domingo, 29 de enero de 2012




LA FINAL DE AUSTRALIA



Mientras escribo estas palabras, Nadal se agarra a la raqueta como un guitar hero a su guitarra. Nole, que hace pensar en una noche loca y báltica de Humberto Janeiro, parece que cojea y en los palcos, las novias, madres y hermanas son mujeres bíblicas. La novia de tenista es la nueva novia de torero. Qué machismo en el tenis, tú, que diría el círculo chaconista. Y hay una niña en Melbourne, que es como esa niña redicha española que aparece siempre que Nadal juega, sea donde sea, por el orbe entero, con una bandera y una camiseta en la que reza: “Gracias por ser español”. Y eso me pasa a mí con Nadal, que me da la impresión de que no me lo merezco. Tiene tanta competitividad, tanta fuerza mental, que parece que de un momento a otro le va a doblar la raqueta de titanio al rival, como un Uri Geller. Cansó a Federer, y a Djokovic ya le está empezando a llevar a sus límites, porque Nadal es eso, es como una novia: alguien que te lleva al límite de ti mismo. Nadal cansa incluso a sus seguidores en esa exploración desdichada de sus propias limitaciones. Hay algo muy triste en Nadal, algo muy poco deportivo.

El tenis, si lo pones encima del televisor, es como un metrónomo. Cada partido es un ritmo, y tiene un peligro de eternidad, porque los tie-breaks no tienen un final claro. El tie break es tan difícil de entender como el fuera de juego y no se puede hacer planes si hay tenis porque desde un punto de vista lógico es posible el partido eterno.

El tenis es una forma dialéctica de eternidad y genera un balanceo de cabeza que es como negar lenta, morosa y cruelmente. Una negación robotizada e inclemente. El público de tenis, ¿a qué le dice no con esa negatividad ritual y quieta?

Nadal me cansa, su partido empezó por la mañana, a primera hora, y me he leído el periódico, me he tomado el aperitivo, he comido, y ya le estoy dando vueltas a la leche condensada del bombón –ese infantilismo, frente al cortado macho y desilusionado- y Nadal sigue, ahí, como una ola, dando raquetazos vestido de kiwi, sudando como un pollo enfurecido y picoteador.

Mi tenis murió con los pantalones largos. Lo recordaba el brillantísimo Nick percivalesco, en nuestra común admiración de Stefan Edberg. El tenis era un señoritismo fino, blanco, y señorial. Un elogio del sport, algo gatsby y cordial. Un desentendimiento. Corrían los tenistas como si la raqueta fuera una finura, o una taza de té, y cada pelotazo era una ocurrencia, una ingeniosidad llena de charm y buenas maneras, y no los alevosos pelotazos musculados de ahora. El tenis era un desentendimiento, una frivolidad, una desdramatizacón y este tenis del vamos, rafa, de la crispación y de las seis horas me aniquila.

El tenis es lo más cansino del mundo. Un ajedrez sudoroso, una cosa de formas desquiciadas, y Nadal, como antes Indurain, nos hace levantarnos cansados del sofá: derrengados, exhaustos, indignos.

Escucho ahora un lamento del vecino, es un estertor, parece que le han clavado una daga, y es que quizás Rafa vaya perdiendo y yo lo lamentaré mucho, y hasta me sentiré mal con lo que he escrito, porque sigo a Nadal, pero le sigo después, el lunes, en el resumen del periódico, cuando canse menos.

Me falta fuerza mental, Rafa, para serte fiel.

sábado, 28 de enero de 2012

JORGE BUSTOS


Valencia tenía ayer un cielo pérfido y vienés, porque llegaba un cronista con sentido moral. No debe de haber mucha gente con el privilegio de poder salir al mundo para contarlo, ni muchas cosas que tengan el privilegio de que las cuente Bustos. Yo esperaba en la barra de un restaurante de arroz, porque mi ciceronismo es llevar a la gente a comer arroz, y de repente encontré a un chaval con pinta de bajista de El Canto del Loco.
El nuevo articulismo español es francamente guapo. Si ya tenemos que leer a Jabois a escondidas para que no lo vea la novia y se nos enamore (¡Estás amando a Manuel!), con Bustos se actualiza el problema de la belleza del otro, que es una cuestión candente y principal. ¿Qué hacemos con la belleza del otro? Pues supongo que lo mismo que con sus ocurrencias, celebrarlas.
Quedará Bustos muy bien en las tertulias de la derecha íngrima, porque en realidad Jorge representa la malformación feliz de un derechismo y en su óptica bienhumorada se deja ver el trasfondo sólido, edificado, sintáctico, de la mejor derecha.
Porque para mí Bustos representaba la sintaxis, pero es que resulta que el chico sabe latines y lee griego y en sus textos hay siempre el hormigueo latino y clásico de la buena sintaxis.
El sintáctico anda siempre traduciéndose a si mismo.
La sintaxis es el andamiaje de la obra, del curro que es pensar.
Y convinimos ayer que columnismo es abajar a Baudelaire y subir a Cosculluela, una objetividad lírica y además una forma de amistad.
Columnismo es amistad y es el género chico y desastre en el que todo cabe.
Jorge, con Jabois, anda formando una generación, y en cada copeteo parece que le está rindiendo un homenaje a Góngora. Ser cronista ha de ser como mirar la realidad con los ojos con que se ve la televisión, pero en Bustos no hay cinismo porque Bustos es el cronismo salubre y el humor abierto.

Sintaxis y humor, ¿qué más le podemos pedir a un periódico? ¿qué más le podemos pedir a un escritor?

Uno ya sabe qué es eso de que le mire un tuerto, ¿pero cómo es que te mire un cronista?

Hay una radiación hilarante de literatura en la mirada de Bustos.


Salimos del restaurante con el ojeo condenatorio del camarero, al que quizás le devengamos alguna hora extra. Antes, un periodista valenciano, celebridad local, miraba a Jorge, sin él notarlo, con melancólica resignación.

De allí fuimos a comprar literatura y con libros bajo el brazo, como dos calaveras de una bohemia sin tristeza, nos fuimos de copas.

 Bajo Magan, que es nuestro Wagner, honramos a los mayores e hicimos lo mejor que se puede hacer en la vida: el inventario de generosidades.

Y esta mañana dejaba Valencia Jorge Bustos, como dejan las camas algunos amantes, y el campismo, ninot indultado, respiraba, porque tuvo que llegar a esto para que lo contara él. ¿No es la actualidad un enorme aparato que organizan algunos para ser negrita en las mejores columnas?

Convinimos, ante todo, que hay que escribir, que el infierno es no poder adjetivar, y convinimos también que el periodismo es espontáneo, ligero, amenazado y eterno, como la amistad.

martes, 24 de enero de 2012




EL RETORNO DEL SABAÑÓN


La crisis económica que padece la Comunidad Valenciana ha provocado que cerca de cincuenta mil niños asistan a clase en aulas sin calefacción. Esta noticia ha despertado un cierto revuelo social, porque la gente, en lo tocante a la infancia y lo educativo, es muy exagerada y cae pronto en un alarmismo muy rudioso y proteccionista. ¿Acaso no clamábamos por un endurecimiento del sistema educativo, por una vuelta a los orígenes de la instrucción? Pues hela aquí, sin necesidad de reformar la Ley Educativa, que es tan mudable e íntima a cada gobierno como la colcha de la cama de matrimonio en la Moncloa. Así se ha cambiado el sistema sin necesidad de politiquerías y sin pedagogos barbudos que conviertan al niño y su mecanismo en un teorema, tan solo por la pura pedagogía del frío.

Siempre nos han contado que Nietzsche estudiaba y escribía sin estufa, y vaya si le aprovechó, así que la derecha valenciana quizás haya reencontrado, por la vía del déficit, el tan anhelado principio de excelencia, cuando no también el principio de autoridad, porque a ver quién es el guapo que rechista en una mañana de invierno.

Estas aulas valencianas van a deparar un nuevo espartanismo de niños serios, reconcentrados y estudiosos. El frío aleja la sensualidad, quita la tontería y es lo mejor para desasnar a las criaturas, que aquí vivían como sultancillos en babia, siempre mirando las palmeras a ver si caían dátiles.

Es el retorno del sabañón y quizá sea el momento de traer de vuelta a los Reyes Godos, que casi que apatece estudiarlos con este frío.

El frío es un maestro formidable que excita la memoria, que es una facultad del alma olvidada y por eso el alma moderna tiene como una falta de consistencia, de coherencia. Asistir a clase con el calorcito artificial y picajoso de la calefacción era el principio del un desmoronamiento social, de un niño blandito y remolón y de un adulto socialdemócrata y subvencionable.

