AURELIO MANZANO
Veo la tele dando
cabezadas. Hay un debate posterior al engendro de cuoreficción sobre la vida de
la baronesa pilsen y sus primeros amores con un señor con nombre de super héroe. En el
plató está la Rábago, con su modosez redicha y, de nuevo, su cacha macluhiana,
esa cacha que es garantía de buen periodismo. Sólo podemos fiarnos de los
periodistas que muestran sus piernas, que cruzan sus piernas frente a cámara.
El periodismo se hace a cacha descubierta. Todo lo que mete las piernas bajo
una mesa es telepromter de ése o maldad de tertuliano. Junto a ella está
Aurelio Manzano, ese venezolano triste, que es la sombra gris de Boris, que ni
se levanta, ni grita, ni estalla en su venezolanidad cronista y rosa, tan solo
se mantiene sujeto a la silla, con las piernas cruzadas en perfecto
academicismo periodistil, sujeto a sus apuntes y a esa postura que es ya la
impronta del periodista y que le distingue del colaborador, que suele adoptar
formas corporales relajadas. Se trata de un venezolano que probablemente haya
rodado alguna versión de los Monster en Caracas, junto a alguna Yvonne de Carlo
de rompe y rasga que, sin embargo, ay, no alterara ninguno de sus biorritmos.
Tiene Manzano un alicaimiento, unas ojeras tristes que quizás hayan despertado
la amistad fraternal de Fran, sin duda un alma cándida. A mí me parece un
personaje cada vez más fascinante porque no acierto a explicarme su tristeza.
Si explotara su alegría, su venezolanidad, Aurelio podría ser una estrella,
pero parece arrastrar un drama o una pena, quién sabe si de amor. O una
nostalgia. Aurelio Manzano, con ese nombre de personaje de novela de Almudena
Grandes, es, pese a todo, el tercero por antonomasia en las revistas españolas.
El tercero que de una forma no sexual rompe un matrimonio. El elemento
freudiano y oscuro que ningún terapeuta acierta a resolver. La eterna discordia
de la pareja, la rencilla, la incompatibilidad. Eso. Eso es Aurelio Manzano, el
obstáculo irresoluble de cada pareja.
La hija de Espartaco
Santoni es maravillosa. Yo quisiera ser así: un señor un poco golferas, un Don
Juan al que le sobrevive una hija jamona que se recorre el mundo, los juzgados
y los platós (¡citando la ley de Enjuiciamiento Criminal!) defendiendo y
rehabilitando el honor marchito del macho ido (perdón por el sonajero, pero a
estas horas…). La hija de Santoni reactualiza el inmortal mito español.
Algo que nada tiene
que ver con lo anterior. ¿Se han fijado las personas solidarias y solidaristas,
del izquierdismo hegemónico, que las bases éticas de la actitud izquierdista
son, quizás, una despreocupación por la acción y un énfasis en los meros
procesos mentales, en la satisfacción interna y en la coherencia del
pensamiento, ajeno a toda acción, a toda consecuencia? No. Imagino que no, pero
yo sí, porque yo tengo un blog y pienso todo el tiempo en estas cosas mientras
hago la compra, me echo desodorante o trincho el solomillo.
La derrota del
Barcelona antes me exaltaba. Encendía mi entendimiento, animaba el caudal
sanguíneo, me romantizaba. La derrota culé era mi musa, pero ahora no, ahora ya
no, mi musa ahora es esquiva, se está transformando. Dónde estará mi musa. Eso me
pregunto yo. ¿A qué garito de ‘lo real’ o de ‘lo imaginario’, esos dos barrios
con vida nocturna, deberé conducir mis pasos para encontrarla?...
No hay comentarios:
Publicar un comentario