín, llevando a las esencias de Almansa el ánimo de la pitanza. En esto es importantísimo el elemento peñístico. La peña es una excusa para beber y comer todos de él. Porque cuando se dice que el fútbol es justo, o grande, o ilimitado no nos refermos a otra cosa más que a esa: del fútbol comen miles y los que no comen del fútbol comen por el fútbol o con la excusa del fútbol.

El maurinhismo no entiende esta vertiente madridista, de mesa y mantel, más que de pizarra y chándal, porque no conocen bien el elemento peña. Son peñas de internet frente a las peñas de toda la vida y la diferencia básica, lo fundamental, es, claro está, la comida. El papeo.

El escote, el gañote, el convite, el ágape o el auxilio, como esta vez, pero la comida.

El fútbol permite comer todos de él, como un gran dios. El fútbol tiene algo de enorme paella participativa, comunal, rodante y luminosa y nos tenemos que quitar los complejos y no ir de estrechos. Deponer el madridismo moralizante del ayuno, el estoicismo del ayuno digital, por acercarnos al otro madridista, real, humano, débil, de la comida. Ellos, claro, tienen la servidumbre de necesitar comer, cosa que los otros no, pero eso los humaniza, y hace que podamos entenderlo.

¿Come el madridismo digital? Hasta que no sepamos si come o su actitud ante la comida no podremos estar tranquilos del todo.

A un hombre se le conoce en la mesa y a estos hombres, al menos, ya les conocemos.

¿Y no es una ternura, una novedad y una frescura (¡de las eras manchegas!) que Manolete, con esa pinta de comerse al niño Jesús no conociera plato tan popular?

¿Un periodismo del bisté o quizás una mayor modestia de la que pensábamos?

Yo creo que ir a Almansa y estando cerca los restos de Bernabéu comerse lo que hubiera es una forma de comunión madridista con el simbolismo de los gazpachitos manchegos. El madridismo ha de comulgar alrededor del gazpacho de Almansa, haciendo de eso una nueva unión.

¡Acción de gracias! ¡Instituir ya de una vez la comilona madridista! ¡Instituir también la comunión del cuerpo de Bernabéu con el gazpacho milagroso y peñístico!

Lo de Almansa ha sido una eucaristía madridista. Un comerse espiritualmente a don Santiado. Comulgar a Bernabéu. Ha sido espiritualizar la paganía del Txistu.

Ir a Almansa a comerse metafóricamente a don Santiago no es azar de la carretera. Es verdad madridista. Es abrazo de las tribus madridistas entorno a la mesa y es realidad futbolera básica: el madridista, el futbolero come, ha de comer y el periodista ha de comer doblemente, triplemente, por hombre, por aficionado y por periodista. Cierto es que a veces alguna de esas comidas pudiera no hacerla, pero no podemos seguir obviando que sobre el ayuno nada se construye. Esto de lo digital quiere ser una policía moral de gente que no come, a la que no vemos alimentarse.

García nos enseñó esa frase mágica aplicada a los federativos: se comen el manso y se beben el Nilo.

¡El Nilo y el Ganges si se lo ponen con cadaverina incluida!

¿Pero es que acaso ha de ser de otra manera?

Pero esta comida del otro día es puro destino, azar, no es gañote buscado, es… ¡la inevitabilidad del gañote! ¡Son unos predestinados del gañote! Pero es más: es el abrazo de madridismos distintos, es la santidad de la meca madridista de Almansa. Es la ternura de la redacción, que no huye la sinceridad y confiesa: yo como, sí.

¿Queremos fundar un madridismo frío de eremitas y rigurosos o aspiramos a una unión final?

La comida de Almansa, la institucionalización de la comida de Almansa es el único paso. ¡Peregrinemos al Pincelín!

viernes, 1 de marzo de 2013



TENGO ALGUIEN FUERA

 

En GH han tirado a Lorena, muchacha entradita en carnes, valenciana como la de la Ruzafa que cantara Kraus: Ojos con revelaciones de Alcorán, aunque también regencias de pescadería. Porque Lorena es mujer para ponerle un puesto en el mercado, bien alto, entarimado, donde paseara su jocundidad y su membrilleo. O meterla en casa, flor de guatiné, para su esteticismo uñil de pulir cutículas

¿Y no parece la manicura  una vidente que empieza?

En Lorena, escondida, hay una echadora de cartas, que es un psicologismo roto y confidencial, un chismorreo freudiano, porque las videntes han sido el Freud de los pobres.

Bolerona de ansiolítico, lloraba hasta la ansiedad, que no deja de ser un hiperrealismo al mirar la vida porque si las cosas las miramos más de lo que toca nos entra el ataque. Y Lorena, al entrar, fue definida como televidente fan del programa. Esto es: una que mira. Si al estar dentro no podía mirar la tele ¿qué iba a mirar entonces?

Ella miraba las cosas como si fueran tele. Con el horror del espectador cuando se ve dentro de la acción.

Lorena era autoconciencia dolorida.

 

Con todo, su desajuste daba juego, que se dice en el programa, y al irse ha dejado un retrato generacional de la pavisosez.

Un señor con pelazo para que se lo cepille la novia, que esa es la nueva metrosexualidad, que ellas nos peinen. Otro que juega al hockey, deporte de pasar la escoba e Iván, un Jim Carrey del Sepu, al que Lorena sentenció:

-Eres la pipona de esta casa.

¿Es la pipona una reinona pipera? Iván es un solitario exterior, de mecha escabrosa y cierta difícil indefinición que se acerca mucho a Juan Carlos, verbo herido que dicen que se parece a Newman, pero que a mí me recuerda más a Monty Clift.

Juan Carlos es el lirismo del decir, pues la palabra totalmente dicha es palabra muerta.

La casa queda ya como abulia de camas sin hacer y amartelamientos sin más argumento. Un serrallo vacante, indeciso. Triángulos sin hipotenusa por causa del ex, del “tengo algo fuera”. Poca polémica, menos audiencia. Pareciera que en España se hubieran agotado también las canteras de la desfachatez televisiva, por una nueva pobreza del rubor.