ATLÉTICO, 1-REAL
MADRID, 4. MI VERDAD
Llegaba el Madrid al
Calderón, con un césped en el que Pep no sacaría al perro a pasear.
El Calderón me pone
un poco nervioso por su condición de inacabado, pero por esa esquina abierta se
le va la fuerza por la boca al Calderón, su fuerza ambiental.
Sus aficionados,
verdaderos tiffosi, ganan siempre la liga del tifo, que es como la manualidad
del gamberro, que está siempre aprobando pretecnología.
El público gritaba
mucho. El árbitro hablaba con los jugadores como se habla en una discoteca.
También con la misma chulería.
En el Madrid, un
miedo al silbato, versión futbolera de la inseguridad jurídica. Un sopapo a
Pepe, que Pepe olvidó dramatizar (Pepe, actor a destiempo, no disfrutó de la
única condición que tendrá para ser víctima) lo vió todo el mundo menos el
árbitro.
Benzemá remató en escorzo
inverosímil, pero la repetición demostró que lo hizo con mucha malicia. Benzema
es un jugador sin malicia aparente, que hace las cosas con una especie de
indiferente angelismo, no como Adrián, el excelente delantero rojiblanco, que
es un resabiado con cara de llevar boina y fumar picadura.
Hoy jugaba Coentrao,
decolorado. En una toma, la primera, creí estar viendo a Raúl y entonces su aspecto
anterior, tan Farrah Fawcett, tuvo más sentido.
El Madrid no tenía
la posesión, predominantemente colchonera, y el centro del campo las pasaba
canutas. Di María, en banda derecha, corría, pero no liaba pases; Kaká estaba
intrahistórico, que diría Jarroson, y sólo con el gol y los espacios apareció.
Los mediocentros, por su lado, bastante tienen con que no se los merienden Pepe
o Ramos en algunas de sus embestidas. La fuerza en el Madrid está en defensa y
arriba.
Cristiano marcó un
gol extraordinario, una falta que era una recta sinuosa, con más extraños que
la mirada de Colombo. Efecto de bolas chinas ese balón.
En la segunda parte
salió Özil, que está siempre asfixiado, como Ostos junior en la Isla de los
famosos. El Madrid pudo tener más la posesión, algo más aplicado, pero el
Atleti marcó en una proeza de pasividad de Arbeloa. Las masas rojiblancas
estallaban, parecía eso el Estadio Azteca.
Yo ya iba buscando
el álmax, pero de la zozobra nos sacó otro golazo de Cristiano, un chut dese
fuera del área, parabólico, con fluctuaciones de íbex.
Cristiano se fue al
fondo enemigo y se señaló el muslamen. Es el triunfo de la musculación y una
llamada de atención hacia la riqueza fibrilar, la grandeza muscular, la
conmovedora elocuencia muscular de ese portento, que es lo más grande que tiene
el Madrid desde Puskas y Di Stéfano.
Es el muslo más
grande desde Jenny Llada.
El Madrid estuvo
mejor en la segunda parte, y llegó mucho, muchísimo para un partido así. Con
todo, sigo echando de menos la controvertida figura, verdadera incorrección
política, del tercer volante. Falta juntura, soldadura, la argamasa del volante
complementario.
El Madrid llega
mucho arrioba, pero llega, salvo Ronaldo, muy justo, como en falsete. Llega
estirando la voz. Preferiría llegar menos y mejor, con solidez barítona.
Hubo otro gol de
Cristiano, su número cuarenta, veinte dentro y veinte fuera, que ya hay que ser
incordiante, y luwgo la puntilla canterana de Callejón, que siempre mete el
mismo gol. Con nuevo peinado y mismo gesto: señalar el escudo, muy serio, con
gesto de displicente obviedad. Porque a los del Atleti todos los años hay que
enseñarles que dos más dos son cuatro.
Al final, el Cholo
seguía con su pose de pensador navarro y los colchoneros dejaban el estadio con
laxitud, como si hubieran estado apretando todo el rato una bola antiestress.
Al Madrid le faltan
dos puntos para sentirse favorito en una liga que está cruda, pero tiene a
Cristiano, al que, pongámonos más cursis todavía, el fútbol debe algo grande,
inolvidable.
Salía CR9 con el
balón del hat trick a modo de barriga y ppanti, con mucho tino, decía en
twitter que estaba gestando un balón de oro. Por lo menos.
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