domingo, 18 de marzo de 2012


UN RATO DE TELE: GRAN HERMANO 12+1, UNA VISIÓN SESGADA




He soñado que alguien me presentaba a Mario Vaquerizo y que con una de sus carcajadas a lo Ortega Cano me metía en la casa de Gran Hermano. Una vez allí, el sueño descendía por una pendiente surreal hacia los traumas, anhelos y paraisos perdidos de la infancia, que no es cuestión de pormenorizar aquí.


Este rapto onírico, rapto en todo el sentido de la palabra, pues esa casa tiene algo de zulo televisivo, ha hecho que ahora, mientras espero que la cafetera suelte su vaporcillo y que el café ascienda por su pitorrillo como una eyección orgánica, símbolo de todas las eyecciones, me hayan entrado ganas -valiente capricho- de escribir sobre la edición decimotercera de GH.


No he visto mucho, porque sus galas son largas y en ellas la Milá, histrión al que hemos terminado por tolerar, se excede en demasía. Me gustó el formato inicial organizado para que hubiera un senado de ex-concursantes, donde Pepe, doble ganador del programa, iba de Rajoy absoluto, explicando las minucias y canalladas concursiles como quien explica una disposición adicional mientras Ainhoa, su tercera victoria, le miraba arrobada.


Al inicio del pograma me decanté por el valenciano David. Vencido el espanto que me provocaba su desatinada metrosexualidad, vi en ese hombre sensibilidad y ternura, confirmadas al poco cuando dejó el programa (¡pagando!) por amor, por recuperar su matrimonio. Ido y todo, aún conservo simpatía hacia este hombre ponderado y algo medroso que supo convenir, explicarse, disculparse y renunciar, simbolizando, en mi opinión modesta, la renuncia televisiva como gesto enorme de heroismo contemporáneo. David, tomado a chufla en un principio, pasa a la historia como el gran renunciador televisivo.


Si mis simpatías iban con David, mi instinto lobo y zapeador iba con Zulema, que era como la boca de los rolling stones en una mujer en paz con la pachamama. Zulema, yo lo vi muy pronto, era una mujer de chacra justo, de chacra bien puesto y de boca obnubiladora. Una boca que podría haber resistido todo el concurso pues si algo sucede en GH, si algo es propio de GH es el desmoronamiento de la mujer en lo que la mujer actual tiene de encantamiento. La mujer, la mujer así dicho con entereza de Fary, entra despampanante y taconeadora y acaba con el paso de las senanas por desmejorarse. No pasa siempre, ni con todas, pero GH sirve para que comprobemos la integridad de la belleza de cada concursante femenina. A mí me ha pasado con Noe, la surfera canaria. Al principio me pareció un bellezón, pero luego, a medida que iba sufriendo por el italiano, que éste le robaba el corazón y le iba robando la frescura y a medida que entraban nuevas concursantes, me fue pareciendo una mujer llena de aristas, hermosa a su modo, sensible y buena, pero nada despampanante. En el revolcón del edredoning se nos despeinan y desmejoran ya para los restos.






En la actualidad, la concursante Berta, que tiene cara de mala y pone morritos fatales de camarera noctámbula, goza de mis preferencias ya que, como dijo Daniel, la brasileña era demasiada mujer para mí y que en su meneo de cadera atisbé yo más luxaciones que placeres.


Pero la concursante que está dominando esta edición es Ari, la vástaga del cantante de Obus, una mujer llena de tatuajes y pendientes, que parece una adolescente tribal. Esta chica tiene una personalidad moldeada por la sentimentalidad de reality. Es una rozadora nata, alguien que tiene que estar siempre tocando o siendo tocada, mendigando cariño, abrazos, buscando "el apoyo", que siente todo "magnificado", con dramatismo de nominación, que siente cada intercambio humano como una amistad definitiva y el amor como un cuelgue incongruente, pues siendo tan así, tan tribal y tuneada ella, del tuneo dificil del garabato y el metal, va y se enamora de Michael, que es un policia local andaluz con lo alternativo en el blanco de los ojos y con las luces exactas para ir por el mundo.


Ari ha ido mandando a todas sus amigas al paredón porque no siendo mala, tiene tendencia al cuchicheo y el bisbiseo conspirador, aunque a ella se le perdona por desgraciada en amores y porque verdaderamente es así: es sincera en su dramatismo e intuimos que fuera es igual, una mujer tamagochi.


La personalidad más descollante y el probable ganador es Pepe, el bailarín flamenco. Ojos intensos, melena bi, y una gracia muy personal para decir las cosas, con sinceridad despiadada que nunca es malaje. Es un jugador íntegro, que aporta originalidad y frescura. El gran hallazgo de la edición.


Luego está Sindi, almodovariana pero cargante, uno pequeño que juega el rol del machismo tremebundo y que quizás tenga algún plató en MYHYV, la muchacha que vive pegada a su amuleto de madera por haberse tomado demasiado en serio una superstición y Juan, el cura, que tiene un punto trash, pero que nos dio algo de lástima cuando miraba a la brasileña con un deseo melancólico. Él, que es demasiado inteligente para ganar, ha dicho que siente que ha pasado por la casa sin problemas, pero con la certeza de no haber dejado verdadera huella, ese reguero de lágrimas histéricas que dejan las amigas en Ari, evidenciando quizás un conflicto entre la emoción verdadera y la emoción televisiva, que tiene un clic propio, un secreto al alcance de algunos elegidos.

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