NEUTRINOS
El conocimiento
de la existencia del átomo ha sido la línea divisoria de la ignorancia en
España. Conocer el átomo es reconocer que no se sabe nada, que se es casi
seguro ignorante de todos los fenómenos atómicos, físicos, químicos y
biológicos. Se sabe de fútbol, de toros, de economía y a veces hasta de mujeres, pero de eso al menos se conoce la existencia. Reconocer que bajo las cosas
que vemos, tocamos, olemos, con, digamos, una intelección animal, que bajo lo
puramente sensitivo, bulle una vida de la que no tenemos ni idea era la certificación del desasnamiento del español. Porque no todo el mundo conoce el átomo. Los concejales no conocen la
vida atómica y el árbol es el árbol, y el audi es el audi y la mariscada es la
mariscada y por debajo no hay nada. El átomo es ir más allá de la obviedad y
del conocimiento táctil de las cosas. A los que nos basta con la realidad, todo
esa ciencia nos ha hecho siempre recelar. La realidad tenía una magia
subyacente y la poesía era nuestra física. ¡Para qué el protón si estaba el
misterio! Toda esa fenomenología de bolitas nos venía a explicar el misterio de
la realidad de un modo humillante y se justificaba como materia de chiste para Sheldon Cooper.
En el
colegio me enseñaron poca cosa. Los protones, los electrones y los neutrones,
caracterizados como bolitas de colores distintos. Poco sabía yo del neutrino,
al que tenía por hermano menor, demediado, del neutrón, ese suizo recalcitrante.
El neutrino era para mí el componente humorístico, amarillo y bajito del átomo. El Alfredo Landa del átomo.
Ahora hemos aprendido, gracias a la centrifugadora del CERN, que en su ligereza
encierra una gran trascendencia y sabiduría y en eso haya quizás una
canonización de lo ligero como lo verdaderamente importante. El neutrino puede,
por su liviandad, ir hacia atrás, moverse en el tiempo, con algo que es una
forma de victoria sobre lo inexorable y sobre si mismo. De algún modo, la
materia se trascendentaliza y espiritualiza en el neutrino. En el neutrino está
el eco auroral del pájaro edénico y el santisimo misterio de la Trinidad. Cuando pienso en el Tiempo encuentro algo
incomprensible que me hace bizquear. Bizqueo del mismo modo que cuando pienso
en Dios. Entender el Tiempo debe parecerse a entender a Dios. En las personas
bizcas, por cierto, veo siempre el peligro de la alta reflexión. Todo bizco
encierra un pensador que se abismó demasiado. Ls bizcos son grandes
extraviados, grandes profundos.
En
España, con una panfilez de tabloide que anima a expatriarse, el descubrimiento
del CERN se ha saludado como la posibilidad de una máquina del tiempo. La física
donde más lejos nos lleva es a Michael J. Fox. Además de que eso ya lo avisó J.J.
Benítez, lo del CERN es algo más, importa por algo más: pudiera ser que el tiempo no fuera relativo,
sino absoluto y eso genera pensamientos bizqueantes. En la vida todo, hasta el
conocimiento, es cuestión de modas y tras los grandes relativismos, tras las
relativizaciones parisinas del tiempo, el yo, la norma o el sexo, pudiera estar
por llegar el tiempo de los absolutos. El reestablecimiento dior de algunos
absolutos. Pensando en estas cosas, escuchaba la sucesión de ‘dependes’ de
Rajoy, con ese aire inequívocamente outré de los conservadores españoles, salvo
con Marichalar siempre tan fuera de tendencia.
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