TENGO ALGUIEN
FUERA
En GH han
tirado a Lorena, muchacha entradita en carnes, valenciana como la de la Ruzafa que
cantara Kraus: Ojos con revelaciones de Alcorán, aunque también regencias de
pescadería. Porque Lorena es mujer para ponerle un puesto en el mercado, bien
alto, entarimado, donde paseara su jocundidad y su membrilleo. O meterla en
casa, flor de guatiné, para su esteticismo uñil de pulir cutículas
¿Y no parece
la manicura una vidente que empieza?
En Lorena, escondida,
hay una echadora de cartas, que es un psicologismo roto y confidencial, un
chismorreo freudiano, porque las videntes han sido el Freud de los pobres.
Bolerona de
ansiolítico, lloraba hasta la ansiedad, que no deja de ser un hiperrealismo al
mirar la vida porque si las cosas las miramos más de lo que toca nos entra el
ataque. Y Lorena, al entrar, fue definida como televidente fan del programa.
Esto es: una que mira. Si al estar dentro no podía mirar la tele ¿qué iba a
mirar entonces?
Ella miraba
las cosas como si fueran tele. Con el horror del espectador cuando se ve dentro
de la acción.
Lorena era
autoconciencia dolorida.
Con todo, su
desajuste daba juego, que se dice en el programa, y al irse ha dejado un
retrato generacional de la pavisosez.
Un señor con pelazo
para que se lo cepille la novia, que esa es la nueva metrosexualidad, que ellas
nos peinen. Otro que juega al hockey, deporte de pasar la escoba e Iván, un Jim
Carrey del Sepu, al que Lorena sentenció:
-Eres la
pipona de esta casa.
¿Es la pipona
una reinona pipera? Iván es un solitario exterior, de mecha escabrosa y cierta
difícil indefinición que se acerca mucho a Juan Carlos, verbo herido que dicen que
se parece a Newman, pero que a mí me recuerda más a Monty Clift.
Juan Carlos
es el lirismo del decir, pues la palabra totalmente dicha es palabra muerta.
La casa queda
ya como abulia de camas sin hacer y amartelamientos sin más argumento. Un
serrallo vacante, indeciso. Triángulos sin hipotenusa por causa del ex, del
“tengo algo fuera”. Poca polémica, menos audiencia. Pareciera que en España se
hubieran agotado también las canteras de la desfachatez televisiva, por una
nueva pobreza del rubor.
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