viernes, 16 de noviembre de 2012


MIMOSÍN HIPOTECARIO


El Gobierno, que saca decretos como los Beatles sacaban singles y tiene un liberalismo de subir impuestos y un derechismo de proteger al deudor, ha anunciado unas medidas para suavizar el llamado desahucio hipotecario. Es, nos dicen, una moratoria destinada a lo hipotecario, porque si yo me hago fuerte en mi piso alquilado alguien vendrá a echarme, y se piensa para el “colectivo más vulnerable”, que es un adjetivo sexy porque cuando lo dice Soraya parece que le está reconociendo a Guindos la sensibilidad, pero que no lo dice pensando en De Guindos, claro, sino en el colectivo de los potencialmentes wertherianos -de los aún más wertherianos-. Esto ya ha sido calificado como una chapuza por los afectados, que aspiran a la dación en pago, la amnistía hipotecaria, la conflagración de la hipoteca, el dondedijedigo contractual. La hipoteca ha sido para el español algo así como una suegra y lo cierto es que los banqueros dicen que la mora hipotecaria no es muy alta y no lo es porque el español paga la casa, paga porque tiene el sacramento de la hipoteca y se queda sin comer si es necesario, porque la hipoteca ha sido la otra santa. El español con la hipoteca estaba aceptando otra mujer, el aquí mi señora no era a la esposa, era a la hipoteca, la señorona fiduciaria, atisbo de eternidad, y por eso cuando se habla de una dación en pago o de suavizar la hipoteca uno se teme el equivalente a otra revolución sexual, una revolución hipotecaria del despelote financiero, porque sin hipoteca ancha es Castilla; sin hipoteca la vida sería liberar y deslocalizar al español, aligerarlo de manera que todos nos iríamos a por tabaco sin un Lobatón que nos buscase. No sólo el crédito, la estabilidad sentimental española depende de la hipoteca. Cuando surge la duda de cómo llamar al matrimonio gay apetece gritar: ¡Hipoteca, que lo llamen hipoteca! La libertad de la hipoteca es una nueva libertad sexual porque si el español se metió en ella y ahora pretende dar el piso y salir airoso está queriendo pasar de la cultura de la propiedad a la cultura del alquiler, pasar en unos años del iberismo de túmulo y raíz al europeísmo del alquiler. Antes del derecho romano el deudor entregaba al niño en prenda y quedaba libre, a partir de los romanos no había niño muerto y al deudor le perseguía su deuda como un cobrador del frac invisible, pero esto nuestro de entregar el piso sería como volver a la barbarie de dejar al niño/piso (¿no es el piso, la verdad, el niño mudo y sin problemas en la escuela del español?) y a vivir la vida y al alquiler subvencionado y al republicanismo ikea y a Torrevieja en verano, eliminando con ello nuestra última hidalguía, porque la deuda, que en algunas lenguas significa pecado, nos perseguía como una falta espiritual, como un remordimiento que no nos dejaba dormir. Hemos querido ser propietarios y la hipoteca ha sido un espejismo de propiedad, que es un derecho moral y además (¡Susaeta!) un derecho sobre la cosa. Es decir, españolísimo.



                                                                  (LAGACETA, 16-XI-2012)

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