domingo, 24 de junio de 2012



ESPAÑA, 2; FRANCIA, 0. MI VERDAD



Tal cual abro este chisme, mañana del 24 de junio, las fogatas playeras aún humeantes, leo un titular en el que Artur Mas reclama la urgencia de desmarcarse de España. El sueño y el aturdimiento me llevan a entender otra cosa, para mí más pertinente: Es urgente desmarcarse EN España.

Ayer a las 20:45 servidor estaba intentando coger un taxi. En mi ciudad, Valencia, en unos kilómetros cuadrados convivían el autobús del Rayo Vallecano, Carmen Lomana, el cuello de Fernando Alonso, las hogueras de San Juan –botellón telúrico-, los aficionados de la roja, las chicas del paddock y puede que Ecclestone, ese señor cuya mujer parece su yate. Pero fue pisar la calle y apareció un taxi. Lo paré con el gesto con el que Xavi Alonso reclama la pelota y me dirigí a la casa en que me habían invitado a ver el encuentro.

Una vez dentro, el taxista buscó conversación:

-¿Qué? ¿Ganaremos?

Y al ir a responder me di cuenta de que no sabía qué decirle. Lo primero que me venía a la cabeza, la desasosegante expectativa de un centrocampismo tedioso, la chispeante conexión Ribery-Benzemá, la amenaza portuguesa, ya latente, la corta expectativa de los laterales, el conservadurismo de Del Bosque, las fáciles analogías con nuestro realidad socioeconómica, el cariz saturnal de la roja, todo ello se agolpaba en mi mente colapsando una respuesta socialmente correcta. Si yo contestaba algo de eso estaría convirtiendo la respuesta en algo muy intenso, demasiado, y tampoco podía no contestar. Me había bloqueado, así que mentí:

-No me gusta el fútbol, no sé, sólo voy a tomarme unas cervezas y…

En ese momento me di cuenta de que del espejo pendían unos motivos rojigualdas y me indiferencia con el destino español me dejaba en mal lugar:

-… pero sí, ganaremos, yo creo que sí… Vamos, espero darle suerte a la selección… No me gusta, sabe, en realidad voy porque me han invitado, pero gustarme, lo que se dice gustarme...

-¿No te gusta el fútbol?

-No, no, poco. Muy de vez en cuando lo veo, voy por tomarme unas cervezas y eso...

El taxista me despachó con una mirada de conmiseración.

Al llegar, el partido ya había comenzado. Del Bosque salía con cinco centrocampistas y el falso nueve, es decir, seis. Es poco probable que Don Vicente haya perdido un euro en opciones preferentes o en productos financieros aventurados. Su conservadurismo es ya legendario, porque lo que está haciendo esta selección es un fútbol control de manual, acogiéndose a esa enunciación lógica de Cruyff de que si la tengo yo no la tiene el otro y, por lo tanto (potanto, decía él), no puede marcar gol. Así, España se dedica a a tenerla –o a sobarla, como groseramente decía el locutor-, a tenerla por tenerla hasta hacer de la posesión continuada una forma de propiedad. España salta al campo con animus possidendi y tiene la pelota hasta que de la posesión le brotan los goles, como si le brotasen derechos.

Lo de Del Bosque y el nueve es como eso que dijo Trappatoni sobre no sé quién cuando era seleccionador azzurro: para que yo lleve a este tío tendría que haber antes una peste bubónica. Del Bosque se siente cómodo teniendo el poder sobre la pelota y una disposición táctica abrumadora sobre el campo, pero al final todo acaba pesado (diesel), monótono e invariable. Lo de España no es el bolero de Ravel, sino una serie repetitiva y electrónica sobre la que aparece el gol como una mutación probabilística, de un modo desapasionado, frío y computacional.

Xavi tiene cara ya de escuchar a Kraftwerk.

Ver a los centrocampistas de España es como entrar en un bar gay: todo el mundo es igual y todo el mundo hace lo mismo. ¡Era necesaria la alegría del otro sexo!

Y entonces entró Pedrito, que llevaba en sus piernas la alegría de un cabritillo. También Torres, con sus arrancadas de tractor y su ceño de impenetrable incomprensión, como si el gol fuera una tozudez. Torres ha perdido el semblante risueño, la frente despejada, la mirada clara. Torres es otra persona.

Hasta eso, España, con esa hibridación feliz que twitter ha creado, feliz y muriente, de Xavi Alonso, dos en uno, realizó un fútbol controlador, especulativo y monologuista. El gol había llegado por una imantación de Iniesta sobre un rival, con pase al hueco para Alba, centro del “bravo lateral catalán” (todos los laterales son bravos) y remate de Xabi Alonso, que pasaba por allí con el JotDown bajo el brazo (¿y si Xabi estuviera tan lento porque le pesa el Jotdown?). Un gol como de entrenamiento de pretemporada, cuando ensayan el remate de cabeza. Los defensas franceses ya adoptaban disposición de cono.

He de hacer notar, y creo que no soy el único en pensarlo, que el tiquitaca da hambre y que ver un partido de España es como picar entre horas, malísimo para el verano. El desesperante ir y venir de la pelota acaba despertando un hambre arrebatada de ansiedad. Entrada la segunda parte yo había devorado una pizza, pero... seguía tendiendo ganas de comer.

Francia había salido con un equipo defensivo, porque aunque Blanc no sea Domenech (el horrible Domenech al que Zidane se negaba a llamar entrenador), su planteamiento no podía resultar: darle a España la pelota (más pelota) y fiarlo todo a una conexión entre Ribery y Benzema, prescindiendo incluso de la intermediación de Nasri, era dejar gran parte del asunto en manos de la suerte, pero si España tiene el balón el 90% del tiempo… ¿qué le queda a la suerte? ¿dónde aparece el azar?

El partido parecía un debate parlamentario sobre alguna moción despolitizada y técnica, con el ujier durmiéndose de pie. Decepcionados, ya nos preguntábamos por el devenir: ¿Qué pasará si en un momento de descontrol –la vida es eso- España deja de tener la pelota y recibe un gol de Portugal o Alemania? ¿Tendrá energía y argumentos para responder?

El diálogo entre Xavi e Iniesta, como si fueran Napoleón y Josefina, está dominando el fútbol europeo con una falsa idea de civilización.

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