Frío, escarcha, manecillas lívidas alzándose obedientes para contestar al profesor, tizas tiritando en la pizarra y ejercicios de álgebra gélida con mitones. El castañear de dientes de leche. El sonido de la educación, por fin.

lunes, 23 de enero de 2012



UN TEXTO (un poco bodrio) MADRIDISTA: RAZONES PARA EL MOURINHISMO

En su Barra Brava de hoy, David Gistau, con poderosa concisión, retrataba un Madrid polarizado alrededor de Mourinho, por causa de los ataques que sufre el portugués. Tienen sus artículos de los lunes una cosa muy necesaria:la vocación de reordenar la cabeza del madridista tras el ruido liguero. Este periodista hace la crónica, pero además reubica al madridismo, le da siempre un norte. Hace un saldo, señala la distancia con su historia y con el Barcelona, al que se persigue como a una liebre. Hace Gistau, en resumen, una topología madridista cada lunes, que es lo contrario del gallinero mareante de las tertulias. Eso es madridismo, y si además está bien escrito, pues mejor.


Inspirado por lo suyo de hoy, a continuación, y con brevedad, por no aburrir (más) y porque me tengo que hacer la cena, repasaré las razones, mis razones, para el mourinhismo, como un intento de futura exploración de una tercera vía para el madridismo, si es que fuera posible una tercera vía, que las terceras vías parecen por definición salidas moribundas.

Mouurinhista lo es uno por razones culturales, por razones futboleras y por razones madridistas.


Mourinho es tan necesario a la España actual como hubiera resultado George Best a la España de los años sesenta. No me extenderé, pero el portugués es viril, seco, íntegro, profesional, competitivo y tiene una moral señorial. Es como un Nietzsche que se puede explicar en la escuela. Al respecto, recomiendo la visión de Ruiz Quintano, que desde hace tiempo le está dando al mourinhismo un calado profundo desde sus columnas engastadas, donde lo popular resuena.


Como aficionado al fútbol, Mourinho representa la posibilidad de que otras formas de juego, otras formas de disposición en el campo, de manejo de la pelota, otras geometrías y otros ritmos puedan ser aceptados, y más allá de su democrática aceptación, consentidos como alternativa por ese canon hegemónico del fútbol de toque, del tiquitaca, que ha sido elevado por una determinada prosa a la categoría de arte, como las croquetas de Adrià. Esa prosa, martilleante, cursi, dominical, ya “puso en la frontera” a Capello. Mourinho es la pluralidad futbolera.


Como madridista, estrictamente como madridista, Mourinho representa dos cosas: la independencia de criterio del club, algo que importa, pero menos, porque eso pudo simbolizarlo un Emerson antes, un Capello, o ahora un Pepe. Es decir, la capacidad del Madrid para ser una organización clausurada, autónoma, impermeable a ciertos niveles de presión. Independencia es hacer algo no determinado previamente por las portadas del Marca o por los editoriales con foto de Relaño.


Pero más que eso, Mourinho es la culminación del florentinismo, lo que le faltaba a la melifluidad florentiniana y a su concepción infantil, ridícula y antifutbolera de este deporte.

Florentino, en su primer advenimiento, se encontró dos cosas: una entidad esperpéntica y una plantilla lujosa. Arregló lo primero y lo segundo lo completó con balones de oro y mientras duraba lo primero y rendian los segundos, todo fue memorable –memorable aunque criticado, igualmente criticado por la constante beta del antimadridismo, recordemos: virtuosismo, prepotencia, individualismo, neocolonialismo, etc…-. Después, el equipo se hundió, porque Florentino, que era como un jeque árabe para algunas cosas, no creía en los defensas, ni en los jugadores que no fueran canteranos o balones de oro. Cuando admitió, tarde, su error, fichó a Walter Samuel, que era como un portero de discopub. Luego aprendió, echando cuentas, que a veces el balón de oro era mejor ficharlo antes de serlo, y entonces llegaron Robinho y Cassano. Algo fallaba, estaba claro, la magia se había perdido. El Madrid no tenía eso que se llama “estructura deportiva”. Sí, tenía señores educadísimos que cumplian como diplomáticos en los descansos, que aguantaban con flema infinita, a veces como auténticos mártires, las provocaciones de los Del Nidos, pero no había ni manager, ni entrenador estelar, ni Monchis que trajeran brasileños ignotos como Baptista o Alves,  porque el Madrid, influído por la prensa, no pensaba que fuera conveniente fichar un entrenador que llevase la contraria a Manolo Lama. Así, el Madrid fue entrenado por Queiroz, Luxemburgo, López Caro, los Hernández Mancha del banquillo madridista. Estuvo Camacho, sí, como el Cordobés de los madridistas castizos, pero no duró ni un trimestre. Antes mandó Del Bosque, herencia de Sanz, el señor que antes había reconocido su aspiración de perpetuarse como el nuevo Molowny. Muchos madridistas no entendimos tres cosas de Del Bosque: su pasividad en el motín del alirón, el petardazo de Turín y, esto es una obsesión personal, cierta entrevista a la cadena cope en vísperas del definitivo Atlético-Real Madrid. Del Bosque fue valorado como gestor de egos, y su vestuario era un laissez faire, laissez passer, aunque su mayor obra fue ganar la octava con una banda de boleros a la que organizó sobre el bendito 5-3-2, algo que ahora sería prohibido por el Ministerio de Cultura y Deportes.


Así las cosas, el florentinismo, que era la continuidad de Don Santiago, la restitución del Madrid a su ser, sus maneras, su lugar y su patrimonio, repetimos: la única forma de mantenimiento y preservación del patrimonio cultural, deportivo y económico del madridismo, esa experiencia epopéyica y transcontinental, se apagó. El florentinismo murió, entre las risas de todas las tertulias deportivas y, doy fe, se celebró con tracas por los aficionados rivales. El imperio, como en Roma, se desplomaba, y en provincias quedábamos a merced de los Albeldas, gobernadores despóticos, sin grandeza, ni púrpura, ni derechos.

El club de los manguitos y el papel cebolla de Fernández Trigo había llegado a ser modelo de gestión en las escuelas de negocio del planeta, pero no hubo nunca un poder deportivo fuerte. Era un madridismo blando, y quizás, esa blandura se trasladaba al campo y al discurso en las salas de prensa. Un Madrid maleable, algo viscoso.

Tras Florentino, hubo un período electoral con un candidato, Villar Mir, que se tachó de continuista y de elitista porque el señor contaba con el apoyo tácito de Florentino y con la desdicha de tener varias carreras, un pasar y un perfil socológico así como conservador. En un debate electoral, otro candidato le llamó superhombre, y pidió para si el voto de los madridistas normales, de los madridistas sin estudios. Contemporáneamente, en la España política mandaba lo que mandaba.

Villar Mir, que ciertamente no era un hombre al que Dios hubiera adornado con el don del carisma, propuso al madridismo más florentinismo pero con el añadido de la estructura deportiva: seriedad, rigor, ortodoxia contable, trajes oscuros y un entrenador mandón, que probablemente hubiera sido Lippi, el Paul Newman campeón de todo con la Juventus y la Azzurra. Esta apuesta, que salvaguardaba el decoro institucional y proponía una alternativa realista a los desvaríos de Florentino, fue masacrada periodísticamente y, claro, ganó quien ganó. No me extenderé sobre ese periodo oscuro, sólo dejaré una sucesión de palabras: Nanín, chaquetas estilo Luis Aguilé, la esperanza de ver a Vlado Divac, un palco con el señor Rojo, Emerson y Cannavaro como fichajes estrellas, la promesa incumplida de los cracks, las sacas de votos por abrir, Mijatovic, la policía judicial, los saltos presidenciales en Zaragoza, el despido de Capello…

El Madrid se convirtió en una especie de Malaya, en un club gilista, mientras el Barcelona enderezaba su rumbo deportivo (Cruyffismo) e institucional (Nuñismo y pasión nacionalista) con Laporta.

Tras años de irrelevancia deportiva y de empobrecimiento, al borde de la reaparición de Sanz Mancebo, llega, no sin dificultades y palos en la rueda, Florentino, de nuevo con la vara de mando de Don Santiago y en pocos meses devuelve al club la tranquilidad, la seriedad y diría que la prosperidad.

