PADILLA
España no necesita la verdad del toreo, pero necesita el mondongo del toreo. La pornografía del toreo. Cualquier dia sacarán un póster con la cogida, el desplegable de la carnicería porque el pitón es el ídolo del pueblo, de los fans del tour del toro ratón, georgie dann del verano. En España no gustan los toros, gustan los pitones. El pitoneo antropológico. En verano lo encienden, lo chupetean, lo embolan, lo enchirimbolan y lo adoran como al falo o al cuerno de la abundancia y se juega con él en las fiestas patronales del otro carnaval, como con los cuernos endemoniados del mal fario. Además, hay un conjunto picassiano en las cogidas que gusta mucho al público cartelero y a los cerriles finos del censo. La conjunción de drama, la bestialidad, el ay helado y unánime y una victoria falsa de la bestia que otros parecen tener por única justificación de la Fiesta. En España priva el calaverismo y por eso gustan también las cogidas: porque se entrevee la calavera del torero. Gracias a Ruiz Quintano y a las opiniones de un amigo séneca que tengo, empecé a apartarme del faquirismo y del postureo, del cadereo quieto, del toreo escatológico y a mirar a otro tipo de toreros de porte tremebundo. Padilla, a quien Dios guarde mucho tiempo, me impresionó ya por sus patillas -dos patillas como dos guantazos-, patillas de goyesco ejerciente todo el año, y por su corporeidad entera para torear las bestias menos lucidoras. No sé qué mueve el mundo, si la razón incorpórea o la herida de la carne, pero creo que este hombre temperamental ofrece una tentativa de respuesta.
España no necesita la verdad del toreo, pero necesita el mondongo del toreo. La pornografía del toreo. Cualquier dia sacarán un póster con la cogida, el desplegable de la carnicería porque el pitón es el ídolo del pueblo, de los fans del tour del toro ratón, georgie dann del verano. En España no gustan los toros, gustan los pitones. El pitoneo antropológico. En verano lo encienden, lo chupetean, lo embolan, lo enchirimbolan y lo adoran como al falo o al cuerno de la abundancia y se juega con él en las fiestas patronales del otro carnaval, como con los cuernos endemoniados del mal fario. Además, hay un conjunto picassiano en las cogidas que gusta mucho al público cartelero y a los cerriles finos del censo. La conjunción de drama, la bestialidad, el ay helado y unánime y una victoria falsa de la bestia que otros parecen tener por única justificación de la Fiesta. En España priva el calaverismo y por eso gustan también las cogidas: porque se entrevee la calavera del torero. Gracias a Ruiz Quintano y a las opiniones de un amigo séneca que tengo, empecé a apartarme del faquirismo y del postureo, del cadereo quieto, del toreo escatológico y a mirar a otro tipo de toreros de porte tremebundo. Padilla, a quien Dios guarde mucho tiempo, me impresionó ya por sus patillas -dos patillas como dos guantazos-, patillas de goyesco ejerciente todo el año, y por su corporeidad entera para torear las bestias menos lucidoras. No sé qué mueve el mundo, si la razón incorpórea o la herida de la carne, pero creo que este hombre temperamental ofrece una tentativa de respuesta.
Mientras los hombres en la plaza gritan y se agarran a sus mujeres, los toreros salen de la cornada con esas frases que son las frases mejores del diálogo eterno de España: 'No veo. Mis hijos'. La sabiduría proverbial de los toreros les viene del encontronazo con la muerte, del que salen andando a una realidad mayor con la frase exacta de compostura que les coloca en el mundo. Será cuestión de forma, sí, pero también de gesto; que el gesto encierra un carácter que la postura intenta.
A CHesterton le llamaba la atención de los españóles ante todo lo mucho que querían a sus hijos. Un gran elogio, en realidad.
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