domingo, 3 de febrero de 2013




EL TIEMPO EN JUEGO DE TRONOS

Ser espectador de Juego de Tronos es una experiencia común: vencida una primera reticencia adulta, uno queda atrapado en la rara compulsión de la ficción televisiva, sujeto de una pasión infantil por la trama. Este texto apunta a uno de los ingredientes de esa fascinación: la convivencia de distintas nociones de Tiempo. Prima la visión circular, cíclica (el invierno), matizada por evidencias de progreso histórico y amenazada por aspiraciones mesiánicas y riesgos apocalípticos. Es decir, formas de linealidad histórica. Sucede además que en muchos de los personajes, en el clima general de la serie, predomina una tribulación propia de quien vive el momento bajo de un ciclo, algo que forzosamente nos debe resultar familiar, muy contemporáneo. De algún modo, todos esos señores con mallas y espadas resultan… actuales.

El ciclo. El invierno.

Los habitantes de Winterfell, el escenario principal de la serie, tienen una concepción del tiempo antihistórica, circular, cíclica y no lineal, simbolizada en la recurrencia del ciclo. Es decir, la necesidad humana de explicar el acontecimiento, de dar sentido a lo que les sucede –que no es poco: penurias, batallas y privaciones de naturaleza medieval…- la resuelven insertando el suceso en una trama cósmica, un patrón natural. Si el hombre histórico separa naturaleza e historia, el primitivo introduce los acontecimientos en un patrón ondulante plenamente identificado con la naturaleza, como corresponde a una sociedad agraria.

 Así, el invierno (¡Winter is coming! ¡Winter is coming!) es un personaje más de la serie y una de sus grandes tensiones dramáticas. El invierno es algo inminente, acuciante y veremos que durante las dos primeras temporadas existe un elemento de suspense al respecto porque cuando se habla de invierno se desliza la posibilidad de un invierno distinto, recrudecido en un sentido radical por extraños sucesos. Signos celestes, la visita de los Caminantes Blancos con su terrible mirada azul, formas apocalípticas que romperían esa circularidad, que amenazan con estirar el tiempo hasta modalidades escatológicas.

El invierno, por tanto, es la particular forma de resistir la realidad sin huir de ella que posee el hombre de Invernalia. Es una justificación no histórica, no lineal, una ontología sin devenir, una justificación cíclica de los acontecimientos penosos, que no introduce tampoco la explicación religiosa. No hay teofanía, las cosas no las envía un Dios inclemente, ni son un sacrificio histórico para llegar a alguna parte. Para explicar lo que pasa, para darle sentido a lo real, está el ciclo. El invierno es oscuridad, carencia, escasez, noche, anomia, desgobierno, un riesgo de caos originario. Es aquí donde se abre el misterio porque las referencias al invierno no son muy claras. ¿Hasta dónde llega su rigor? ¿Tendrá fin? Lo seguro es que el invierno procura una inmersión en cierto desasosiego metafísico, en un caos primordial y supone una época de privación general de la que, al parecer, se ha salido otras veces, es decir, que también encierra una regeneración, una visión optimista.

El ciclo de Winterfell es regenerador. Todo ciclo tiene su alza, su auge, su época de bonanza, de modo que la regeneración sucede a una etapa de confusión. En ésta aparecen muertos (Caminantes Blancos) y contra ellos batallan los hombres de la Guardia Nocturna (noche, oscuridad, ausencia de reglas), que como sociedad casi secreta presentan algunos rasgos que veremos. Así, unos y otros combaten en la noche, lo que evoca la noche de los tiempos, la abolición del tiempo. Pero esto, hasta donde nos explican, tenía siempre su salida regeneradora a un nuevo tiempo, luminoso, fértil, en un giro de la rueda cíclica del tiempo que servía al hombre de Invernalia para dar sentido a lo real. El suspense de las dos primeras temporadas estriba en que ese patrón ondulante parece amenazado por la inminencia de los Caminantes Blancos. De hecho, la primera secuencia de la serie es para ellos y aparecen cada cierto tiempo como un elemento de suspense y ritmo en el guión.

Así, en el Norte, el ciclo se ve amenazado por un misterioso peligro apocalíptico. El signo celeste que observan no tiene fácil explicación y siembra la inquietud de un ataque distinto, un ataque que no es el de un reino cercano, sino algo que acabaría con las formas de vida y gobierno de Invernalia y del resto de territorios. Una amenaza apocalíptica que rompería la circularidad de la existencia. La ruptura de cualquier patrón de organización de lo temporal es un elemento de suspense radical.



Psicología del hombre cíclico

Pero deteniéndonos en el hombre del norte, su concepción del tiempo encierra una psicología que desconoce lo que Le Goff llamaba la psicología moderna del tiempo. El hombre de Invernalia no parece muy piadoso, no hay grandes referencias a la religión. La concepción fluida, unidireccional y progresiva del tiempo suele derivar de lo religioso. Esto permite sobre el tiempo un manejo que, bien por venir vinculado a Dios o por ligarse a un fin histórico determinado, permite su tratamiento, su gestión. Una gestión o economía divina de las cosas que después pasa a ser un manejo temporal distinto y secularizado. Lo seglar desgaja el tiempo de las manos de Dios y lo racionaliza, haciéndolo mercancía económica, introduciéndolo en el comercio, en lo cultural, con aspectos fundamentales como el interés. Nada nos habla tanto del conocimiento moderno del tiempo como el interés bancario y las formas financieras sobre futuros. Una inversión, y no digamos ya un préstamo, es otro terrible horizonte existencial. El caso es que en la serie no hay mucho de religión ni de comercio. El comercio es más bien sureño y remoto y se lo encuentra la Kalesi, la chica Targaryen, en su exótico deambular. Poco se nos dice de religiosidad y menos de actividades comerciales, aunque hay mercadeo en la capital y puertos y relaciones comerciales, pero fundamentalmente se trata de una sociedad arcaica, agraria y de corte feudal.

