TELE: UN CACHITO DEL LOCO
El Loco y Juan Tamariz. El mago tiene querencia gaditana y quién le va a culpar. La Caleta despliega su panorama de barquitas y su sol derretido sobre la playa eterna. Cádiz esperando el bergantín que no llega, que dice Gabo. El Loco, con su emperifollamiento de pañuelos, le saca al mago unos trucos en un teatro sevillano y un poquito de gaditanismo, que no le imaginábamos al ilusionista socarrón.
Pasa después a hablar del amor, con la señora Galiana y una mujer, en sus cuarenta muy bien llevados, que fuera la loca de amor, la loca de amor de Falla, otro gaditano, en el desvarío televisivo de los ochenta. El amor fou, de puñales en el pecho, es ahora una pasión fría, discontínua y racional y Galiana tuerce el gesto y reconoce haber sido tocada por un solo hombre, su marido, del que afirma no poder decir lo mismo. ¿El amor, Gala? Todo. Todo. Todo. Negando, afirmando, resuelto, elocuente: el amor lo es todo. ¿Y para Punset? Supervivencia y erotismo mitocondrial. Y hasta Bucay define el amor como la libertad que se le da al otro para cometer actos contra nosotros mismos, como si amar fuera una pirueta contractual. ¿Es ponerse en manos del otro? Quizá, Bucay, cursilón siniestro, y el Bucay español, Marina, que dice que el amor no es convivencia. ¿Qué será el amor? La Jurado afirma que una especie de sed de absoluto, un placer y un daño y entre cada palabra deja un vacío y un gesto que es más grande que todos los poemas; Shakira, cuyo trasero es una perfecta definición del amor, dice, con una entereza que no se merece su amante fronticorto, que es Dios en la tierra para los creyentes y la razón que evita el suicidio masivo para los que no lo son. Horas de televisión resumidas en una divagación sobre el amor y sobre todas ellas la de Paco Rabal, reconociendo que una cosa es el amor y otra el polvo loco, mientras le miran ojos amorosos y pacientes de su esposa, que hace de loco de la colina y deja escapar un chorro de dolor por la mirada.
Necesitamos televisión en directo. En riguroso directo. El rigor del directo es la respiración administrada, el juego de la respiración que ensayan ya todos los invitados del sálvame, y la iluminación nimbada del loco en su colina, con ese andalucismo paciente y senequista, es como el directo enfrascado para que el ambiente dela entrevista se condense. Que no sea directo, pero que hable gente y que se recupere el género de la entrevista. Muchas veces, la telebasura tiene el interés, el simple interés de ver gente hablando sin ficciones.
Las locas por amor dejan de serlo y en su enfriamiento parece apagarse la pasión que todos tuvimos, adultos, ancianos, niños, en los ochenta. Tengo nostalgía de ese amor de la loca enamorada y yo era un niño. ¿Qué pasión sintió? ¿Qué desgarro? ¿En qué bares, con qué canciones? ¿Qué gemidos, qué gritos? El amor, dijo alguien, es un beso, dos besos, tres besos, dos besos, un beso y luego ningún beso, sí, pero aún entonces, un cautiverio y una respiración.
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