miércoles, 15 de febrero de 2012

LA GARZONIDAD (Publicado en LAGACETA el 14 de febrero de 2012)


El primer recuerdo suyo es verle de portero de Luis del Olmo en el Bernabéu, con un aire a Busquets, esa excentricidad pernerona de Cruyff.
Garzón era también el saltito solvente con que salvaba los escalones de la Audiencia Nacional, como una Norma Duval en el Folies Bergere de la judicatura. La gente, al ir a Madrid, buscaba la foto allí, olvidando los escalones con leones del Congreso.
Mi madre admiraba a Garzón: Mira, hijo, me decía, se sacó la carrera trabajando en una gasolinera, y ahí le tienes, ¡de juez portero! Fue, como Mario Conde, ejemplo y modelo social. Un señor que en lugar de biografía iban esculpiendo su busto, que llevaba bajo el brazo como se lleva el pan:
-Hola, soy Baltasar. Dejo aquí mi busto, gloria de mí mismo.
Había algo superheroico en él. Cuando nos preocupó la droga, perseguía a los narcos; cuando ETA nos obsesionaba, fue azote de comandos. Después, con la memoria histórica, un Indiana Jones de las cunetas. Era el juez de la Democracia, su maromo judicial, y el resto de jueces, a su lado, nos parecían juececillos.
Se vio que todo estaba perdido cuando Don Baltasar, ante un juez y siendo un juez él mismo, con su voz de ciervo herido citó a Kant para decir que el tribunal de un hombre es su conciencia. En esa deriva kantiana está la democracia española: en el libre examen de las sentencias, nuevo protentastismo del español que se piensa que las sentencias se discuten o desacatan como si fueran un penalti que pita Iturralde. Luego, resulta que las sentencias, como los prospectos o el Ulises de Joyce, no las lee ni la madre del juez.

Se ha dicho que Garzón no instruía bien, pero es que la instrucción debe de ser la parte más penosa de ser juez. ¡Con lo bonito que sería sentenciar a pelo! Y no, que dictar tiene sus preliminares como los tiene el amor. Ahí se le veían las humanas ganas de “hacer justicia”, que convierten el juzgar en algo personal, maniobrero, cuando la justicia se hace con su mecanismo eterno y garantista de reloj movido por la contradicción.
Garzón era el redentorismo que al español le entra al llegar al trabajo:
-Solicite de El Cairo el certificado de defunción de Tutancamón, que a ese caballero le voy a poner en su sitio de una santa vez.
Tras el furor de querer arreglar el mundo, nos llega la limitación, normalmente antes del almorzar, y seguimos con nuestra melancolía de facturas. ¿Pero quién no se ha salido alguna vez de sus zapatos como de una lamentable jurisdicción?

Entre los poderes del Estado no había un éter puro, sino una sustancia, un bullir intrigoso, que aunque no acabe en él cabe bautizar como garzonidad. Politizada la justicia, judicializada la política, su inhabilitación llega justo cuando Gallardón reforma la justicia y cuando más evidente es la anemia de liderazgo de la izquierda, que a este paso va a tener que apuntarse a E-Darling para encontrar un líder. Garzón, al fin, quizás deje la causa judicial, que no deja de ser un coñazo, por la causa abierta, grogui e indignatriz del socialismo.

1 comentario:

  1. No puedo decir nada al respecto... a mí también me ha recusado el juez Garzón.

    Mr. Burton

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