martes, 20 de septiembre de 2011



EN RECUERDO DE J.


Yo tuve un amigo que hablaba como el de Los Enemigos. Suena Septiembre y lo estoy viendo ahora. Era duro. Hablaba poco. Sólo pensaba en coños y fumaba sin parar. Leía a Miller, Celine y escuchaba a MC5. Juntos mirábamos a las maduras del barrio con descaro, pero a él si le tomaban en serio. Conduciamos visitando a las putas y bebiamos en bares con altillos de los que no queda nada. En Valencia estaba Mérito, donde agarrar cogorzas por las tardes. Nos moviamos en una atmósfera de Huston, sin ninguna afectación. Con él salía solo y nunca más me volvió a interesar esta ciudad. La Malvarrosa, El Puerto, los bares más tirados donde milagrosamente nos dejaban pasar. Empezábamos a leerlo todo y en ese juego él era los Estados Unidos y yo Inglaterra. Tenía el cine y el rocanrol de su lado. Benimaclet todavía era huerta y salir de casa era librarse de una hostia y dejar la ciudad. Era duro, o eso creiamos. Hablábamos de boxeo y del Madrid. Nos hicimos españolistas por joder. Todo eran para él mariconadas y pronto sólo hubo el polvo de las putas, el partido de los sábados, el alcohol primerizo y cada vez menos palabras. De una familia de guardias civiles, tras intentar estudiar estuvo un año metiéndoselo todo, como un vacío en una biografía, e ingresó en el cuerpo harto de la vida. Echo de menos su arrogancia callejera, su dignidad y lamento haberla comprendido tarde. UN talento natural para acodarse en la barra, un superdotado de los bares. Caminaba como John Wayne, pero con una mano en el bolsillo. Rechazaba la amistad, como los gladiadores. Le faltaba humor para ser un verdadero ramone y sofisticación para Lou Reed, pero el whisky lo bebía con la seriedad de Robert Mitchum. Era un tierno hijo de puta al que le metieron plomo en las venas demasiado pronto, porque a J. le sabía mal sonreir, parecía avergonzarse de su propia risa. Tenía la elegancia de despreciar sin odiar y yo no supe ver su tristeza porque quizás me recordaba demasiado a la mía. Le rechacé por una cuestión de ritmo. Había que llenar la vida y salir pitando. Ahora comprendo que tuvo razón. Yo he sobrevivido, me he salvado, pero cargo con la sensación de traición y soledad que nos dejan los suicidas. Y nadie jamás me ha vuelto a impresionar.

1 comentario:

  1. Buena elegía, hughes, aunque se agradecería algún punto y aparte.

    ¿Por qué no recopilas aquí tus textos en fans, para tenerlos a mano?

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