Pero deportivamente se apuesta por Pellegrini, un “perfil bajo”, de nuevo con la portavocía de Valdano. Además, y ésta es mi mayor crítica, mi única crítica al Florentinismo, sin darle lo necesario, porque Pellegrini hubiera necesitado un tercer volante, Silva, para competir con el Barcelona y para desarrollar su fútbol sobeteador y acariciante, su arrullo futbolero. Pellegrini era apuesto y dulce como Valdano, ingeniero como aparenta serlo Bielsa y de un menottismo asumible. Pero sin Silva, sin Cazorla y vendido Sneijder, que era un volante de fútbol lacónico, la plantilla le quedaba extraña: Alonso, el caótico Lass y mucho delantero. Lo de siempre, la cojera de siempre. El chileno, persona educadísima, parecía un galán de sol de otoño, pero le faltó, siempre le faltó, la vibración napoleónica que necesita un entrenador en el Madrid, porque el entrenador de este club, como de algún otro, no entrena a futbolistas, sino que motiva a poblaciones enteras. El Madrid es un estado sin territorio, o con un territorio mínimo, y su pueblo, su afición millonaria, en la diáspora, necesita un líder.

El entrenador de fútbol es un líder político.

Desesperado, ante un Barcelona hegemónico, Florentino supera dos escrúpulos: el del perfil bajo y el del jogo bonito y, movido por la responsabilidad, la urgencia y la conciencia de que una eliminación más a manos del Olimpique hubiera supuesto la devaluación del madridismo hasta la condición inofensiva de  nostalgia, como un Benfica o un Liverpool, y desoyendo las amenazas periodísticas (¡pero no se atreverá!) contrata a Mourinho y con ello, como si recibiera un sacramento, acepta todos los dogmas y clasicismos del fútbol. Es como si de pronto Florentino hubiera fichado a Helenio Herrera. Floren, el heterodoxo, ese bernabéu que no sabe de fútbol, acepta en Mou, como una oblea, el santo sacramento del balón, su clasicismo y, por fin, integra el banquillo en la profesionalizada estructura del club. El fútbol entra en Flo a través de Mou. Florentino, completo, ya es un ser empresarial y un ser futbolero y se le pone gesto de Don Santiago y hasta es capaz ya de dar una santiaguina si se le pide.

Y entre ese cuerpo con dos almas, Mou en Flo, y una sucesión orgiástica de copas de Europa sólo hay un obstáculo: Messi.

Llega Mourinho, en fin, y la historia es conocida. Mourinho no es fichado para ganar al Barcelona, sino para ganar al Olimpique de Lyon. En año y medio, gana la copa, disputa la liga a un Barcelona que meses antes había profanado el bernabéu con un 2-6 y devuelve al club a las semifinales de Champions, esa altura competitiva donde los aficionados acudimos nerviosos al estadio o ante el televisor. El territorio legendario del fútbol. Esa experiencia forofa del temblor y el mordisqueo de uñas, niños y adultos, adultos como niños, absortos ante la televisión. Ahí, donde el madridismo se hizo a si mismo, nos devolvió Mourinho. Florentino nos saca de las páginas de sucesos y Mourinho nos devuelve a la Gazzetta dello Sport y a L’Equipe.

Por eso, y porque además creo que que Mourinho, quizás por intermedio de Florentino ha suavizado su irresistible y agresiva brillantez (en España conviene ir con cuidado a ese respecto) y porque creo que su planteamiento de tres defensas ante el Barcelona es brillante, legítimo, responsable, útil y un reconocimiento implícito de la grandeza del rival y de su propia humildad, y porque abre una puerta a la riqueza conceptual del fútbol, para que el fútbol pueda no ser solamente el discursivo soliloquio de nuestros maravillosos centrocampistas patrios, y porque creo además que ese sistema, con Pepe como protagonista, pese a su disfunción, es el único que ha demostrado ser capaz de convertir a Messi en la irrelevancia que a veces es con la albiceleste, por todo ello considero el mourinhismo una forma acertadísima de florentinismo, la forma que adopta el florentinismo en este momento, un florentinismo irónico, por fin, y combativo, menos solemne, una piel que adopta el florentinismo, que no es sino la continuidad del espíritu de Bernabéu, que es el verdadero señorío de madridismo, porque señorío es Don Santiago fumándose un puro y Don Santiago era también manchego y, a su modo, también mediterráneo. Por todo lo anterior, en fin, entiendo que el mourinhismo es florentinismo, y que éste es la única manera inteligente y provechosa de ser madridista en la actualidad.

Porque el Real Madrid no es un equipo de fútbol más, es una pasión y un acervo constantemente amenazado de muerte.
Pero ese es otro tema.  

domingo, 22 de enero de 2012




REAL MADRID 4, ATLETIC 1. MI VERDAD.



Mientras escribo este textillo, Mourinho está pasando sesión de control con los chicos de la prensa. Las preguntas versarán sobre su relación con el vestuario, los capitanes y el público del Bernabéu, que habrá dejado escapar alguno de esos silbidos rezongones que suelta. Me lo imagino respondiendo como un anciano diputado inglés, con lumbre en los ojos y una ironía de Bernard Shaw.

El Madrid recibía al Athletic sabiendo que el Málaga de Pellegrini había recibido cuatro, pese a haber intentado tener la pelota más tiempo que el Barcelona, en contienda de corrección política y buenas maneras, y además pesaba el postpartido de copa y la portada mañanera del Marca. El público estaba tontorrón, pitañero, silbatriz y parecía que muchos traían bolsita de agua caliente para los riñones.

¿Quién iba a ser el pagano? Parecía que Kaká. Mourinho sacaba a sus dos mediapuntas, a ver si iban cogiendo el tono, pero al equipo le costaba. Granero, que parece una muchacha griega y le hace a uno desear sacar el caramillo, mejoró, y dio fluidez, pero tiene cierta parsimonia muy canterana y algo, una incapacidad para la explosión, de chut o carrera, que hace a Xabi Alonso parecer intenso.

Xabi Alonso saca las faltas con cara de resolver una cuestión crucial.

El Athletic salió muy bien, con las ideas de Bielsa muy en la cabeza. Bielsa parece un novelista en chándal dramatizando a sus personajes. Sus chicos, los nuevos leones, son una chiripa eugenésica de Lezama. Destaca Muniaín, que en la segunda parte le hizo un túnel a Lass de los que embarazan en los dos sentidos de la palabra.

Muy bien plantado el Athletic, con el prestigio táctico de este entrenador maniático y científico, y yo sonriendo, imaginando a Erkoreka satisfecho en el palco:

-Mira, Patxi, ¿lo ves? ¡El I+D! ¡El I+D!

La defensa del Madrid era como un congresillo socialista y Ramos era la Chacón y en una de ésas marcó Llorente, que se dirigió a la cámara con la mirada alienígena que comparte con Navas.

Casillas ponía caras, al estilo de lo que hacíamos de niño en el coche paterno cuando queríamos evidenciar nuestra disconformidad con el destino familiar.

El ataque del Madrid era una timidez y un mar en calma, solo roto por una ola solitaria y lejana: cualquier desmarque personalísimo de Cristiano, el empecinado.

La capacidad de Cristiano de comprometer en cada lance su prestigio es algo envidiable y asusta pensar que se haya negativizado en nuestra España de los medios tiempos.

Lo bueno de estos goles rivales es que lleguen pronto, porque a partir de ellos se recompone un poco la unidad del madridismo, o como dirían en Marca, la Unidad del Madridismo. Se agradece el sopapo y el equipo se pone a la tarea.

Lo primero fue un slalom de Marcelo, que tiene el efecto ofensivo de un Cafú (que es Ozú en carioco). Lo celebró con rabia y entre el público descubrí un nuevo tipo de aficionado: el japonés: el español inequívoco que al marcar el Madrid no aplaude porque tiene las dos manos ocupadas en sostener el aparato con el que graba el juego.

En unos años, el Madrid tendrá que contratar a Jaime Borés para conseguir que la grada vibre.

Tras el gol, el Madrid se entonó y Cristiano tuvo premio a su tesón con dos penaltis de ejecutor. En el equipo despertaba Kaká, que aparece en la media punta como de la nada, como un desprendimiento del centro del campo. Surge de repente un señor con balón caminando como una modelo de Victoria’s Secrets y resulta que es Kaká.

Ozil dejó detalles de crack. Sutilezas, recortes, vislumbres. Las cosas que no hemos tenido durante la primera mitad de liga, sin las que el paso marcial de Cristiano ha valido para alcanzar todos los liderazgos.

