TRASH THE DRESS
La gente se pone realmente
pesada con las bodas. Antes uno se casaba sobriamente y se iba a Canarias de
viaje y ya. Ahora no, ahora la boda es un compleja sucesión de microrritos que
se van engarzando ritmicamente. Se va imponiendo la boda Farruquita, aunque se
haga en plan pijo y casarse resulta una gymkana de rituales personalizados con
incierto significado antropológico. Partir la tarta de boda a dúo con un
espadón que ni la tizona, por ejemplo, es uno menor. Hay novios que ya no se
contentan con Dios, toda su familia y El Escorial, ahora las locas del bodorrio salen con sus
vestidos a la calle. Se fotografían en los Calatrava, tan nupciales. Posan muy
intensas en atardeceres de tecnicolor como Vivien Leigh en Lo que el viento se llevo. Se cuelgan del Tajo de Ronda. Salen de
las cataratas. Se adentran en los mares. A esa tendencia que se viene encima le
llaman Trash the dress y deconstruye la solemnidad de la boda y la inmaculada
pasividad que simbolizaba el traje. Chicas malas rasgan finalmente los Rosa
Clará. O chicas menos malas se funden en un beso paradisíaco que brinda al
noviazgo un final de excitante romancitismo peliculero. A veces parece kitsch,
otras Riottt. El caso es que el otro día se ahogó una novia canadiense por
meterse en un lago con su traje blanco. No sabemos si su viudo la ha enterrado
vestida de novia. Ni queremos pensarlo.
(LAGACETA,
29-VIII-2012)
No hay comentarios:
Publicar un comentario