domingo, 25 de noviembre de 2012





TELEVERITÉ


Un hombre tiene dos formas de explicar su fracaso, dijo Sartre, así que Coto Matamoros, tras ensayar el otro día la tremebunda, reincidió en el Deluxe  por la vía del polígrafo. Más lúcido despachó a su hermanísimo como Mortadelo, a Kiko Hernández como Lucifer de chichinabo (“aunque más de nabo”) y a ambos como  Los Frutos Secos. Con un chispazo de su reencontrada lucidez, evidenció que la telemierda (Pérez Reverte) también ha ido a peor. El realizador dividía en cuatro la pantalla y a su izquierda le miraban Lydia, Kiko y Jorgeja como en la Tribu de los Brady. Ayer Sálvame era un parnaso con el escritor que más vende (“La vida iba en serio”: la actualidad es el morbo de Gil de Biedma, su sentimentalismo peor y nada de su rigor) y “el segundo mejor después de Cervantes”, un Panero para los que no leen:

-¿Me tiene que gustar Chueca por cojones?

Y al decir eso y reconocerse “homófobo del movimiento, no del individuo”, Jorgeja abandonó el plató dando la espantá que daba Míchel en el Bernabéu de los ochenta. Acabada la revolución catódica del Sálvame, ahora es un tinglado extraño en el que el público no suena a risas enlatadas, sino a aplausos de mitin de Pere Navarro. Por defender la libertad individual sin la militancia del sexo y rechazar el gueto, es decir, por decir cosas parecidas a las que alguna vez dijera Pombo, que es tan gay como Jorgeja, le hicieron a Coto la lobbytomía. El Sálvame echa de menos la absurda intimidad de Belén Esteban, sus lágrimas de oro catódico, su amorío a lo Liz Taylor y Richard Burton con Fran. Se echa de menos hasta a Topacio, esa Belén trans, porque Jorgeja  ya sólo brilla cuando bebe como un piconero Málaga Virgen y su televisión nos resulta paradójica: cuanto más cinica más aficionada al polígrafo: la verdad científicamente revelada, objetiva, absoluta. Frente a la verdad múltiple de un debate o la machadiana libertad conjunta de una entrevista, el totalitarismo de la Verdad única (televerité). Del corazón al cardiograma. Sálvame antirrelativista y moralizante. Quién nos lo iba a decir.

(LAGACETA, 25-XI-12)








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