viernes, 1 de marzo de 2013



TENGO ALGUIEN FUERA

 

En GH han tirado a Lorena, muchacha entradita en carnes, valenciana como la de la Ruzafa que cantara Kraus: Ojos con revelaciones de Alcorán, aunque también regencias de pescadería. Porque Lorena es mujer para ponerle un puesto en el mercado, bien alto, entarimado, donde paseara su jocundidad y su membrilleo. O meterla en casa, flor de guatiné, para su esteticismo uñil de pulir cutículas

¿Y no parece la manicura  una vidente que empieza?

En Lorena, escondida, hay una echadora de cartas, que es un psicologismo roto y confidencial, un chismorreo freudiano, porque las videntes han sido el Freud de los pobres.

Bolerona de ansiolítico, lloraba hasta la ansiedad, que no deja de ser un hiperrealismo al mirar la vida porque si las cosas las miramos más de lo que toca nos entra el ataque. Y Lorena, al entrar, fue definida como televidente fan del programa. Esto es: una que mira. Si al estar dentro no podía mirar la tele ¿qué iba a mirar entonces?

Ella miraba las cosas como si fueran tele. Con el horror del espectador cuando se ve dentro de la acción.

Lorena era autoconciencia dolorida.

 

Con todo, su desajuste daba juego, que se dice en el programa, y al irse ha dejado un retrato generacional de la pavisosez.

Un señor con pelazo para que se lo cepille la novia, que esa es la nueva metrosexualidad, que ellas nos peinen. Otro que juega al hockey, deporte de pasar la escoba e Iván, un Jim Carrey del Sepu, al que Lorena sentenció:

-Eres la pipona de esta casa.

¿Es la pipona una reinona pipera? Iván es un solitario exterior, de mecha escabrosa y cierta difícil indefinición que se acerca mucho a Juan Carlos, verbo herido que dicen que se parece a Newman, pero que a mí me recuerda más a Monty Clift.

Juan Carlos es el lirismo del decir, pues la palabra totalmente dicha es palabra muerta.

La casa queda ya como abulia de camas sin hacer y amartelamientos sin más argumento. Un serrallo vacante, indeciso. Triángulos sin hipotenusa por causa del ex, del “tengo algo fuera”. Poca polémica, menos audiencia. Pareciera que en España se hubieran agotado también las canteras de la desfachatez televisiva, por una nueva pobreza del rubor.

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