Al final, entraron Callejón e Higuaín, los más queridos y marcó el primero y señaló su escudo diciendo sí, sí, sí…

sábado, 21 de enero de 2012


LA SISA Y EL BIEN COMÚN

El vicepresidente primero de la CEOE ha animado al gobierno español a seguir el ejemplo portugués y preparar la reforma laboral a la portuguesa, como el bacalao. Es tan raro encontrar un agente social feliz –son como adustos agentes rusos, en todos los filmes del espionaje-, que uno enseguida se ha tirado al periódico como si se tratara de ver los números de la lotería de navidad, a ver qué han inventado nuestros vecinos. La reforma lusa incluye menos indemnizaciones por despido, menos días de vacaciones y reducción del pago de horas extrardinarias. “Es una reforma muy conveniente. Creo que deberíamos seguir ese ejemplo. La media en Europa en indemnizaciones por despido está entre 10 y 20 días. En Portugal, 10 días. Lo han hecho por decreto y rápidamente. Debiéramos seguir el ejemplo”.  Tras la lectura de estas recetas, que en los ateneos de la izquierda quizás serían descritas como liberalismo gótico, no me cabe duda de que podríamos empezar a tener contenta a la patronal y hasta cabría pensar en la creación, tímida, eso sí, de algún empleo. Algún empleo experimental en el sector servicios. Con este panorama feudalizante, nuestros empresarios podrían empezar a contratar, aunque es de suponer que aún quedarían algunas rigideces, porque el mercado laboral es como el traje del empresario, en el que siempre acaba encontrando una rigidez:




-No, si el traje bien me está, pero es que me estira de la sisa…






Y claro, la sisa del empresario, la eterna sisa del empresario aún exigiría despedir unos cuantos miles de españoles más para terminar de depurar el mercado laboral. Serían los últimos despidos, saboreados con demorado placer, y una vez finiquitados comenzaría la Edad de Oro de la Contratación. O no, que diría un escéptico.

Más allá del contenido de la reforma, lo que asombra vivamente de esas palabras es el punto de vista subyacente, tan estrictamente propio, una forma de particularismo moderno que desde luego no es exclusivo del empresariado, porque con la legitimación intelectual del lobby y del grupo de presión, se ha reforzado cínicamente el particularismo y empezamos a escuchar demandas infantiles, de una perspectiva tan egoista, tan individual, que olvida al otro sin ningún pudor.

Qué distintas serían esas palabras si incluyesen una autocrítica, una asunción de responsabilidades, un matiz, un compromiso o una disculpa que entendiese y aceptase la situación del trabajador. Pero no, en España, en esta altura del siglo, cada cual se siente lobby, se piensa lobby y considera apropiado exponer unas demandas particularísimas que despiertan en el de enfrente una carcajada de indignación.

El particularismo empieza a ser una desfachatez.

Qué extraño nos resultaría un agente social, o un portavoz sectorial, que no barriera para casa con descaro. Tan acostumbrados estamos ya, que la integración armónica del otro en un discurso, la apelación serena al bien común, el olvido de realidades distintas de la mera ciudadanía, nos sonarían a algo antiguo, falaz, sospechoso y retórico. Quizás el tertuliano sea el único civil, políticos aparte, que como un arcaismo, como una reliquia aristotélica, aún parece librarse de ese vicio. Y esa puede que sea su función social: su ejemplaridad samaritana que tanto nos irrita a la hora del café. La dimensión concernida y pública de todo lo que dice.

El tertulianismo, quién nos lo iba a decir, quizás sea el proyecto cívico para elevarnos por encima de nuestro particularismo, que es nuestra circunstancia convertida en folclore. Yo soy yo y mi curcunstancia, sí, ¡pero la circunstancia incluye a los demás!


 



viernes, 20 de enero de 2012


EL REGRESO DEL TORERO PADILLA


                    Al maestro Juan José Padilla, con mi mayor respeto y admiración.






En este viernes silencioso, sin tacones, ni risas, en el que parece que hasta los ladrones estén parados, se ha presentado el maestro Padilla, como un Mourinho ante la brigada de la interrogación, para dar cuenta de su regreso a las plazas. Ha aparecido perfilado, con su cara de media luna y su gesto virado, enseñando un perfil estupefacto y espantado, su larga mueca de haber visto las postrimerías. Y al finalizar y prometer la vuelta de El ciclón de Jerez, su lado diurno y hermoso ha mostrado una sonrisa feliz, proyectadora y social.

Se fue un torero con dos cojones y vuelve un torero con dos cojones y dos caras, con rostro de claroscuro.

Dijo alguien que el toreo no relumbra si no es con los ojos cerrados y Padilla va a atacar su profesión desde una oscuridad en la que siempre estén brillando formas, soñándose faenas. Porque en su ojo, que sanará pronto, habrá una vida de la inteligencia.

En los primeros cimbreos de su toreo de salón, Padilla habrá descubierto una música distinta de los movimientos, enderezados por un silencio. Una gravedad silenciosa que le determine. Seguro que su toreo tiene un mutismo mayor, más seriedad si cabe.

Su mundo empequeñecido lo tiene que estar mirando mejor, Padilla, con una mirada más exacta y cuando gire o estire su cuello para un mejor ver, para recoger siempre al toro, le estará respondiendo a sus cabeceos de embestida, como jirones parejos y picassianos, en un diálogo de cabezas y perfilamientos.

Va a mirar al toro doblemente, Padilla, con un ojo de Polifemo terrible, y con un ojo oscuro de mirada lunar, que le enseñe al toro la cara de la muerte que él lleva prendida en los pitones. Responderá a la media luna del astado con la media luna de su cara sabia y desdoblada de hombre que lleva un luto en el rostro y a la vez una vida pletórica, decidida y encarrilada, el misticismo de su mirada recogida y concreta, y la determinación clarividente de verlo todo y no estar viéndolo, y de luchar con el mayor esquematismo contra las mayores formas. De responder a una noche con otra noche, dando vida y muerte en los dos perfiles, como un tango de si mismo, dejando una mirada negra que entenebrecerá las cosas para que brillen más. Torero absoluto de la españolidad.

Torero demediado, torero de un gesto, con una cierta mudez de película antigua, llevará frío en el rostro, y el susto de estar a punto de la cogida y a la vez la dulzura de todos los propósitos, de todo su vitalismo cristiano, gracioso y jerezano.

Está más allá del valor, Padilla, y ya no vemos valor en su rostro. Vemos humanidad y pasmo.

miércoles, 18 de enero de 2012




REAL MADRID 1- FC BARCELONA 2. MI VERDAD



Como tantas veces, me senté ante el Plus y me levanté el cuello del polo, porque partido de copa era demasiado poco para lucir mi camiseta de Cristiano.

Imágenes del palco. Tanto ministro, ministrable y exministro que a Pep le podía caer un decreto a lo largo de partido.

Después, el túnel. En el Madrid, motivados y saltarines, los portugueses, como heterónimos de Mou. Y de repente, al fondo, aparece Xavi, y yo pego un respingo como si fuera un Gremlin. Le temo más que a la estanflación.

El Madrid se enfrentaba otra vez al Barcelona, el equipo que ha hecho que en el Marca ya no se use el término “bestia negra”. Se trata de un equipo perfecto, del milagro chino. Sus cuatro canteranos, Cesc, Busquets, Xavi e Iniesta (el Word me corrige sus nombres como si también él fuera culé), els quatre gats, son posicional y tácticamente insuperables. Son como un estatalismo burocrático y Messi, él sólo, es un milagro de iniciativa privada. Un Steve Jobs de las diagonales. Xavi e Iniesta giran sobre su posición como Rubalcabas. Es un centro del campo que juega como una vieja que hiciera ganchillo.

El Madrid opuso esta vez la solución Pepe, que sigue siendo mi preferida. Considero que es condición necesaria, aunque no suficiente, ya se ve, para ganar al Barcelona. Pepe es un portento físico –esa imagen saltando, en una estratosfera inasequible a Puyol-, pero tiene la concentración de un mal estudiante, incapaz de estar noventa minutos ante el libro en una biblioteca. Pepe es como esos amigos que fueron pastilleros y siempre tienen una salida extemporánea que ya no sorprende. Su físico, su fútbol es de época, pero su concentración es insuficiente.

En la primera parte, el Madrid generaba en el público gritos de película de terror. Algunos atrás, por la inseguridad de Íker, que fuera de los palos es como Romay en una pista de baile. También por sus fulgurantes contragolpes, de un individualismo desesperado. En uno de ellos, en el único que llegó a puerto, Cristiano le coló el balón a Pinto bajo sus piernas, que admiten, como el Puente de Triana, el curso de un Guadalquivir.

El público era feliz. En un lance del prometedor inicio, Cristiano, en posición de lateral, se lanzó a cortar una jugada rival. Al extender la pierna con bravura, su pantalón se subió y como un Chendo o un Camacho, enseñó un muslo. El público se desgañitaba, como si estuviese ante un desfile. En Chamartín son musleros. Ven un muslo, aunque sea de Gravesen y se ponen a aplaudir a la coreana.

Salió Mou con tres centrales, con Coentrao por la izquierda y Altintop -dos hachas de carnicero por barbas- en el lado de Iniesta, que siempre juega con un rictus alevoso, como jodiendo. Arriba, tres delanteros, Lass y Alonso. Todos ellos, según Robinson, dedicados a “estorbar”. Claro que Robinson se delata él solo cuando llama Maurinho a Mou.

