miércoles, 14 de noviembre de 2012



HUELGA DECIR


Allá donde triunfa la Huelga General  –digresión perpleja: ¿Por qué trabajan los periodistas y los medios abiertamente partidarios de ella?- la vida es aburrida. El cóctel de ideología y coacción depara extrañamente un festivo sin la carga del festivo, una placidez muy libre de referencias. Si la Huelga triunfara plenamente sería como una Semana Santa de antes. Ningún sitio donde tomarse un café, cines cerrados, cartas de ajuste y en la calle procesiones con imágenes de hombres barbudos con retórica sacrificial.

En la huelga hay tres tipos de actores: los espontáneos del 15M, que aparecen sin previo aviso para cortar una calle, rodear cualquier cosa o protagonizar intensos diálogos con los policías, con los que se encaran cual boxeadores al bajar de la báscula, lanzándoles felipillos con agresividad borroka. Este grupo de gente aparece de repente, sin previo aviso y se coloca allí, en plan coro griego, con todo el sentido actual de lo griego.

Además están los piquetes informativos, reconocidos legalmente, con una labor de misioneros de la octavilla y luego el piquete performativo, que es fundamentalmente Willy Toledo y su troupe.

En Twitter decíamos que Willy se había encerrado en el Teatro Español con su grupo revolucionario de actores para verse actuar unos a otros hasta la inmolación. Una Waco del arte dramático. Willy Toledo es  el Willy más extraordinario desde Willy DeVille y está llevando la tan poco española expresión del enfant terrible hasta territorios que sólo ha pisado Pocholo. Willy es un poco el Robert Downey Jr. del compromiso político y está en una espiral de autodestrucción que nos asusta porque se acerca a la figura del juguete roto. Tememos el día en que al salir del FNAC nos aborde un irreconocible Willy vendiéndonos por la voluntad un periódico anarquista.

La Huelga, al final, va a ser la única función de Willy. Se necesitan mutuamente, porque lo cierto es que se está apoderando de esta jornada de la forma en que Jimmy Jump se apodera del Barça-Madrid o la cabra del Día de la Hispanidad. Ya esperamos qué tendrá pensado, qué forma tendrá de escenificar su incomprensible y furioso odio a la vida burguesa. No es descabellado imaginar a Willy cepillándose la espalda en un barreño, cocinando sus propias galletas o alambicando un güisqui doméstico.

La forma en que los huelguistas la toman con la vida comercial es absurda cuando existe el teletrabajo y la compra-venta por internet. ¿Qué sentido tiene cerrar los bulevares si podemos comprar en la red? Intrépidas reporteras dejan de dar el parte del tiempo desde lo alto de un risco y se van a  a MercaBarna o MercaMadrid, donde se escenifica el colapso de la distribución, pero ya llenamos la nevera ayer en el Mercadona. La gente baja las persianas, pero bajar las persianas no es dar la razón. No es una medida expresiva en diálogo alguno, sino una representación destinada a perpetuarse, alejada del sentido como… ¡como las compras en Navidad!

Compramos en Navidad por lo mismo que dejamos de hacerlo cuando hay Huelga. Por alguna oscura razón perdida en el tiempo.

La Huelga empieza a ser absurda y dejar de trabajar en un país en que no trabaja casi nadie puede deparar la sorpresa de que todo funcione, de que el país vaya solo.

Esto es un derecho constitucional,  me dirán, y es cierto, pero la Constitución empieza a parecer un texto kitsch y algunos de sus derechos y deberes las justificaciones para comportamientos excéntricos y festivales de impostura, como la raíz folclórica y remota que lleva a la gente a disfrazarse de moro o de cristiano. Porque la dialéctica obrero-patrono que hoy se escenifica es el Moros y Cristianos de la política, como presentía ayer José Ramón Márquez.

Estamos “alienándonos” de  nuestra Constitución, o es ella que se nos aleja, como se aleja una moda de la que abusamos, envejeciendo tan mal como el cine de los setenta. Yo pienso que una constitución de finales de los setenta no puede durar mucho porque… ¿qué ha quedado de entonces?

Nota de última hora: Cuentan por internet que Herman Tertsch habría podido grabar su crónica de la jornada huelguística la noche anterior. Si esto es así estamos ante una genialidad de primer orden, dado que la huelga es una representación. ¿O acaso no puede alguien hacer una crónica del Misterio de Elche la víspera y dedicar el día a algo auténticamente divertido?

2 comentarios:

  1. A mí las huelgas siempre me han parecido tremendamente graciosas, especialmente las generales. Los mismos que durante el tiempo entre huelgas se dedican a apoyar la conculcación de derechos constitucionales se convierten por un día en los más entendidos y mayores defensores del único derecho constitucional que les interesa.
    Se acaba el día, y se vuelven a acabar los derechos

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  2. Y lo de algunos sindicalistas raya el absurdo. Te exigen u obligan a que ceses en tu labor profesional ese día, pero ellos siguen cobrando su jornada y tiene su dieta bien asegurada. Y lo de los medios con esa línea editorial secundando la huelga pero ellos llevándoselo calentito... hipocresía de alto standing.

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