sábado, 5 de noviembre de 2011


EL WEMBLEY SOCIATA



Imágenes del mitin sevillano de la nostalgia. Ahora que deja el poder, comprendo, por fin, lo que es el PSOE para sus votantes e interpreto el mitin como una nostalgia, sí, pero con su afirmación. Guerra da la batalla como un personaje terminal en la trinchera, y tañe la fibra sentimental del sociata, como un Freddie Mercury de pana para la izquierda de grandes estadios. Lo de Sevilla ha sido el Wembley sociata. En ese gracejo serio, socarrón, con la inconfundible entonación guerrista y su virtuoso uso de la demagogia –que es como la cursilería del político-, está el núcleo de ese extraño y masivo fenómeno social que es el sociatismo: la congregación sociata, la pasión sociata. Es una pasión y un orgullo que nace de la nada ochentera y tiene su mitología en estos tipos, porque antes sólo hay una nebulosa rencorosa y cuatro ensoñaciones lorquianas y anarcoides, desamortizadoras. Esto sí es real, esto sí es una tradición a la que agarrarse por encima del encanallamiento republicano, porque a Azaña no lo conoce nadie. En Sevilla se representa la existencia ya de una constelación de mitos sociatas que son el orgullo de medio país y una inspiración para la oposición futura. La gente se equivoca al interpretarlo ‘en clave de’ pasado. Sevilla, ese mitin de tenores roncos, es el futuro. Es el cincelarse de los perfiles de la mitología orgullosa del nuevo sociatismo. Importará poco que los articulistas de la derechita, ni derechona ya, recomienden lo contrario: Glez y Guerra, Guerra y Glez son el patrimonio sentimental de media España, la forma de patriotismo que tienen, porque casi se puede decir que no tienen otra.

Guerra es el humorista más largo que tenemos con excepción de Mingote y además es el contrahumorista, el iracundizador de la otra media España. Mi padre, por ejemplo, no puede ver a Guerra sin exaltarse. Esto, obviamente, es un talento inmenso. La capacidad verbal, la capacidad retórica y la inteligencia ofídica de Guerra son un patrimonio de la democracia española. Son, a decir verdad, uno de los grandes patrimonios democráticos. El disenso, el disenso insidioso, rompiendo como un ventarrón el clima de apacible consenso de la transición. Guerra, con su talento chistoso y su mirada venenosa y morada inventa la política española, la política real, entre los usos estalinistas de la izquierda organizada y lo americano, el ilusionismo de mercadotecnia yanqui, y los Pons de ahora son guerras sin su talento. Guerra, que iba de machadiano, pero es bergaminesco. Guerra es la comunicación de los partidos y eso, en democracia, es muchísimo. Si escuchamos a Suárez, con esa enjutez lacónica, escupiendo las promesas ridículamente y es como escuchar al Cid...
Ahora lo comprendo todo. Todo es distinto si se mira con ojos amorosos de nostalgia. Zerolo, por ejemplo, era, en sí mismo, con su suavidad rizada, un revolucionario proceso democrático whitmaniano. Era extender el amor fraterno, carnal o no, hacia los demás, como una enorme forma de concordia, contra el universo Cascos y la retórica macha de la derecha. Eso era Zerolo, y no lo supimos ver. Era el talante, y no era una revolución, sino un revolcón. ¿Qué le pasa a un país si se decreta el amor entre sus ciudadanos? El PSOE, este PSOE desastroso al que la historia (el Tiempo con toga) ha dado el castigo providencial que tantos le desearon, ha hecho visible cosas como el amor sáfico, que era algo que se medio permitía callado en las urbanizaciones de radiofonistas (¡que para colmo se llamaban Moralejas!). Las leyes de tolerancia y aperturismo gay han abierto España al beso homosexual, al morreo rasposo y a las adolescentes resueltas que se cogen de la mano por la calle. Lástima que no hayan legalizado la droga, desligando crimen y alucinación de una vez por todas. Alguien lo decía ayer: el polvo a precio de yeso, y quien quiera que se ponga hasta arriba. Y qué bonita imagen: coca por yeso, caballo por yeso. Total, si no se iba a construir más y nos íbamos al paro. Ahí no ha estado bien el PSOE. Ya que la ruina era segura, deberían habernos conducido a ella con la grandeza decadente de nerones.
Eeste PSOE que lleva ya años agotado, buscando, rebuscando como en el fondo del bolsillo los votos indecisos de los eufemísticamente llamados así,  el voto de calderilla de los españoles sin voz ni opinión ni interés alguno por la vida social; debería, creo yo, haber buscado su reafirmación, sociata, guerrista, un poco tunante, en la verdadera España de la indecisión, la de la duda, la de la cavilación. No era la indecisión demoscópica (¡quién tras estos ocho años puede estar indeciso!), sino la España indecisa de nuestros siglos. Hay en las bibliotecas una España perpleja, intermedia, que algunos llaman liberal, pero no solo, y en esa España se podía haber mirado el PSOE, de la mano del guerrismo, lo mejor de la izquierda española y lo que va a sobrevivir de ella.

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