jueves, 14 de junio de 2012




ESPAÑA 4-IRLANDA 0. MI VERDAD


Empezaba la retransmisión con el himno de Irlanda cantado por veinte mil gargantas, conocedoras casi todas ellas de la sensación beatífica y musical de estar como una cuba. Paco González extasiado, porque estas cosas a él le privan y el realizador sobre los ojos azules de Trapattoni, old blue eyes del fútbol, que dejaban escapar un brillo senil e inexplicable de emoción gaélica. Pero esos ojos del Trapp son italianos y han visto todo el fútbol. Este señor entrenaba la Juventus de Tardelli y Bettega, el equipo anterior a Platini; ha estado en el Milan, en el Inter, en el Bayern y en medio mundo (es como Aragonés sería si a Aragonés le hubiese dado por los idiomas y por cuidar el colesterol -¡por eso Del Bosque le quitó la selección, por el colesterol!-) y al poco de empezar el partido empezó a mirar la cosa con un gesto que ponen a veces los toreros cuando sale el toro y no lo terminan de ver. El mítico entrenador se cruzó de brazos y así se quedo, brazicruzado hasta el final, en símbolo de lo que el tiquitaca ha hecho con todas las categorías futbolísticas anteriores.

El rey del catenaccio se cruzaba de brazos como esperando el bus y sus jugadores, con empeines troquelados, jugaban a eso tan noctívago de la “segunda jugada”, que viene a ser la espuma del fútbol, la resaquilla de lo que queda, el oportunismo concreto del balón suelto y botando.

Los irlandeses corrían por el campo como personajes de su literatura que estuvieran atrapados en la red del destino y la fatalidad. Keane, por ejemplo, en una jugada en que pugnaba con nuestros defensas parcía que pataleaba como un bailaor. Estos irlandeses que han inventado el irish pub, que es donde mejor se ve el fútbol, son unos irreformables tuercebotas.

El partido ha sido la ratificación del once español, de la pugna entre Iniesta y Silva por el balón de oro y una profundización en el tiquitaca post-pep.

-Está mojadito (el césped).

Ya sabiamos que el rival se tiene que dilatar y el césped, factor político, estar mojadito, humedecido. La lubricidad es fundamental y sobre ese tapete rociero cinco centrocampistas como cinco soles moverán la pelota como debería moverse la moneda. En España el euro se mueve poco, pero el balón es como la musaraña que estamos todo el día viendo rodar. El tiquitaca busca la fluidez de la pelota y sus centrocampistas son bancos solventes y financiadores que liberan el flujo de caja y quizás Busquets sea el gobernador del banco central que no tuvimos: acompasamiento a ratos, tajante corte en otros, ¡valladar del crédito de la pelotita rodadora!

Los españoles pensamos con los pies, Xavi es un flaneur (Xavi, raro Xavi, con su tonsura punk de pelos esgalichados alrededor del inicio de calva).

Iniesta era retratado hace unos días como Oliver Atom rodeado de italianos y es verdad que Iniesta parece siempre un cervatillo rodeado de lobos en un documental de Félix Rodríguez de la Fuente, un Bruce Lee rodeado de chinos que le quieren zurrar, una rubia satánica rodeada de falos en un bukkake. Iniesta es a un tiempo acosado y dominador y sus slaloms son una secuencia de movimientos coreografiados en los que sale de un asedio. Es un hombre que parece que se mueve desencadenando una serie de acciones rítmicas y armonizadas que hubiera estado antes ensayando una semana con Rafa Energy, el de Fama. Si el fútbol de Iniesta lo viéramos al revés sería siempre un tío solo que se mete en un embrollo de rivales que le rodean como queriendo quitarle el reloj.

Silva vive detrás de Torres, con su genio mayúsculo, como una sombra recortada y angélica que le hubiera salido al niño. Su gol era un tobillo jugando con los irlandeses.

Yo creo que para engañar a los mercados sólo nos va a quedar un amague de Silva.

La barba de Xabi Alonso, a un centímetro del estilismo, le asemeja a veces al escocés de los Simpson, el que cuida el instituto (¡Nekane, haz algo!).

Al final, los irlandeses yo creo que daban las gracias porque la derrota era lo suficientemente abultada como para beber con ganas. Un 1-0 dejaba lugar al comentario, al mecachis, pero con un 4-0 uno se puede tajar con suficiente melancolía. Ellos atronaban sus salmos como en una liturgia mientras Xavi, circunspecto y más grande que un Platini, se iba quitando la casulla.

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