viernes, 12 de octubre de 2012




UN RATO DE TELE: EL DELUXE DEL BOLLÍGRAFO

 

Y digo Bollígrafo porque era el polígrafo de Raquel Bollo, amiguísima junto a Tere Pollo de la Pantoja. Amigas esclavas. Devotísimas, la Pollo y la Bollo. Contaban en el programa hoy que saca un pitillo la tonadillera y hay tortas por darle candela, como la guapa en una discoteca. Ahora se viven momentos de tribulación para el Pantojismo. La diva entra en el juzgado y se sienta en el banquillo muy demacrada, recta y emponchada cual Chavela, mascando cosas como lexatines, virginizada, penitente mientras su ex, el Cachuli en el siglo, dice que la señora Pantoja esto y la señora Pantoja lo otro. Si dirá cosas que ahora nos enteramos, aunque él se desdiga, que la Señora le vino a poner una ganadería. Reses bravas de casta vigilada por Julián Muñoz, quizás ahí estuvo el futuro de la Fiesta. Toros Cachuli, de talle alto, mostachudos, saliendo a romperle la magia de figurín con peana a José Tomás.

El caso es que pasa uno por una crisis de televidente, quizás por llegar al sofá cansado, agotado, y aunque la gente piensa que para eso está el televisor, yo pienso que no, que hay que ir con cierta frescura de ideas. No hay tanta pasividad como se dice. Evidentemente, la tele es un chorro, un flujo que te invade –eso se ve mejor de madrugada, cuando apagadas las luces la tele parece, sobre el espectador, una abducción extraterrestre-, pero para el mejor entendimiento, para su mayor alegría, la tele requiere de la voluntad. Yo veo la tele y la reveo, la remiro, absorbo tele pasivamente,  pero regurgito humor catódico y hago otra cosa: al ver pongo una mirada y el televidente que pone una mirada no está solo viendo.

Lo que quiero decir es que hay que resistir la pereza mental de lo que se propone, superponiendo una alegría propia y que el espectador configura un punto de fuga que crea otra dimensión televisiva.

Hay algo de juego teatral en el espectador. Algo de fisicidad posible, de penetración del que mira.

Pero con todo, el Sálvame me está cansando. Se suponía que el corazón era, entre otras cosas, sublimación del chisme. Pero ahora, se ha desmontado el elenco cordial y sobrevive una especie de telenovela mezclada de telerrealidad, una mezcla de periodismo muy menor, de realidad, de guión pespuntado y de drama en directo por los mismo cinco de siempre. Y eso ya me parece el chisme por el chisme, el clásicos chisme de las abuelas, de las nueras y suegras, de las hermanas, del patio de vecinos. Habladurías, juicios, acusaciones, dimes y diretes se señoras de negro que nos devuelven al puro chisme, sn brillo, sin misterio y sin distancia.

Pareciera que lo importante fuera chismorrear, dando un poco lo mismo si el chisme atañe a la Preysler o a Mila Ximénez, que yo siempre que le escucho el apellido pienso en la reducción de Pedro Ximénez, y un día me confundiré y todo y diré reducción a lo Mila Ximénez, para indignación del camarero que seguro me abofeteará, porque en España ya sólo son dignos los camareros.

 

 

El caso es que hoy a la Bollo le preguntaban por lo de siempre, pero entre ella y el otro entrevistado, un joven apellidado Corbacho, hemos conocido un nuevo personaje -y no son pocos- del universo Cantora. El de hoy es doña María Navarro, manager de Isabel y antes de Encarna, algo asi como el Don King de las folclóricas, una señora pequeña, entre Amparo Baró y el último Ángel Cristo, con algo temible propio de todas las mujeres bajitas. El señor Corbacho sería su secretario y ella a su vez secretaria de la Pantoja. Es decir, que la Pantoja, según esto de hoy, tendría subsecretario.

O lo que es lo mismo, el organigrama de Cantora es un ministerio.

Y lo que yo no me explico es cómo narices hemos dejado de ver a esa señora cuando caminaba Santa Justa con la Panto. ¡Claro, coño, porque no salía en el plano!

Contra lo que parece una necesidad básica del español, Corbacho no habló mal de la Pantoja, sino de su hermano Agustín. Vaya por delante que a mí Agustín me ha gustado siempre porque en su estilo indolente y herido veía yo una mezcla perfecta entre su hermana y Rocío Dúrcal.

Hoy deslizaron las habituales insidias sobre la sexualidad de Agustín, pero a México, donde el puro macho, sólo se fue él. Dicen que se monta por las tardes unos cineclús en plan cine de barrio y lo han dicho de un modo feo, como si él representase esquizofrénicamente y paradísticamente el programa entero, impersonando, que diría un moderno, a lo Anthony Perkins a Parada, Sebastian, Tony Leblanc y Marujita Díaz.

Luego lo han rematado diciendo que cuando va al Corte Inglés regatea.

 

En el Bollígrafo propiamente disfrutamos de la Bollo en estado puro. Garrida de brazos, cruzaba las piernas de modo extraño, con los tobillos apuntando a lados opuestos, como si le acabara de hacer una entrada Alves.  De alguna forma, la Bollo hace con los tobillos lo que Lina Morgan hacía con las rodillas.

Llevaba ella hoy unos pendientes con eslabones de cadenas y todos los pantojistas se negaban a ver en ello el funesto presagio de la prisión.

La Bollo suspiraba. Le preguntaban si sus tetas pertenecían a Muñoz, si ronearon y si alguna vez una mujer le comió la boca a la Pantoja y ella decía la verdad y suspiraba. Debería haber una competición de suspiros entre ella y Rosa Benito. Rosa inhala y Raquel es muy de soplar enfriando la sopa, pero juntas en el plató parecen madres plañideras en el plató velatorio y silencioso.

Al final, como le preguntaron por Chiquetete se puso a llorar lágrimas del alma más profunda y con ella lloraba Chelo García Cortés, que está siempre en entredicho. Yo a estas alturas, y lo digo con absoluta sinceridad, ya no entiendo qué problema hay en ese mundo y entre cuánta gente. Todo es ruido, grito, habladuría y la hemeroteca de María Patiño (parece que nadie, salvo ella, sabe nada realmente del asunto.  Jorgeja ya presenta y calla, pensando en qué tragedia sería si María perdiese su carpeta de apuntes), sin embargo, siguen llegando las lágrimas, diamantes televisivos, y hay algo de emoción en el recuerdo, en las imágenes de archivo. En cómo era todo entonces, cuando el Cachuli paseaba a caballo cual terrateniente cafetero. Y la posibilidad, ciertamente extravagante si se quiere, de imaginar otro mundo en que el amor blanquea los capitales y hay desgarros patrimoniales, confusión de haciendas y mucho puterío.

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