Muñiz, con aire de terrateniente de culebrón brasileño, reflejaba en su pelo todos los flashes que iban para los futbolistas y con desigual fortuna trataba de resistir las exhibiciones teatrales de unos y otros. Hoy debutaba Pepe, que de tanto ver a Busquets parece que quiere ser actor, como yo de niño con Al Pacino. Pepe no ha lesionado a nadie, ni ha conseguido que expulsasen a ningún rival. Sus marrullerías son de una inutilidad sólo comparable al juego de Lass.

Mientras, los jugadores del Barcelona, como son tan feos, se trabajaban al árbitro como a una chavala, a base de palique.

En la segunda parte, Pepe tuvo uno de sus lapsus y Puyol, con gesto mundialista, marcó el primero. Luego Gistau nos pedirá que celebremos sus goles como los de Malta. Después, Messi atrajo las miradas de medio Madrid y habilitó a Abidal, que solo como un divorciado –esas soledades casi depresivas de los ataques del Barcelona- coló fácilmente el segundo.

De ahí al final, un rondo, otro más, comentado por Martínez y Robinsos, que son nuestro Nodo. Parte del público se iba y algunos, negando con la cabeza, observábamos a Messi, cuya retirada se espera como se espera a veces la muerte de un dictador.

martes, 17 de enero de 2012

Cuelgo aquí, más que nada para no perderlas, dos entradas que no aparecieron en el blog. Una es un texto largo, excesivo y creo que malo sobre Tony Genil. Si será malo que no he podido ni releerlo para su corrección. Ahí lo dejo, en bruto. Algo de la emoción de telespectador que motivaba el texto era sincera, yo diría que bastante, pero ¿es algo bueno que fuera así? El texto me lo colgó en su blog Manuel Jabois, haciendo gala de gran generosidad.

El segundo texto es una impresión de uno de los últimos Deluxes, el dedicado a Raquel Bollo y, digamos, su problemática sentimental tras un reality. Aparece Terelu, de la que como siempre hago una estricta evaluación física, mujeril y obvio como soy. No me leerá, claro, y es un brindis al sol bombillesco que me alumbra, pero  éste fue uno de sus últimos Sálvames y espero que haya más muy pronto. A fuerza de ser fan de su madre he acabado por apreciar a la hija, que es como pasa en la vida no televisiva, pero al revés.

Son, en suma, dos textillos motivados por los dos últimos realities televisivos. Es para estar preocupado. Cuando en la vida no hay motivaciones se buscan.

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TONY GENIL


Si Robinson demostró que un burgués arrojado a una isla desierta seguía siendo un burgués, Tony Genil ha demostrado en esta última edición de Supervivientes que un Artista es un Artista, habite el edén o el infierno, que ambas cosas puede ser una isla.
Poco conocía yo de Tony Genil, cabezudo en la cabalgata televisiva, caricato en la procesión ácida de la tele, pero me ha cautivado y estoy dispuesto a reconocerme fan. El histrionismo arrebatado de este hombre, su pathos aflamencado, sus gestos de torero dando el salto de la rana, sus caminatas circulares de payaso, su religiosidad de estampa, sus lágrimas freudianas a la madre, invocada a la manera del mariquita clásico, sus arranques de cojonudismo, su desprendimiento pellejil -como si la piel fuese un triste disfraz dos tallas mayor del que no podemos librarnos- me han divertido. No hay nada en él conseguido, enteramente logrado, pues Tony es un artista sin técnica, sin dominio, pero su esfuerzo, su proyección, su personaje, que no es otra cosa que la proyección pública de la persona, me ha confortado. Y seamos honestos: Tony, que no tiene más que esa proyección, necesita más que nadie de la tele para ser artista. Su proyección es la tele. Y en eso no es el único: la proyección pública que supone la tele hace nacer el personaje de la persona y en ese tránsito se encuentra encerrado el particular *arte* de algunos. Tony es uno de los mejores ejemplos y quizás al mendigar la tele mendiga su forma de expresión, esa forma novedosa de artisteo. Y Genil es Artista, que no autor. Parece haber dedicado su vida a hacer reír de forma más o menos voluntaria, intentando subirse al escenario –de nuevo, en Tony, el intento-, llevándose de la farándula un rebrillo, apenas la purpurina que se nos queda del leve contacto con la estrella. Su lugar no ha sido propiamente el espectáculo, sino los arrabales del espectáculo; no justamente el centro del espectáculo, sino ese lugar donde el espectáculo deja de serlo, donde casi nace la lástima y donde ninguna autoría hay que reclamar. Vivimos tiempos de mucha obra y de poco artista. ¡Yo tengo obra, señor, yo tengo obra!, nos gritan. Pero artista sin derecho es Genil, artista sin creación, de esos a los que les quedan las fotos, los recuerdos, que se van haciendo delirantes con la edad. A esos artistas no los representa la SGAE (oh, triste sino del gestor de la SGAE, siempre un exartista que al no poder trabajar ya la emoción maneja su transformación económica), sino que para ellos se crean formas gremiales de caridad: La Casa del Artista, donde se acaba recibiendo la sopa triste tras una vida de tumbos; La Casa del Payaso, donde las muecas de Talía nos observan desde un fondo surrealista y asistencial. Genil es de ese tipo de artista desventurado, tipo del que casi sale con su “No cambié”, al que se agarra como a su única propiedad, obra de Leo Dantés, nuestro Cole Porter de gasolinera. Genil no tiene obra, pero es que tampoco tiene técnica, no tiene arte. Un artista sin medio y sin derecho. ¿Podemos comprender qué doloroso resulta? Tony tiene sólo una propensión, una misión. No es una profesión que nazca de unos recursos, sino de una pulsión, de una intención feliz: divertir, ponerse en el centro, con esa cosa carencial de quien no tiene sentido del ridículo. Tony es el alipori absoluto, nos intenta hace reir hasta incomodarnos. Tony es del tipo de artista sin arte que se mueve por una amputación del sentido del ridículo. No sabe uno si esa carencia es congénita o biográfica y esto es lo terrible, si una vocación inicial, ambiciosa, ideal, como las de todo artista naciente, hubiera acabado aceptando la realidad dolorosamente. Falta saber, para amar aún más a Genil, conocer cuáles fueron sus, digamos, primeras grandilocuencias y si hubo en su vida un aprendizaje del ridículo. En este reality edénico y rousseauniano de Telecinco hemos visto a insignes personajes televisivos venirse abajo o evolucionar hacia formas dignas de lucha por la vida. Hay algo de aprendizaje, de desvelamiento del carácter: el desmoronamiento o la lucha, la introspección o la socialización, el nihilismo o el chill out frente a la playa, pero nunca como con Genil hemos visto la supervivencia de un tipo humano: la imposición del caricato, del Artista. Cabe dudar de si el caricato se impone al hombre por determinación o si lo hace por costumbre. Ha sido Genil más Genil con las “calamidades” (término que retrata el sufrimiento de postguerra, pues la penuria de postguerra fue siempre calamidad, un paso de fatalismo más allá de necesidad: necesidad con fatalidad, fatum del hambriento), quizás porque sea una forma de faranduleo que ha convivido con el hambre. Una forma pícara, andariega.
De esa estirpe de cómicos pequeños, torrebrunescos, Genil tiene un físico que le condenaba al humor, quizás sin valer para ello. Sumo decaimiento. Ni obra, ni técnica, ni físico. Forzado al humor, quizá naciera galán, quizá tuviera una hermosa mirada juvenil y rubia, quizás siendo extrañamente rubio entre Olivares, aspirara Genil al estrellato absoluto soñando con Tony Curtis y de esa forma su nombre artístico tiene ese mirar-a-las-estrellas y la cómica atadura al gentilicio. Nombre de cantante de orquesta, de autor de gasolinera, entre la parodia y el homenaje. El glamour en las más cercanas y desencantadas formas de espectáculo. Broadway en las boites de lumpen, en las plazas de los pueblos, en las discográficas marginales del submundo coplero. Afirma Tony haber “rodado junto a Omar Shariff El Doctor Zhivago” y quizás sea verdad, pero no como secundario, ni como figurante, sino probablemente como accidente del terreno.
No es casual que haya participado (entendiendo generosamente el verbo participar) en las superproducciones estilo Bronston, en las que EEUU empezaba a venir a España. El cine fue nuestro primer aperturismo y es Genil fue uno más de los subyugados por Hollywood y a su manera, tan lejana a la de Terenci Moix, su vida se entrecruza delirantemente con la de las grandes estrellas. Así, afirma haber compartido minutos con Sinatra en Torrevieja y lo hace como quien enseña un premio, con la ingenuidad de un fan. Se imagina uno a Genil como el elemento que faltaba en el rat pack de Sinatra porque a ver por qué no puede haber un Sammy Davis Jr. cordobés, y nos hace el enorme favor de ayudarnos a imaginar a Frankie en Torrevieja, del mismo modo que pensamos en un Tony Curtis parpadeando flemático entre olivos, como un ídolo lorquiano. Ese traernos el estrellato a nuestra tierra es una prolongación de la obra de Samuel Bronston, pero sin la grandeza de la superproducción, sino, por fin, como esa película en la que Alfredo Landa hace de Sinatra en el Paralelo, permitiéndonos imaginar que esos seres rutilantes que han conformado nuestras fantasías se avenían a pisar nuestras realidades, haciendo aquellas más cercanas y éstas un poco menos terribles.
El género artístico de Tony parece impreciso, pues ni canta ni baila ni interpreta, no es la risa, ni el llanto, sino una forma crepuscular, tragicómica y cutre de conmoción. Sea cual sea, parece profesarle una fidelidad errática, golpeada y esa fidelidad, que parece responder a los rigores de la vocación, encubre un cierto heroísmo, pues heroico es seguir el sino terrible de la vocación.
Mi gratitud de espectador.

