lunes, 17 de octubre de 2011


LA CONFERENCIA DE PAZZZZZZ

Al escuchar que se preparaba una Conferencia de Paz en el País Vasco para la cosa del fin dialogado del conflicto quien más quien menos se ha acordado de lo de D’Ors, lo de que en Madrid la conferencia la dabas o te la daban. Aquí, obviamente, nos la han dado. Esto ha sido una conferencia latosa que a media tarde le ha caído al español peatonal. Porque aunque había una pomposidad y una multilateralidad como de Conferencia de Yalta y estaba en juego algo tan postbélico como la paz –lo postbélico por definición-, esto ha sido un hablar desde la tarima profesoral. La conferencia ha sido la del escritor que sin venir mucho a cuento le endilga la lectura de sus versillos al incauto provinciano en el Centro Cultural de la Caja de Ahorros. Toda Conferencia a media tarde es un abuso, una extorsión y un sinsentido y cabe imaginarse a estos conferenciantes como a Trapiello, pensando del conferenciado –el español-: valiente gilipollas y aún querrá que le firme el libro…

Para empezar, por tanto, nos han conferenciado y además lo han hecho de ese modo abstruso al que ya nos hemos acostumbrado. Conferencia perifástrica, conferencia del tabú, como esos juegos en los que hay que definir las cosas rondándolas sin pronunciar la palabra prohibida ¡Pido la paz y el eufemismo! Diría el bardo, si no estuviese amordazado. Era una conferencia para preparar la paz, pero sin Stalin y sin Churchills, sino con unos señores raros, con una foto extraña en la que faltaban Bono, Platini y una madre de mayo. Parecía un simposio de química con profesores eméritos, salvo por los rostros populares, casi cinematográficos, de Annan y Adams. Una Internacional del cintureo, una élite de la mediación, pero todos ex. Kofi Annan suena a ONU, recuerda a legalidad internacional, pero como hubiera tenido empaque mandelístico Morgan Freeman. Un viejo festival con antiguas celebridades del apatriotismo, con señores raros de la internacionalidad o del sinestatalismo, que son como señores sin padre, señores sin hogar y sin seriedad, que hubieran nacido todos en aviones.

Si no fuera porque a esa conferencia han asistido algunos partidos que no debieran haberlo hecho, el acto sería perfectamente soslayable. A veces uno se sienta a comer en una terraza y le llega un grupo de violinistas a tocar música zíngara que no pega nada y entonces hay dos formas de actuar: ignorarles o no. Si uno hace ademán de darse por enterado o reconoce el hecho violinístico desplegado a su alrededor, ya debe por fuerza de soltar los euros. Es complicado, lo sé, le ponen a uno el violín en la oreja, se retuerce el violinista, gimen los instrumentos, miran escandalizados los transeúntes exigiendo el pago con la mirada, pero hay que resistir a la extorsión con la imperturbabilidad. Estos señores que han conferenciado han dicho unas cosas rarísimas, extrañas, rocambolescas, inasumibles, dedicadas a España y Francia, nada menos, y hay que tomarlos como al loco que clama. Respeto, silencio, quizás un carraspeo. No nos pueden indignar estos señores, aunque quizás sí algunos de los ‘conferenciados’, los listos del pueblo que han llamado a estas viejas reinonas rompepatrias para cargarse de funestas razones. No sé, este gobierno parece el gobierno republicano dejando Barcelona.

Es reprochable que los políticos constitucionalistas, los españolistas, no hayan desarrollado actitudes más firmes ante el escolasticismo y la retórica plastificada del rupturismo, ante ese trabalenguas del terror. Si cada debate en las cámaras representativas hubiera acabado en un primer cortocircuito comunicativo, con políticos de uno y otro bando agarrados a diccionarios buscando la exacta definición de la palabra conflicto. Si cada debate parlamentario hubiese acabado en dos lenguajes inenteligibles, absurdos, diferentes, en un deliberado galimatías. Si cada vez que la palabra paz hubiera sido mal utilziada se hubiera llevado una paloma herida al hemiciclo, esto no hubiera pasado.



En esa paz que quieren no podrán echar palomas, tendrán que echar a volar, qué sé yo, estorninos y en la calle no habrá una alegría, sino una guerra fría. Sí, en eso sí ha sido una pequeña conferencia de yalta, con la legitimidad de una timba de póquer.

Yo, español entero, no me he dejado conferenciar y me he ído al súper. Nunca estuve en guerra, pero sé lo que es el estallido de la paz porque lo vi en el cine: es esa epifanía del cielo y el aire claro que sorprende al Coronel Blimp en lo alto de un cerro solitario al acabar la Primera Guerra Mundial. Sabía de esa claridad, sabía del coro de ángeles, y no esperaba escucharlo esta tarde.

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