ESPAÑA, 2; FRANCIA, 0. MI
VERDAD
Tal cual abro este
chisme, mañana del 24 de junio, las fogatas playeras aún humeantes, leo un
titular en el que Artur Mas reclama la urgencia de desmarcarse de España. El
sueño y el aturdimiento me llevan a entender otra cosa, para mí más pertinente:
Es urgente desmarcarse EN España.
Ayer a las 20:45
servidor estaba intentando coger un taxi. En mi ciudad, Valencia, en unos
kilómetros cuadrados convivían el autobús del Rayo Vallecano, Carmen Lomana, el
cuello de Fernando Alonso, las hogueras de San Juan –botellón telúrico-, los
aficionados de la roja, las chicas del paddock y puede que Ecclestone, ese
señor cuya mujer parece su yate. Pero fue pisar la calle y apareció un taxi. Lo
paré con el gesto con el que Xavi Alonso reclama la pelota y me dirigí a la
casa en que me habían invitado a ver el encuentro.
Una vez dentro, el
taxista buscó conversación:
-¿Qué? ¿Ganaremos?
Y al ir a responder me
di cuenta de que no sabía qué decirle. Lo primero que me venía a la cabeza, la
desasosegante expectativa de un centrocampismo tedioso, la chispeante conexión
Ribery-Benzemá, la amenaza portuguesa, ya latente, la corta expectativa de los
laterales, el conservadurismo de Del Bosque, las fáciles analogías con nuestro
realidad socioeconómica, el cariz saturnal de la roja, todo ello se agolpaba en
mi mente colapsando una respuesta socialmente correcta. Si yo contestaba algo
de eso estaría convirtiendo la respuesta en algo muy intenso, demasiado, y
tampoco podía no contestar. Me había bloqueado, así que mentí:
-No me gusta el fútbol,
no sé, sólo voy a tomarme unas cervezas y…
En ese momento me di
cuenta de que del espejo pendían unos motivos rojigualdas y me indiferencia con
el destino español me dejaba en mal lugar:
-… pero sí, ganaremos,
yo creo que sí… Vamos, espero darle suerte a la selección… No me gusta, sabe,
en realidad voy porque me han invitado, pero gustarme, lo que se dice gustarme...
-¿No te gusta el fútbol?
-No, no, poco. Muy de
vez en cuando lo veo, voy por tomarme unas cervezas y eso...
El taxista me despachó
con una mirada de conmiseración.
Al llegar, el partido ya
había comenzado. Del Bosque salía con cinco centrocampistas y el falso nueve,
es decir, seis. Es poco probable que Don Vicente haya perdido un euro en
opciones preferentes o en productos financieros aventurados. Su conservadurismo
es ya legendario, porque lo que está haciendo esta selección es un fútbol
control de manual, acogiéndose a esa enunciación lógica de Cruyff de que si la
tengo yo no la tiene el otro y, por lo tanto (potanto, decía él), no puede marcar gol. Así, España se dedica a a tenerla
–o a sobarla, como groseramente decía el locutor-, a tenerla por tenerla hasta
hacer de la posesión continuada una forma de propiedad. España salta al campo
con animus possidendi y tiene la
pelota hasta que de la posesión le brotan los goles, como si le brotasen
derechos.
Lo de Del Bosque y el
nueve es como eso que dijo Trappatoni sobre no sé quién cuando era
seleccionador azzurro: para que yo lleve a este tío tendría que haber antes una
peste bubónica. Del Bosque se siente cómodo teniendo el poder sobre la pelota y
una disposición táctica abrumadora sobre el campo, pero al final todo acaba
pesado (diesel), monótono e invariable. Lo de España no es el bolero de Ravel,
sino una serie repetitiva y electrónica sobre la que aparece el gol como una
mutación probabilística, de un modo desapasionado, frío y computacional.
Xavi tiene cara ya de
escuchar a Kraftwerk.
Ver a los centrocampistas
de España es como entrar en un bar gay: todo el mundo es igual y todo el mundo
hace lo mismo. ¡Era necesaria la alegría del otro sexo!
Y entonces entró
Pedrito, que llevaba en sus piernas la alegría de un cabritillo. También
Torres, con sus arrancadas de tractor y su ceño de impenetrable incomprensión,
como si el gol fuera una tozudez. Torres ha perdido el semblante risueño, la
frente despejada, la mirada clara. Torres es otra persona.
Hasta eso, España, con
esa hibridación feliz que twitter ha creado, feliz y muriente, de Xavi Alonso,
dos en uno, realizó un fútbol controlador, especulativo y monologuista. El gol
había llegado por una imantación de Iniesta sobre un rival, con pase al hueco
para Alba, centro del “bravo lateral catalán” (todos los laterales son bravos) y
remate de Xabi Alonso, que pasaba por allí con el JotDown bajo el brazo (¿y si Xabi estuviera tan lento porque le pesa el Jotdown?). Un gol
como de entrenamiento de pretemporada, cuando ensayan el remate de cabeza. Los
defensas franceses ya adoptaban disposición de cono.
He de hacer notar, y creo que no soy el único en pensarlo, que el tiquitaca da hambre y que ver un partido de España es como picar entre horas, malísimo para el verano. El desesperante ir y venir de la pelota acaba despertando un hambre arrebatada de ansiedad. Entrada la segunda parte yo había devorado una pizza, pero... seguía tendiendo ganas de comer.
He de hacer notar, y creo que no soy el único en pensarlo, que el tiquitaca da hambre y que ver un partido de España es como picar entre horas, malísimo para el verano. El desesperante ir y venir de la pelota acaba despertando un hambre arrebatada de ansiedad. Entrada la segunda parte yo había devorado una pizza, pero... seguía tendiendo ganas de comer.
Francia había salido con
un equipo defensivo, porque aunque Blanc no sea Domenech (el horrible Domenech
al que Zidane se negaba a llamar entrenador), su planteamiento no podía
resultar: darle a España la pelota (más pelota) y fiarlo todo a una conexión
entre Ribery y Benzema, prescindiendo incluso de la intermediación de Nasri,
era dejar gran parte del asunto en manos de la suerte, pero si España tiene el
balón el 90% del tiempo… ¿qué le queda a la suerte? ¿dónde aparece el azar?
El partido parecía un
debate parlamentario sobre alguna moción despolitizada y técnica, con el ujier
durmiéndose de pie. Decepcionados, ya nos preguntábamos por el devenir:
¿Qué pasará si en un momento de descontrol –la vida es eso- España deja de
tener la pelota y recibe un gol de Portugal o Alemania? ¿Tendrá energía y
argumentos para responder?
El diálogo entre Xavi e
Iniesta, como si fueran Napoleón y Josefina, está dominando el fútbol europeo
con una falsa idea de civilización.
No hay comentarios:
Publicar un comentario