viernes, 23 de marzo de 2012



LA DISPEPSIA DE PEP (Publicado en LAGACETA el 23-III-12)


En España lo que sobran son temas. Abro el periódico y sale Camps como el Tonet de Cañas y Barro, haciendo de gondolero de la Albufera y los dedos chisporrotean ante el teclado como ante la cacha de Beyoncé. Sin embargo, el articulista se distingue por la disciplina y yo quiero hablar de Pep Guardiola y de sus ruedas de Prensa, que son las ruedas de Prensa que junto a las de Soraya definen la vida española. Si Soraya es la Marisol del reformismo, Guardiola es el pubillo catalán perfecto.
Se dice que una vez hubo un periodista con lengua un poco anabolena que en la sala de prensa del Camp Nou osó lanzar a Pep una pregunta incómoda. Según la leyenda, al finalizar y apagarse cámaras y grabadoras, el viperino fue inmovilizado por los propios periodistas que le arrancaron la lengua como en Juego de Tronos. Ahora, el mudo insurrecto se sienta en las últimas filas y levanta la mano para dar efecto de pluralidad cuando hay Champions.
Las ruedas de Prensa de Pep recuerdan a los saltos de trampolín de Greg Louganis. Un silencio expectante, un individuo narcisista marcando paquetillo, un volatín, un tirabuzón y una zambullida en la humedad del yo. Pep habla siempre como observándose a sí mismo desde fuera, como movido por una profunda convicción virtuosa. Incluso cuando Pep parece improvisar la respuesta, su balbuceo se parece a un monólogo de Juan Diego Botto, una estudiada dubitación onanista.
Guardiola, con su voz de radiofonista nocturno, muge un poco, vacila como si se tradujese del ruso y suelta ese adjetivo tan barcelonés, brutal, que es el adjetivo antipla, porque es como lanzar sobre el sustantivo una bomba atómica. Pero en los últimos tiempos algo le sucede a Pep, algo que no pocos han detectado. A Pep le sobreviene un leve eructillo, un gasecillo como de haber almorzado antes una tortilla de ajos tiernos. Mientras dice esas cosas que dice, que la Liga no la van a ganar, que no, y que Bielsa es el mejor entrenador del planeta, a Pep le viene el eructillo y el discurso se le interrumpe y los periodistas se miran un poco desconcertados y alguno ya va preparado con sales de fruta y todo, porque el eructillo de Pep empieza a ser el gran problema de la unanimidad retórica del Barça y parece que sólo ese contratiempo paraliza la fluencia de su discurso, su circulación infinita del balón.
Pep tiene, y no se quiere decir, dispepsia, y la dispepsia de Pep es como la rebelión de su organismo ante su santurronería laica, como si su sistema digestivo le lanzase una oleada de acidez –acidez totalmente mourinhista– que recordara a Pep que en el fondo de sí hay un ser humano imperfecto, incluso un ser humano con voluntad de dominio, ¡un ser humano que hasta pretende ganar la Liga! La dispepsia de Pep es la rebelión de un canterano, como si Xavi e Iniesta hicieran sus paredes y Pedrito se interpusiese dando un enorme patadón incongruente. Este Pep dispéptico es una rebelión fisiológica contra el mismo Pep, una parte de Pep contra sí mismo, contra su ser-siempre-Pep.

6 comentarios:

  1. Pues vaya una mierda. Ya le gustaría que su querido Mouriñu fuese como nuestro Pep.

    El suyo es un mercenario y el nuestro es un ser de la casa.

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  2. Excelente. Desconocîa el incidente de la pregunta en castellano. Y no enitiendo porqué algunos dicen que el fútbol murió en Stamford Bridge

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  3. El problema de (casi) todos los que critican a Guardiola es que gana. Imagínense a Zapatero y que supiese hacer bien las cosas. El acabóse.
    Lamentablemente, parece que no saben usar con él otro argumento que el de los progres en el asunto palestinos/israel. Para unos (israel y pep) la ética -han de ser buenos-, para otros (palestinos y pepe morito) la sociología -lo importante es ganar, las circunstanbcias mandan.
    La conclusión acaba siendo que a uno no se le puede agunatr porque es un hipócrita (¡ojalá fuéramos todos más victorianos! digo yo) y al otro se le debe perdonar que sea un hijo de puta. En fin, el babeo del pequeño burgués frente al sinvergüenza (véase 'Todos dicen te quiero', de Woody Allen, con la familia progre neoyorquina invitando a presidiario), el desprecio del canalla manqué frente a las formas. Pongamos que hablo de Madrid, donde los señores no dejan jugar ni la final de la Copa del Rey.

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