MIMOSÍN
HIPOTECARIO
El
Gobierno, que saca decretos como los Beatles sacaban singles y tiene un
liberalismo de subir impuestos y un derechismo de proteger al deudor, ha
anunciado unas medidas para suavizar el llamado desahucio hipotecario. Es, nos
dicen, una moratoria destinada a lo hipotecario, porque si yo me hago fuerte en
mi piso alquilado alguien vendrá a echarme, y se piensa para el “colectivo más
vulnerable”, que es un adjetivo sexy porque cuando lo dice Soraya parece que le
está reconociendo a Guindos la sensibilidad, pero que no lo dice pensando en De
Guindos, claro, sino en el colectivo de los potencialmentes wertherianos -de
los aún más wertherianos-. Esto ya ha sido calificado como una chapuza por los
afectados, que aspiran a la dación en pago, la amnistía hipotecaria, la
conflagración de la hipoteca, el dondedijedigo contractual. La hipoteca ha sido
para el español algo así como una suegra y lo cierto es que los banqueros dicen
que la mora hipotecaria no es muy alta y no lo es porque el español paga la
casa, paga porque tiene el sacramento de la hipoteca y se queda sin comer si es
necesario, porque la hipoteca ha sido la otra santa. El español con la hipoteca
estaba aceptando otra mujer, el aquí mi señora no era a la esposa, era a la
hipoteca, la señorona fiduciaria, atisbo de eternidad, y por eso cuando se
habla de una dación en pago o de suavizar la hipoteca uno se teme el
equivalente a otra revolución sexual, una revolución hipotecaria del despelote
financiero, porque sin hipoteca ancha es Castilla; sin hipoteca la vida sería liberar
y deslocalizar al español, aligerarlo de manera que todos nos iríamos a por
tabaco sin un Lobatón que nos buscase. No sólo el crédito, la estabilidad
sentimental española depende de la hipoteca. Cuando surge la duda de cómo
llamar al matrimonio gay apetece gritar: ¡Hipoteca, que lo llamen hipoteca! La
libertad de la hipoteca es una nueva libertad sexual porque si el español se
metió en ella y ahora pretende dar el piso y salir airoso está queriendo pasar
de la cultura de la propiedad a la cultura del alquiler, pasar en unos años del
iberismo de túmulo y raíz al europeísmo del alquiler. Antes del derecho romano
el deudor entregaba al niño en prenda y quedaba libre, a partir de los romanos
no había niño muerto y al deudor le perseguía su deuda como un cobrador del
frac invisible, pero esto nuestro de entregar el piso sería como volver a la barbarie
de dejar al niño/piso (¿no es el piso, la verdad, el niño mudo y sin problemas
en la escuela del español?) y a vivir la vida y al alquiler subvencionado y al
republicanismo ikea y a Torrevieja en verano, eliminando con ello nuestra
última hidalguía, porque la deuda, que en algunas lenguas significa pecado, nos
perseguía como una falta espiritual, como un remordimiento que no nos dejaba
dormir. Hemos querido ser propietarios y la hipoteca ha sido un espejismo de
propiedad, que es un derecho moral y además (¡Susaeta!) un derecho sobre la
cosa. Es decir, españolísimo.
(LAGACETA, 16-XI-2012)
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