EL SÁLVAME DE RAQUEL BOLLO


La protagonista del Deluxe de Reyes iba a ser Raquel Bollo, presentada como "campeona moral" de Acorralados. LLegó con un vestido dorado palabra de honor, y en los monitores repetían las imágenes en que aparecía cruficicada bajo una ducha fría, como una Kate Winslet hipotérmica.

Más que ajustar cuentas de su paso por el concurso (su flirt con Escassi, su juventud perdida y venenita), Raquel tenía que responder a la demanda que al parecer ha interpuesto contra ella Chiquetete, por unas delcaraciones previas sobre un posible maltrato y la pérdida consiguiente de un bebé.

La realidad es que Chiquetete ha demandado a medio Sálvame y sólo se ha librado el discreto y secretarial Escaleto, el joven ayudante de dirección.

No estaba Jorgeja, sino Terelu Campos, que lucía un pantalón y blusa negra de encaje. En uno de sus paseos por el plató, el cámara se arrastró como una oruga para tomar sus piernas a ras de suelo y esbeltizarla un poco. Terelu conducía con relajo andaluz, pero aún muy guionizada, aún algo envarada.

Como no es Jorge, que dirige ya con la mirada, como un Zubin Mehta, el patio de colaboradores se le desmandaba un poco. Rosa, Lydia y Chelo, desgañitándose, eran como las Supremas de Móstoles.

Kiko lucía su cara sin bolsas. Un ojo aún estaba un poco a la virulé y no es por criticar el esfuerzo, pero estaba raro. Su mirada, sin esas bolsas que la amortiguaban queda aún más fría y el movimiento de su mandíbula, suelta como la de un sexagenario, contrasta más con sus párpados juveniles.

Luis Rollán, compadre de Raquel, estaba peripuesto, derivando hacia una forma de dandismo nazarí.

Raquel defendía su historia, muy locuaz, muy convincente. De repente daba una palmada y enseñaba a cámara una palma de su mano abierta, en gesto de sentencia judicial. Eso resultaba irrefutable. Matamoros, por si acaso, iba desgranando un par de principios generales del derecho y Belén, que parecia COurtney Love, jaleaba a la Bollo como un torero:

-Eh, Raquel...
-¡Ole ahí, Raquel!
-¡Amos, amos, amos!...

Raquel, que empezó siendo portavoz del mundo de Cantora en los años del ostracismo mediático, ha devenido en colaboradora versátil, que además es capaz de ir a un concurso y hacerlo bien.

¿Qué ha de tener un colaborador? Elocuencia, resistencia física a las vejaciones y un aval de amistad o historia. Raquel tiene ambas: la amistad con la Pantoja y su realidad de madre corajuda, en la estela de Belén Esteban, labrando su surco televisivo mientras refinaba su belleza mora. 

Raquel desgranaba su vida con Chiquetete (Antonio Cortés Pantoja, le llamaba), las penurias primeras ("cuando le conocí llevaba un chándal de cani con zapatos de charol"), el supuesto maltrato y la evolución del hijo Manuel, que es el vivo retrato del padre y canta con su miajita de pellizco. Contó también cómo vive su amor actual con Semi, que es un nombre curioso y precarizante cuanto menos y recuerda a la letra de Telenovela ("un medio amor, sin solución"). La Bollo defendía su verdad y en ella iba dejando un perfil del cantante que, sin ser amable, si era humano, completo, gris. Un hombre dotado, débil quizás, cobarde ("esa cobardía de su amor por ella"), enfermo y probablemente arrepentido.

Contó Raquel un episodio sevillano en semana Santa, en la procesión de la Hermandad de los Gitanos, y pudimos imaginar a Chiquetete bajar turbado su mirada hindú, lanzando una saeta doliente y contradictoria al cielo frío y labrado de Sevilla.

lunes, 16 de enero de 2012



BRUXISMO



Por si no fuera ya lo suficientemente sensible, verdadero petunio, ahora, con la edad, me llega la sensibilidad dental. Y es que padezco un tormento, mi dentadura es un piano sensitivo y crispado, y se me ha quedado una sonrisa doliente de Richard Widmark. No puedo beber nada caliente, ni frío, ni probar ácido, ni practicar el cunnilingus. Soy consciente de mi propia lengua todo el tiempo, como una felatriz, y cuando por las noches, mientras me la envaino, veo a la gente salir de los servicios esmaltando sus dientes con farlopa me estremezco. Mi boca es una segunda conciencia, es como un cerebro que no para de pensar. Y es que soy bruxista, que es un mal freudiano y psicológico. Mientras el mundo duerme, los bruxistas, que somos unas malvas por el día, nos dedicamos a rechinar los dientes, como roedores de nosotros mismos. Como prófugos de Dios sabe qué prisiones mentales, nos vamos limando los piños concienzudamente por las noches. Esta es una sociedad represora, diga lo que diga la derechona feliz, y de eso saben mis dientes, desgastados como los de un yonqui. No puedo morder y estoy perdiendo mi carnivorismo. La represión me está convirtiendo en un señor que bebe con pajita y se lleva termos de puré de casa de los padres. Se me está cayendo el esmalte y me asoma la dentina, que es como la cadaverina dental, y mis besos, antes pura saliva, ansónica babilla enamorada y diente bravo, mordedor, ya sabrán a chamusquina, porque serán como besos osteoporósicos. Ser bruxista es la forma más extraña de autodestrucción y si me molesta es porque también me está quitando de soñar. Había notado yo (observatorio astronómico de mí mismo, cachazudo registrador de mi propiedad) que mis sueños iban decayendo, que mi vida onírica se empobrecía y, vamos, está la vida de un anodino como para ir dejando de soñar esos sueños en que yo era un Alatriste futurista que hacía solventes tríos con Angelina y Beyoncé, o esos otros en que con gabardina de Delon recorría, distante y tedioso, los bulevares surrealistas, viviendo la vida de un poeta cruzado de James Bond. Mi otro yo, el bueno, el que me gustaba, desaparece porque toda la energía alucinatoria que necesitaba para desarrollarse, toda ese chorro lisérgico, lo estaba dedicando (¡lo estoy dedicando!) a dentellearme vivo, con el gesto frenético de los empastillados, como si tocara una armónica en la noche, limando mis colmillos, que eran lo único que me quedaba de la bestia genética que vino al mundo. Así, con la lamentable calidad de mi esperma, la acidez de mi estómago y mis colmillos automutilados, ¿Qué soy? ¿Qué me queda del macho selvático? ¿Pero cómo voy a perpetuar la especie si sólo puedo comer tortillas francesas? En unos días he de volver al dentista, me sentaré en su patíbulo de vejaciones bucales y esperaré, a falta de una escultura de mi perfil helénico, a que me saquen el molde arcilloso de mis encías, que probablemente sea lo más horrible que tiene el ser humano y que por eso, salvo si se es Ana Belén, jamás se ven. Con ese molde me harán una férula y cada noche, antes de dormir, me la pondré frente al espejo, como un boxeador que se fuera a dar de hostias contra el mundo y sus represiones. Púgil de noche, contribuyente dócil por el día.

domingo, 15 de enero de 2012

LA MUERTE DE FRAGA



Con privilegiado sentido de la actualidad me he sentado esta noche a escribir un texto sobre Corea, algo que llevaba en la cabeza tras la muerte de Kim Jong-Il. El aprendizaje del periodismo me está costando y no termino de medir los tiempos. Se muere el coreano y a mí se me enciende la luz a las dos semanas, en el mismo instante en que se muere Fraga.

