jueves, 29 de septiembre de 2011


SESUDAS REFLEXIONES ACERCA DEL AJUSTE


Todo se ha dicho ya sobre la izquierda en El gato al agua. La izquierda política española, exiliada del Presupuesto, se encamina hacia un éxodo desértico en que lo menos malo será la antropofagia. Alguien se comerá las carnes entecas de Rubalcaba y ése, el devorador de Rubalcaba, será el ungido. De la izquierda teórica se ha ocupado ya la Realidad durante los últimos decenios ignorando cada una de sus propuestas, como las de ese amigo que nunca se sale con la suya a la hora de elegir garito o restaurante. Se ha llegado al punto de declarar anticonstitucional el keynesianismo o lo que por él se ha venido entendiendo. El keynesianismo era una cosa y los keynesianistas, esa facción derrochadora, alegre, charlestoniana, otra. El economista keynesiano siempre me ha parecido a mí un economista sin ganas de serlo, un diletante metido por los padres en la facultad de económicas que se vengaba postulando el teorema manirroto. Pero los keynesianos, al menos, sabían economía, conocían aquello que detestaban. El resto de la izquierda ni eso, el resto de la izquierda era un rencor. El resto de la izquierda era un gran cerebro nicotinizado. No un pulmón, no, un cerebro oscuro lleno de nicotina, oscurecido por la nicotina sectaria y carrillesca y todas y cada una de las propuestas de ese cerebro negro fueron rechazadas por la Realidad, una intratable amante esquiva que se defendía diciendo: “mira cómo acabé la última vez que te di la mano, mira en qué adefesio me convertí ¡No me convienes!¡Deja de pensar, sal al campo!”. Y ahora, quizá como consolación, la izquierda nicotínica puede ver concedida la tasa tobin, ese impuesto aéreo, abstracto e invisible sobre las transacciones financieras de los especuladores, los nefandos especuladores que han sido todo este tiempo los malos sin rostro de los dibujos animados. Especular viene también de espejo y yo siempre que oigo especular pienso que ellos, los de los dineros, nos ponían un espejo enfrente. Dirán los liberales que la izquierda muere matando y que se va al cuarto oscuro de la historia, a lamerse la herida ideológica –cicatriz con forma de desplome bursátil- haciendo lo que mejor saben: gravando. Y el gravar, no deberiamos olvidarlo, es el ejercicio legítimo de una potestad pública limitada y prefigurada por unos principios que son, más o menos, los del Estado de derecho. Esta visión reciente del político desesperado que piensa un nuevo impuesto, un nuevo tipo, una nueva gabela con el único ánimo de recaudar es un disparate indecoroso.  

Dicho esto, protéjanos Dios de los políticos que están por venir. Los conversos del rigor, los furiosos dogmáticos de la honradez y la ortodoxia. Los nuevos patriotas del equilibrio. Victoriosos teóricos e imbuidos de virtud pública, estos señores han cogido las tijeras protestantes del recorte con sus manos católicas de siempre, las que se iban al pan, y ya estamos viendo lo que sucede. El ajuste no es neutro, está cargado de política. Caen festivales de cine, se cierran conservatorios, se suprimen departamentos y sobre el funcionario y su sueldo sobreviene el ajuste, ¡el ajuste! Eufemismo sobre las partes más tiernas de la, digamos, por seguir con la jerga, estructura.

La tiranía, la guerra, la historia, a menudo impactan en las biografías como mero azar, deus ex máchina decidiendo la vida de las gentes. Este ‘ajuste’ que se nos viene encima, improvisado, urgente, va a caer sobre nuestras vidas de una forma azarosa y caprichosa, con algo de la arbitrariedad que tiene la tiranía, porque la arbitrariedad es una forma de tiranía, sin duda.

La crisis es una gran urgencia, un desasosiego. La crisis es una taquicardia. Todo el mundo le debe dinero a todo el mundo. La gente sale a la calle blandiendo fajos de facturas. La factura es el papel más significativo de la actualidad. Está cargado de belleza e importancia y se desliza por debajo de la puerta. Y ya no hay ni cobradores del frac, porque hace cosa de unos meses algunas calles parecían palacios, cenas de gala. Señores vestidos de frac recorrían las ciudades como llegando tarde a la misma boda de postín. En este mundo, en este trasiego, las fuerzas del desorden miran con recelo al tranquilo, al gran apartado, al que no debe, al que a nada aspiraba. El funcionario que no se hipotecó, que huyó de la fiebre corporativa, el que no se compró el Audi inculpatorio. El estudioso, el tranquilo, el sencillo, el profesor de tuba, el opositor, el maestro interino que hace versos por las tardes, el interino (¡el interino!) Ese individuo es sospechoso y ahora mismo es el gran enemigo social, la víctima del revanchismo social de los horteras, que son legión y mayoría, la mayoría en España, porque el centro de los sondeos, el cogollito demoscópico español es el hortera.


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