REAL MADRID,
2-BAYERN, 1. MI VERDAD
Podría contar mi vida describiendo las distintas actitudes ante el Bayern. El Bayern al que
el locutor llamaba de “miunic”, como poniendo morritos, cuando los alemanes
dicen de “munchen”. El locutor era de canal9, la tele del régimen de Camps, el
faraonismo catódico que explica muy bien lo que han sido estas cosas: un
déficit para que retransmitan al Madrid con énfasis muniqués en el arbitraje.
Durante todo el
partido añoré el demoledor talento para la obviedad de Sanchís, porque en ella
yo me reconfortaba.
Durante todo el
partido también pensaba en De Guindos y en cómo estaría viviendo este partido.
Somos una España
para que hubiera habido santiaguina.
El Bayern salió
asustado ante un Madrid embravecido por las desgracias ajenas. El público marcó
su gol y el otro lo marcó la ola de furor que provocó en el madridismo la
derrota culé.
Juego no hubo, hubo
velocidad, rapidez, cambios parabólicos de Alonso, fulguraciones de di María,
sobre el que apetecía fundar un peronismo y dos definiciones de Cristiano, que
celebró sus goles con los gestos que sustituyen al muslo, las dos manos como
dos mazas medievales.
Este Bayern, que
Jupp Heynckes miraba con su cara de gremlin rosa, no tenía ningún demonio como
Effenberg, si acaso Schwesteiger, ni provocabala reacción meridional. Un Bayern
discreto, pero enorme, que se creció y enseñoreó del campo a partir del golpe
anímico del gol de Robben, tras discutible penalti de Pepe a Mario Gómez.
Discutible porque no sé si era absolutamente necesario.
El centro del campo
del Madrid no ha sido capaz de imponerse a ningún gran conjunto y se ha vivido
del talento ofensivo y de la genialidad de sus defensas, sobre todo de Pepe,
que tiene un talento para haber jugado más arriba.
El Madrid se fue
apocando, con su juego de exterioridades. Özil, por ejemplo, la sutil
copulativa, es un media punta que no juega jamás de media punta, y que borda
una jugada impropia: los 110 obstáculos en banda derecha, empujando la pelota
con talento único, como empujamos la zapatilla a lo largo del pasillo.
Alonso queda cada
vez mejor antes de lanzar las faltas. Mira como un modelo y luce barba de
Hemingway, pero junto a Khedira conforman un centro del campo menor. Kroos, por
ejemplo, tiene un recorrido mayor, más parecido al juego del Barcelona.
Los dos mejores
equipos del mundo, como fueron bautizados por la prensa española, tan
tercermundista, han demostrado la crisis, el paroxismo, de dos modelos
desequilibrados.
El único fallo de
Mourinho ha sido no lograr la alternativa del tercer volante.
En la segunda parte
el dominio del Bayern fue más evidente. El Madrid no podía sacar la corneta
porque dos goles ante este equipo eran demasiado.
El Estadio invocaba
a Juanito, que es el símbolo de la frustración racial ante el Bayern.
Ribery, con su cara
a trozos, me recordaba al frío asesino de Boardwalk Empire, porque tiene un
punto de traumatizado francotirador.
Robben lucía su
camiseta antiagarrones, que le dibuja el talle descoyuntado de extremo que se
va hasta de si mismo.
La segunda parte era
un crujir de dientes. La cena se apelotonaba en el estómago y subía como el
gemelo de los futbolistas. Era el miedo. El Madrid iba a jugar la prórroga, que
es una cosa de italianos, como llevar mocasines.
Quien más quien
menos estaba versificando en el primer cuarto de hora y llamando a amigos para
montar el viaje a Munich, todo cervezas y poderío.
No estábamos
preparados, tras la derrota moral de Pep, para afrontar a nuestro coco, que es
el Bayern.
En el palco había
tantos alemanes que parecia que ya nos habían intervenido.
Y llegó la prórroga
y entonces el Madrid se vino arriba y el árbitro pitó como un urbano todo en
contra del equipo de casa. Cristiano se aceleraba, Kaká estaba siempre a punto
de (Kaká, con su irrelevancia de exjugador no podía resolver nada) y salió el
Pipa a intentar su heroismo patatero.
No fue posible el
gol, aunque a Granero le agarraron en el área y los penaltis en casa obligaron
al público a gritar el nombre de Íker. El estadio había invocado abusivamente a
sus ídolos, el siete eterno y el santo, toda la conexión posible con el más
allá, y sin embargo, pese a ese talante tan irracional, no hay verdadera superstición,
porque para que saliera se tenían que haber callado.
La Copa de Europa es
superstición, es silencio, es ritual, y memoria. La Copa de Europa es el
agolpamiento, golpe de sangre, de recuerdos muy nítidos del miedo a
Aughentaler, del odio a Effenberg, de la admiración aria hacia Rummenigge.
Mou saludaba a su
gente como si de verdad se fuese a marchar. ¡Eso parecía una despedida!
El público gritó
Íker, Íker y Cristiano, como Zico o Maradona, falló el penal.
Para Neuer, decía el
locutor exacto, y yo escuchaba para-noia.
Para-noia.
Para-noia. Y Mourinho hizo un gesto de incredulidad alzando las cejas y me ganó
para siempre. Mi mourinhismo es esa ruptura del ambiente.
El mourinhismo es la
ruptura ambiental, la huída del clima predominante. El talento para determinar
el clima emotivo del deporte.
Cuando todo estaba
perdido Íker demostró su inclasificable genialidad, su talento sobrenatural.
Hizo dos paradas que me hicieron gritar ¿Desde cuándo no gritaba así?
No me podía creer lo
que estaba pasando. Era la tanda de penaltis más asombrosa que recordaba. Íker,
que había vencido a Kahn, a Buffon, se medía con Neuer.
El último penalti
era para Sergio Ramos. La tele enseñaba al equipo alemán abrazado. Un primer
plano de los ojos verdes de Mou, a través de los que hemos visto la última
temporada. El último penalti era para Sergio Ramos, pero el clímax ya había
pasado. No era, ciertamente, el jugador en que depositar tanto espiritismo.
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