domingo, 27 de noviembre de 2011


EL REY AHUMADO



Aparece el rey con sus gafas de sol, como en otro tardofranquismo de flebitis, y aunque mi admirado Gistau haya recordado a José Feliciano, la mirada ahumada y riente del monarca me recuerda más bien a los Blues Brothers, con las definitivas gafas del CQC. Se suceden los accidentes caseros del rey, tantos que si fuera reina pensariamos que le sacude el consorte y sólo le falta al Borbón fracturarse el protocolo.


Si la principal función de la monarquía es el pudor, la razón de ser del monárquico, añeja ya la chifladura legitimista, es la prudencia. En un horizonte de plastilina adminitrativa y de plástica de la soberanía, España es una familia, una tertulia y una ruina. Todo lo que no sea el mantenimiento borbón es un aventurismo. La representatividad la tiene el Parlamento, el dinero lo tiene el BCE, pero todo lo demás lo reúne el perfil de moneda del monarca y su sucesión de tiara tendinosa y farfullar sensato. Su poder de galvanización sentimental ha sido una inversión del setenta y ocho, como una enorme infraestructura inmaterial hacia un futuro más tranquilo. 


Piensa uno que falta España para sostener una Familia Real, que falta misterio de palacio, corte y milagros. Quizá falte Madrid y secreto, y de la misma forma que a la alta cocina le vienen faltando ejecutivos, a la monarquía le falle la nobleza y le fallen los súbditos. ¿Qué familia real se merece el español? 'Yo soy juancarlista, pero a qué santo una familia con todo pagado', te dicen. 

La materia real aún es cosa de periodistas que tienen leída la constitución y que por ello tienen en cuenta su rol institucional, pero qué será cuando Peñafiel abdique gagá su putitrono. La grimaldización, dice Gistau, y dice bien: la inversión de lo real con mayúsculas: la precisión terrenal de las pasiones, con su minuciosa descripción a ras de cama. La monarquía es una ejemplaridad, pero también exige una distancia que tenemos que saberle dar.  








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