EL CAFÉ CON
LECHE
Decía Ruano
que el café con leche los elegantes lo tomaban en vaso. Cada vez es más
frecuente, sin embargo, que lo sirvan en taza. En taza es admisible, quizás, en
el desayuno a primerísima hora, pero hay algo doméstico e íntimo en la taza,
algo impúdico. La taza es un desvalimiento del individuo, una intimidad y
siempre parece que se está en bata. El asa de la taza, bien mirado, es como el
gatillo de la pistola; ese gesto de asir o de casi apretar el gatillo es lo que
dispara el meñique, no por nada, sino porque en algunos seres humanos la
composición fisiológica de su mano hace que el gesto de asir dispare
involuntariamente el meñique advenedizo, el meñique parvenu. La taza dispara el meñique, pero esa inelegancia no la
provoca el vaso mediano. El sorbo en taza es apocado, tímido, el sorbo en vaso
es un buchito más alegre y el café se traga con más generosidad.
El vaso del
café con leche es un vaso en vías de desaparición. Tenemos el vaso de chupito,
el vaso del refresco o la caña y el del cubata y luego los vasos mayores del
mojito. Están también las copas sopesadoras y maceradoras del gin tonic, para
la agitación reflexiva del combinado, pero ese es otro tema.
Ese vaso que
no llega al palmo, entre el chupito y la caña, era una medida exacta pensada
para el café con leche y en muchos sitios ya no se encuentra y empieza a ser lo
primero que miro cuando me acerco a la barra de un bar, si tienen o no ese vaso
y hay algo probado: el bar tradicional lo tiene, el extranjerizante o el
moderno no.
El café con
leche en vaso es social. Se agarra y se bebe de un modo abierto y ágil. Es el
vaso del que se queda en el bar, del que aspira a hacerlo durar, del que
observa y no elude la posiblidad de la conversación. La taza es desayuno
introspectivo. En la taza se le da vueltas a la cuchara y se está tentado de
mojar, de meter el bollito, el cruasán, mientras que el vaso es más bebedero.
Entiendo que
se pudiera ver en esto una manía caprichosa, pero no soporto esa taza donda la
leche está siempre demasiado caliente, ni la galleta caramelizada prima del té,
que también endilgan en algunos sitios. El café con leche era la caña del que
no quiere tomar alcohol, una unidad de bebida social.
He sido
mucho tiempo un bebedor de café en taza, convirtiendo mi café en algo
introspectivo y casero y ahora, por fin, me abro al café en vaso y no hay
división que me importe más que la que deriva del modo en que la gente se bebe
el café. He desterrado el amargo cortado en esa tacita insufrible o en ese vaso
alcoholizado, tronado del chupito, absolutamente paradójico, porque es vaso de
único trago que la gente hace demorar de un modo horroroso, repulsivo dando
traguitos sexuales y degustativos. Desde que sólo tomo café en vaso corto he
ampliado el espectro de mi observación, pequeño catalejo, y no se me escapa
detalle de los parroquianos. El café es más suave y miro compasivo a los cabizbajos de la taza, a
quienes parece que el día se les desmorona como un bizcocho mojado.
(LAGACETA, 29-VI-12)
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