Esta circunstancia me ha permitido estar ante el ordenador en el momento del teletipo de su muerte. Una frase y un alma se libera, no sabemos hacia dónde. Cada muerte es como un suspiro, o una inspiración de Dios, que expira cuando nacemos. Dios respira así. O la humanidad, vaya. La sístole y diástole del mundo, y con los muertos célebres el teletipo es como una transmigración y se emociona uno. El periodismo tiene ahora esta cosa de lo instantáneo y parece que desde los digitales se tocaba hoy a muerto, llenando España del metal oscuro y terrible que suena en los pueblos cuando se muere la gente.

Lo más enigmático que tiene el ser humano es esa excitación de dar la noticia de una muerte.

Tocan a muerto los periódicos y como un aguacero en verano caen los tuits y los obituarios con demasiada rapidez, tanta que salta a la vista que Fraga tenía el obituario hecho, como lo tiene Carrillo. Vivir con esa sensación tiene que ser extraño y también ha de tener su coña, porque vivir se convierte en ir demorándole a otro señor la necrológica, las ganas locas de ese triunfo sobre el otro que es recordarlo.

La necrológica de Fraga y Carrillo será la de la Transición, por fin, y supongo que sentirlo así será bueno, porque mirar las cosas con ese balance de realismo, ponderación y melancolía de las necrológicas nos aleja de extremismos, que bastante extremismo es ya palmarla.

Para mí Fraga fue siempre un libro: “Ideas para la reconstrucción de una España con futuro”, que mi padre, nada lector, pero votante de AP, tenía firmado por Don Manuel. El único autógrafo que hubo en mi casa fue el suyo.

Ese libro lo quise leer yo de niño, y lo tenía en la mesita de noche, junto con las estampas y los libros de Sherlock Holmes, pero nunca, como diría Soraya, tan a lo Mafalda, iniciaba su inicio.

Cuando se demoran las cosas se secuencian los inicios y diríamos que no iniciaba a iniciar el inicio del primer capítulo. Vamos, que hacía como los políticos con las reformas.

Allí estuvo ese libro, con ese título tan de antes, y el rostro pensativo y decidido de un Fraga joven, si es que alguna vez fue joven Fraga. Me acompañó muchos meses, años diría, y se quedó sin leer, pero a mí me gustaba tenerlo porque intuía que ese señor tan listo al que respetaba mi padre era una buena influencia. Las ideas me resultaban incomprensibles, pero había un sano patriotismo, la certeza de un pensamiento que se proponía y el término “reconstrucción”, que me dejaba la sensación física de una obligación de rehacer, de reparar, de volver a elevar algo destruido. Ese libro no lo leí, pero lo miré mucho y creo que a veces mirando los libros también se aprende.

Fraga ha sido también una cierta noción de frustración. El “techo Fraga”, el non plus ultra que la sociedad española le estampaba cada cuatro años en su frente de estadista sin Estado –melancolía también de algún nacionalista, al que así pudo comprender mejor después- me parecía a mí, niño de derechas, una cosa cruel hacia el hombre, al que España rechazaba como algunas veces rechazan a los hombres las mujeres, sin que queramos darnos por enterados. Fraga iba cada cuatro años con la terquedad del enamorado, pero no había manera. Era, sociológicamente, un hombre con limitaciones y entender eso lo entendemos ahora. Si la política es el arte de lo posible, Fraga de Presidente era un imposible.


Siempre pensé que su encabronamiento venía de ahí, de ser un hombre rechazado. Así resolví yo, ingenuamente, su fama de intempestivo. Porque la democracia era eso. Tener el partido, tener las ideas, hasta poder llegar a tener la razón, pero no ser suficiente. El cabreo de Fraga era el del impaciente y el del listo y se trataba de un demócrata con un amor a España nada democrático. Su aproximación al poder era instintivamente no democrática.  

Fraga, con su turismo, trajo las suecas a España y llenó la cabeza del hombre español de la obsesión europea, rubia y patilarga del Ideal. No cabía mayor aperturismo.

viernes, 13 de enero de 2012




UN RATO DE TELE: LA CAJA DE CHIQUI



-¿Acaso se es mejor persona por tener diez centímetros más?



Esto, que me lo he preguntado yo cada día al salir de la ducha, se lo pregunta Chiqui, Almudena, en medio del plató de Sálvame, mientras Jorge Javier, que tiende al silencio como El loco de la colina, le agarra de la mano.

Chiqui es lo que habría sido Messi sin La Masía, pero en salá. Podríamos también pensar en qué sería de Chiqui sin su pequeñez. Quizás fuera una mujer morena, alta, bella y “obsoleta”, como dice ella que son los altos de su familia. Una mujer como María José Cantudo.

Chiqui, casi tanto como bajita, es murciana. Habla deliciosamente, con ese aire de zarzuela y vergel que tienen las murcianas y utiliza descontroladamente la muletilla “entre comillas”, como una delicada forma de atenuación.

Ha sido la participante que mejor daba en La Caja, pues allí parecía tendida en un diván, colgando sus enormes tacones de mujer fatal. Chiqui tiene esa descacharrante espiritualidad sincrética de los supersticiosos. Cree en los ángeles, en los males de ojo y en la reencarnación. Afirma haber sido esclava egipcia y también su propia y dulce hermana fallecida.

-En la vida estamos para cumplir una misión, que es no repetir el mismo error.

Nietzsche, tronado amargo, dijo una vez que las mujeres bajas eran un tercer sexo, se conoce que antes de la aparición de los travestis. A mí Chiqui me ha parecido una mujer de humanidad desbordante y de evidente femineidad. También a Jimmy. En este mundo tiene que haber de todo, se dice ella, y yo, pensativo, sonrío, contento por una vez conmigo mismo.

jueves, 12 de enero de 2012






CLASES MEDIAS



Cuando ya pensábamos que no había clases y que éramos lo que quisieran pagar por nosotros, odre hueco que se va llenando de capital humano, va el PP, sube un impuesto y los liberales punk y Pombo –mourinhismo malva-, se acuerdan de las clases medias, lo que suena a reivindicación de los pantanos. ‘Clases medias’ es ‘sociedad civil’, pero en antiguo. A los liberales españoles yo no me los termino de creer y hasta comprendo que Rajoy los quisiera echar de casa aquella vez mediterránea en que decidió parecerse a nuestos padres cuando nos enseñaban la puerta de la calle. Ahí nos medían y nosotros, como los liberales, reculábamos, ácratas de boquilla. El desinterés liberal hacia el presupuesto me resulta teatral. No es, digamos, mamífero. Este liberalismo ha salvado a la derecha española de si misma y ha aligerado su mitología. La última batalla gloriosa de los españoles fue Maastricht, donde quedamos como titanes y éste es todo el españolismo que se le permite a la derecha, la gloria de los Montoro, la apoteosis hidalga de pagar las deudas. Los liberales también son muy modernos y cibernéticos: antes uno se metía en internet y todo eran tetas y porno, pero ahora a la mínima se abre una ventana insumisa y nos salta un liberal pidiendo amnistía fiscal y delgadez gubernamental, la anorexia twiggy del estatalismo. Para ellos, la cosa pública debe ser como Kate Moss: escuálida, guerrera y anglosajona. El comunismo sería rubensiano y la socialdemocracia lo que decía Pla de la mujer catalana: falsa magra. El liberalismo es una palabra muy española, sí, pero de un modo espiritual y aspirativo. Un españolismo velazquiano. El liberalismo es una propensión, un querer ser: un misticismo social y político y por eso le hemos puesto el nombre y hasta hemos llamado así a algún español, como liberal a modo de santo, de santurrón levitativo en celda oscura de penitente civil, o liberal por raro, porque de todo tenía que haber y porque no se le podía llamar otra cosa. Los liberales eran como los rubios, que había uno en todo el barrio. Si será raro el liberalismo que nace en Cádiz, arrinconado, allí donde España mira hacia América, donde España se hace iridiscente y sueña, porque el liberalismo, lo siento, también es un lirismo y necesitariamos un Bécquer que nos lo definiera con amorosa exactitud. España ha dado al mundo liberalismo, misticismo y turismo, mientras otras naciones han inventado el torno fresador. Total, que ahora unos que se dicen liberales –también Indalecio Prieto se quiso así, porque ser liberal es parecerse un poco a Gary Cooper- se acuerdan de las clases medias, cuando ya nos habiamos hecho a la idea de que no habia clases, sino individuos más o menos jodidos y salarios. Pensábamos que clase media era Solari, y no, hay clase media y alta y luego hay parados. Y las clases pasivas, claro, que más que clase serán casta. Las clases medias, supongo, serán obreros que han olvidado o ignoran el prejuicio antiburgués de la cultura y desconfían bastante del Estado.

miércoles, 11 de enero de 2012


LA ÉTICA

En el coche, como alternativa al rugido del motor, que me recuerda siempre al inicio melancólico de La Carretera de Julio Iglesias, pongo las tertulias, que son como la Lección de Anatomía de Rembrandt sobre el cadáver amarillo de la actualidad. Hay un tertulianismo renovado y cachondón en Alsina, en Colmenarejo y también, cuando le dejan, en Herrera, pero sobrevive el tertuliano agónico y arbitrista.

