Desde que tengo un blog, cuando tengo un rato y me siento ante el ordenador ya no acabo masturbándome. O sí: porque hago una entrada, pero me toco menos. Antes tenía un blog que no anuncié en ningún sitio, de modo que el lector era puramente estocástico y además universal. Un lector estocástico es un lector dificilísimo y dejé de escribir. Era yo ante mí mismo y todas las variaciones de mi mismidad y ante la Forma, reclusa en esa especie de Museo Ideal en que la tienen.
La
inmediatez de internet, el eco inmediato de lo escrito, asemeja un blog a un periódico, un periódico
mínimo, como de cole, como el que cuenta
Dragó que hacía en El Pilar él solito, cuando era un niño pedrojotesco al que
seguro alguna vez planearon asesinar sus compañeros. En la prontitud hay algo
que no puedo concretar que me parece desagradable y muy triste. También la
gratuidad me disgusta. En el intercambio y en lo pecuniario hay una forma de
caballerosidad muy edificante. Yo creo que las cosas del mundo, las cosas no
amorosas, están bien, son buenas, son decentes si están selladas por el precio.
El precio es la inteligencia de la libertad. Lo gratuito es un poco
delicuencial e irrelevante. Lo gratuito no existe, de modo que no puede haber
autoría sin precio.
Hoy
también me llamaron de jazztel. Es la tercera persona de esa compañía que lo
hace en las últimas semanas. A las dos anteriores, mujeres, les mentí y maticé
mi desinterés con subterfugios. -No, es que operan a un pariente a corazón
abierto y usted comprenderá que no es momento. -No, entiéndame, no creo que
leerle las cláusulas liberatorias con movistar arregle las cosas, porque no son
ellos, soy yo, tengo un concepto anticuado de la fidelidad corporativa y no
puedo, sencillamente no puedo cambiar de compañía sin un motivo mejor que el
puro interés. Y eso tras hacerme pasar por hermano de mí mismo durante quince
días para no tener que afrontar la fatídica condición de titular de línea. Por
alguna razón, no puedo decir que no. Bueno, por alguna razón no, por pura
cobardía. Decir ‘no’, ‘no me interesa’, ‘no quiero’, ‘no me gustas’, ‘no estoy
enamorado de ti’, ‘no quiero llevarme esta camisa que me sienta mal’, ‘no soy
homosexual y no tendré relaciones contigo’. Esas cosas me resultan imposibles y
funciono con subterfugios y en la elaboración de subterfugios soy un genio. Es
lo único que se me da bien en la vida. Rimbaud perdió su vida por delicadeza
sí, pero fue porque no supo decir que no y su obra es sólo un subterfugio para
ese no impronunciado. Un no da miedo, sí, pero al que lo dice, no al que lo
escucha. O mejor: asusta antes decirlo y es terrible una vez escuchado. Se
transmite como la gran patata caliente de la vida. Preexiste y subsiste el no
como problema, como trauma, como obsesión aunque dure tan poco. Es la palabra
más terrible del diccionario y la verdad es que ya nos lo advirtió supergarcía.
Debe
de ser por esa negativa no formulada que los de jazztel aún me ven como un cliente
posible, preso en los anillos concéntricos de la presión comercial, infiernillo
moderno. En el tercer anillo entré hoy. Una voz de varón, probablemente sudamericano.
Tras presentarse, algo envalentonado le resumí mi historial con su empresa y le
pedí que entendiera que mis condiciones personales no habían podido cambiar en
tan poco tiempo como para merecer otro abordaje y lo extraordinario del caso es
que el comercial no me dejó terminar y sin palabra alguna colgó el teléfono.
Estas cosas le deben de pasar a Javier Marías, en sus quijotescas cruzadas
contra las grandes empresas, y a poca gente más. El hecho no me ha irritado,
pero estoy preocupado: qué flatulento individuo he de ser para que me cuelguen
los de jazztel.
Puse
un rato la tele y salía Belén Esteban en algo parecido a un intento de
entrevista. Un señor con un micrófono le preguntaba cosas con muy poco exito y
ella respondía como me respondían a mí las tías más guapas de la discoteca, con
una forma de indiferencia nazi. Ella estaba en la calle y el cigarro lo
pixelaron, como si se estuviera fumando a Andreita.
También
he visto un top less de la duquesa de Alba, de sus pechos durante la
Transición. Como si el interviú contribuyera de esa forma al éxito amoroso de
la noche de bodas. Una espléndida Duquesa mostraba sus domingas blasonadas en
una cala ibicenca y yo pensaba en Jesús Aguirre
vestido de blanco y con mariconera sonriendo en plan fauno contracultural. La
Duquesa me cae bien porque es heterodoxa en el amor y además restituye
prestigios. Tras el intelectual, el funcionario. En estos tiempos de
populachero descrédito, el ascenso del Alfonso Díez, cargado de trienios pese
al bótox, es el ascenso de todos los funcionarios, que salen un poco de su
encierro galdosiano en una vida sin horizontes. No importa la densidad de la
grisura, nos dice, la inevitabilidad del expediente, la inexorabilidad del
organigrama, hay una duquesa y un palacio veneciano que os están esperando. Los
pijos y los clasistas ululan, claro, pero la Duquesa se los pasa por el forro,
con toda su libertad. La Duquesa es la última y secreta chica almodóvar.
Después
ha venido mi casera acompañada de su vástago. Soy un paranoico y no quiero
escribir el nombre de su hijo por si lo leyera, pero vamos, se llama como el
actor de apellido Hawke que salía con Uma Thurman. Al nombrarlo yo, con la
carantoña obligada, me he sentido un poco gilipollas porque además dudaba a la
hora de elegir acento y pronunciación. La casera traía el contrato indexado el
IPC. La cifra final salía en decimal, cincuenta céntimos y ella ha decidido
redondearlo hacia arriba. Ese redondeo hacia arriba es el capitalismo tal como
lo entiende la gente. Al personal le das un sistema maravilloso de entendimiento
y libertad y te redondean. La vida es ese redondeo que le va endilgando a uno
todo el mundo.
Tras
eso, he ido a comprar. El supermercado tiene una atmósfra balsámica. Las
sucesivas decisiones de compra, el juicioso consumo, elevan mi ánimo, recompone
mi consistencia emotiva. Hay
una bendita y estudiada tranquilidad en estos supermercados a media tarde. Una
delicadeza. Un masajillo. Ir a comprar a deshoras es un lujo menor de mi vida a
destiempo.
"Esas cosas me resultan imposibles y funciono con subterfugios y en la elaboración de subterfugios soy un genio. Es lo único que se me da bien en la vida".
ResponderEliminarMuy bueno. Eso también resulta de un análisis coste-beneficio.
TU VIDA ES UN COÑAZO.
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