martes, 3 de julio de 2012



VALENCIA EN LLAMAS



El viernes, llegar en coche a Valencia provocaba una sensación de creciente extrañeza. Al aproximarse, el cielo se oscurecía de modo inquietante, en las lunas refulgía un sol apagado y eléctrico y las cosas se anaranjaban. El gris del asfalto era más denso y las flores de la mediana ganaban un irreal rosa de intensidad onírica. Durante las horas siguientes, del cielo caían cenizas como pájaros muertos.

A la atmósfera se le da poca importancia, pero vivir tres días en Marte le devuelve a uno el orgullo terrícola. La gratitud por el cielo conocido y por la luz, cursilería fundamental de la vida. El sol ha sido un sfumato naranja en un vaho de estaño. Todo del color en que lo ven las folclóricas que no se quitan nunca las gafas de sol. Desquiciamiento ambarino y el presentimiento de las dentelladas de un fuego cercano, como en los antiguos asedios de las ciudades. Valencia callada para oírlo llegar. Algunos necesitaban la megalomanía de un Nerón nuestro y pronto, como en Roma hicieran con los cristianos, se buscaba autor para el fuego. Al parecer, un tío quemando rastrojos y un par con placas solares –sarcasmo de lo sostenible-. O la austeridad, el recorte en la partida correspondiente. Si no hay dolo, al menos debe haber responsabilidad y la demagogia, siempre con poderoso estilo, lo fijaba así: la fórmula uno ha dejado a Valencia sin árboles.

Clubes secretos de pirómanos inocentes acercaban sus coches a las laderas para gemir abrazados y gozar del espectáculo. La oposición clamaba por más hidroaviones (¿dónde está el hidroavión, joya socialdemócrata, sobre el que un presidente de diputación haga el milagro de llover?), en el periódico todas las metáforas herían (tal cosa, un bosque; tal medida, un cortafuegos; cierta portada torpe…), y esa sensibilidad anunciaba el nacimiento de una corrección política a lo Prestige en la otra propagación de internet. Rajoy, temiendo quizás un nuevo lapsus de hilillos negros, dejaba la manguera institucional por la vuvuzela unísona de la marca España.

Mientras escribo, el viento de levante, no sabemos sin instado por algún cargo electo, parece colaborar en la detención de los incendios que ya han arrasado la franja interior de la provincia, llegando a las inmediaciones de la Sierra de Espadán en Castellón. Valencia, ternaria como todo, es ese interior y luego asfalto y playa. Los bomberos y voluntarios, como Prometeos, parece que ya guardan el indómito fuego en su cajita, porque apagar el fuego es como volver a tenerlo. 

El fuego no ha dejado nada de un mundo coherente. La gente llora y nadie sabe dónde va a descansar la mirada en los próximos años. Lo cierto es que a la España interior –la periferia de toda provincia-, sólo le quedan las instituciones, y eso es poco. Y que apagar un fuego complica el virtuosismo del encaje competencial más que un nacionalista. Hace años, el Todos contra el fuego logró mucho sacando a Serrat al monte para que cantara a los horteras de la barbacoa eso de que el entorno no es de adorno.



(Publicado en LAGACETA el 3-VII-12)


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