Esta mañana, uno de ellos, un tertuliano emérito, predicaba la necesidad de una nueva ética del trabajo, porque, decía, el trabajo es visto en España como una condena por el trabajador y a la mínima se escaquea y a mí ha sido escuchar estas palabras y entrarme un ataque de ira, que si me llega a ver la Guardia Civil me desvía a una rotonda para ajusticiarme con los datáfonos esos de camareros que se gastan –a veces le apetece a uno que le multen para que le hablen de usted, por sentirse un poco señor-.

Y es que el tertuliano todo lo arregla pidiendo una ética: una ética al banquero, al político, al comerciante, al periodista, y hasta al currante, como si no tuviera bastante con tener un jefe.

Si se queda uno sentado en el autobús y no cede el asiento es porque no hay ética pública, si se defrauda el alquiler del piso es porque no se ha conocido la ética tributaria, si crecen los divorcios es que, evidentemente, falta ética convivencial y si miente el político, es obvio: es que la ética política vive sus momentos más bajos desde Fernando VII.

¿Pero cómo se hace una ética? ¿Y cómo se construye uno una ética? ¿Se la hace el individuo en soledad o se elabora en gremio?

Antes se lamentaba la gente de que no había vergüenza o educación. Ahora se echan de menos éticas sectoriales y mínimas. El particularismo de la ética y la apelación superética a todo quisque es la solución a los problemas del mundo.  

-Mire, este señor ha robado un banco.
-Claro, es que le faltaba una ética.

Después de pedir leyes y reglamentos, como se ve que las cosas siguen estando más o menos igual, ahora se piden éticas, pero claro, pedir éticas es muy agradecido, porque parece que detrás hay un ensamblaje de cosas morales y como muy aristotélicas, es algo muy civilizado, pero... eso de la ética ¿quién lo expide? ¿el político? ¿el interesado? ¿el sistema educativo? ¿la iglesia? ¿Es cosa de hoy para mañana o labor de siglos?

Ha nacido el Imperativo Tertuliano y en nuestra personal y errática búsqueda de la felicidad, precaria como un empleo, deberiamos examinar nuestras moralidades y, como filósofos febriles por las noches, redactarnos una ética urgente por si nos la exigen.

-A ver, caballero, conducía usted a 150 km/h por una comarcal, dando puñetazos en el salpicadero, ¿carece usted acaso de una ética al volante?

martes, 10 de enero de 2012



LA FARLA

En el presunto trinque de los ERE ha aparecido la droga, trayendo a la memoria las farras en gayumbos de Roldán. El engaño solitario nos asusta, nos parece monstruoso el estafador individualista, pero en pareja la cosa se hace pícara y la culpa parece que se alivia. Así, los dos presuntos, como unos Bouvard y Pecuchet de las drogadicciones, se iban diariamente de farras vespertinas, abrumados, quizás, por tener que arreglar la cosa del trabajo en la región con más paro de Occidente. Hay un trinque estirado que se va a Las Caimanes, y un trinque urgente que corre a compartirlo con el más cercano. A estas cosas, ya se sabe, se acaba invitando siempre. La farlopa es como el teatro, todo diálogo. En este episodio cocainómano parece que se nos vienen encima los ochenta, pero es que la farlopa ha sido nuestro capitalismo especulativo de noche y con la burbuja financiera había una burbuja de palabras, de polvos, de deseos y un fervor sin nostalgia. La gente se pregunta dónde está el dinero y es que parte del dinero se esnifó, hacia el fondo oscuro del cerebro, en el légamo del sueño, en el retablo encendido de su pólvora sorda. La peña organizaba sus happenings duchampianos –fulgor en el lugar del excremento- y con las tarjetas con que se aplazaba el pago se instaba el latigazo y el satori golfo, el éxtasis insolvente de quien no podía procurarse otro.  De alguna forma, el dinero exige elevaciones, el oro es un deslumbramiento y la farla era la velocidad del dinero. Y si tuvo fama de exclusiva alguna vez, de droga pija, lo cierto es que el señorito chabolea y gitanea mucho en el confín de la ciudad para salirse luego de  si mismo. La droga, así mirada, ha sido muy igualitarista y muy social. El personal sacaba el DNI, como liberándose de la identidad, ritualizaba una exhalación y se fundía en la velocidad hiriente de las cosas, en el espíritu vano de su tiempo. En esa comprensión sin memoria.


domingo, 8 de enero de 2012




MANOS



Ya fue la presentación de la alternativa Chacón. Del acto, que era como la exhibición de la mujer araña junto al borrico y al mono de rojo, mezcla de fenómeno y agro, me ha quedado a mí la duda de aclarar la importancia del hombre (Miguel Barroso/Escamillo) tras la fémina, porque si doña Carmen va a ser la alternativa futura a la Mariana Pineda de peluquería que es Soraya y siendo este un mundo feminista, no se puede -o se puede, pero quedando muy mal- andar atribuyendo méritos o intenciones al marido. ¿Es Barroso un consorte thatcheriano o se trata de una pareja Clintoniana o Kirschneriana, que nunca se sabe?

Doña Carmen presentó ayer su candidatura y repartió un poco de estopa al gobierno. Empezó con una revisión del internacionalismo izquierdista afirmando que “por ser sus abuelos de origen castellano, andaluz y aragonés se entendiera que desconfiara muy pronto de las fronteras”. Este internacionalismo le sale un poco empobrecido porque entre estas regiones no es que haya alambradas y fosos, precisamente.

Homenajeó a Zapatero con esa frase suya que al decirla no se sabe muy bien si suena a piropo o a sopapo: “El PSOE es el partido que más se parece a España” y supongo que provocaría un instante eterno de estupefacción y autopellizcos al afirmar, muy lanzada ya por la pendiente del liderazgo, que “Andalucía representa el mejor ejemplo de la fuerza transformadora de la socialdemocracia”.

Va quedando claro que doña Carme abandera el socialismo igualitario, sexualista y psicótico, que Zerolo está de su parte en la reivindicación del derechismo zapateriano (el ismo de los derechos espontáneos) y que Pajín será, junto a ella, la alternativa rubicunda al delirio impagado de la Comunidad Valenciana. Son cabezas visibles, ajenas (forzosamente ajenas) al desastre economicista del partido. Son ese tipo de personas que delegan la declaración de Hacienda, rasgo que abunda en el PSOE. El PSOE es asín: un partido en el que salvo Carmona, Salgado y Sebastián no se imagina uno a nadie haciéndose la declaración de la renta.

Son perfiles jóvenes y marchosos, frente a Rubalcaba, el hombre dual de sombra autónoma, el hombre que hace una cosa y la sombra le va haciendo otra distinta y que ahora reclama la “unidad” socialista de Bono, frente a la “unidad con acentos” de Carme, que (Zelig la ha llamado Gistau), hará como Teresa Campos, sacar el acento andaluz cuando le convenga.



Pero el día socialista de ayer dio más de si. Elena Valenciano, la Carmen Maura de Rubalcaba, pidió “manos”, para la reconstrucción del PSOE. No ideas, ni tiempo, ni debate: manos. El socialismo necesita “de todas las manos”, ¡pero y los pies! ¡Y el socialismo de pies del señor Zarrías! Pedir sólo manos es un empobrecimiento y una limitación del ensanchamiento democrático al que había llegado. En esa petición de manos veo yo una antesala de pedir brazos, y un socialismo de braceros, que hurgue más en el andalucismo tópico de la Chacón. Manos, sí, ¿pero qué manos? ¿Las manos blancas de mimo masivo de las manis? ¿Las manos gordezuelas y lívidas de los de las sicav o las manos encallecidas del currela? Me temo que ahora mismo sólo habrá manos nerviosas, de uñas mordisqueadas, de  falanges nicotinizadas de tanto parado –manumitidos a su pesar- nervioso. Manos desocupadas, ociosas, sin saber qué hacer –que las manos ociosas se desviven en el círculo vicioso de frotarse a si mismas- que van a ser convocadas a la reconstrucción manual, obrerista, menestral y boba del socialismo, que ya no pide ideas, sino manos.

Estas cosas se dicen y el auditorio, de domingo y aburrido de una liga que parece el pressing catch, se troncha en el vermú.