La ausencia de un patrón histórico, de una aspiración política, la inexistencia de la idea de progreso, de redentorismo religioso y la persistencia de recurrencias cíclicas inspiradas en las estaciones dan lugar a una personalidad no racional, que no parece sometida a autoridades religiosas ni a un principio de racionalidad. La personalidad y la entera existencia configurada como una pugna entre las pasiones y destino. Los personajes son egoístas, excesivos, ambiciosos, orgullosos y en la serie domina una exuberancia psicológica e irracional. Un torbellino de pasiones. Sólo el honor parece una idealidad, un principio rector. Ese honor que conforma para algunas culturas arcaicas una forma de futura edad dorada, de más allá escatológico. El honor, personificado en los Stark, es quizás la única forma rectora de comportamiento. Además, el desorden político, la descomposición de las formas de gobierno, la falta de estabilidad contribuyen a la ausencia de autoridad. Ni autoridad política, ni autoridad religiosa, ni moral dominante, ni idealidad, ni redentorismo ni una idea de progreso, avance o fin histórico. El individuo como un conjunto de pasiones frente a su destino. Esa fatalidad le lleva a la oscuridad, al cultivo de la magia, a cierta inclinación esotérica y además da lugar a un personaje atribulado, indomable, libérrimo, apasionado, excesivo, poco virtuoso e irracional. En Juego de Tronos casi todos parecen malos, disparatadamente egoístas y los comportamientos son una selva de motivaciones irracionales. Traiciones, enfrentamientos, egoísmos, sexualidad desenfrenada. Juego de Tronos es como un culebrón cocainómano en el que todos son malos, pero eso es consecuencia directa de su concepción del tiempo. Podemos convenir, quizás, que el hombre cíclico resulta mucho más divertido que el hombre histórico.

Dejando de un lado los reyes y los protagonistas de las grandes familias, el individuo que nos enseña la serie está encerrado en el ciclo, y además y como corresponde a lo no histórico, en el arquetipo, en la repetición de modelos anteriores. La verdadera creación, la originalidad es mínima. El gesto de rebeldía, creativo frente al arquetipo y con ello la realización de historia viene protagonizado en la serie por personalidades heterodoxas. La mujer gigante que sirve a la señora Stark, que asume un papel en absoluto femenino; la hija pequeña de Stark, que durante gran parte de la serie se debe hacer pasar por niño, pero que desde un inicio ansiaba la batalla como forma de expresión; el enano que nace en la familia Lannyster, Tyrion, dueño de una conciencia moderna y dolorida, desubicada y superconsciente, nacido bufón en la corte de los Lannister y, luego, por fuerza de los acontecimientos, en delicioso giro carnavalesco, obligado a gobernar, a ser Mano del rey. Otro personaje heterodoxo es Renly, el hermano gay de Robert Baratheon, que representa una forma de modernidad política, además del amor heterodoxo. En el momento de la crisis política, donde todo es ambición, sed de poder, honor miope o caudillismo, este chico sale con ideas democráticas y una idea de justicia no empapada del viscoso honor de Ned Stark, sino de rectitud utilitaria e ilustrada, de corte maquiavélico.

En la serie, estos personajes fronterizos resultan interesantísimos porque introducen su peripecia personal y una rebeldía creativa consistente en el gesto individual por salir de su arquetipo y de la estrechísima horma de lo que les corresponde. En esa sociedad cerrada en la limitación estamentaria, en la simbología cosmológica y natural, en la recurrencia del ciclo, los personajes creativos son aquellos que luchan por su propia libertad y constituyen el inicio de algo, de alguna germinación histórica en la rueda incesante de lo eterno. Ellos, heterodoxos, intentan salir no solo del arquetipo, sino también del ritual, de la repetición, del modelo. La salida de lo paradigmático es una proeza para ellos y es absolutamente creativa. Por ello, dentro de la psicología arcaica de lo cíclico, los personajes que trazan un gesto personal, novísimo, son la gran fuerza creadora y retienen el interés del espectador. Normalmente, ya se ha dicho, son seres que pugnan con su paradigma.

Otras maneras de concebir el Tiempo

La estricta concepción cíclica del tiempo convive en la serie con otras formas de tiempo. Una de ellas la encarna la voluntad mesiánica de la Targaryen, Kalesi, que recorre el planeta para restablecer el gobierno de los dragones. En la ayuda de estos animales mitológicos hay, evidentemente, algo mágico e irracional, pero ellos mismos introducen una simbología determinada: Los dragones son, como explica Eliade,  lo preexistente, lo autóctono, lo originario. La Kalesi es una Reina-Mesías y a través de los dragones convierte su peripecia histórica en algo mítico. La aparición de dragones y magia también le sucede al mayor de los Baratheon, e introduce rasgos típicos de los ciclos épicos arcaicos. Esos anacronismos absolutos de dragones saliendo de huevos originarios restituyen lo mítico en el deambular de los reyes sin reino. Kalesi o Baratheon amenazan el orden con la ayuda de dragones, vestigios de la noche de los tiempos. Y con esa amenaza introducen una perspectiva temporal distinta. La princesa Kalesi observa el tiempo de manera diferente, como una escatología, como un horizonte temporal final en que se restituirá el orden mediante la regeneración, el ajuste de cuentas. Es decir, la Kalesi observa el tiempo con un horizonte en que ella restituya un orden mítico (dragones), realizando un ajuste de cuentas, regenerativo, todo en un hilo temporal, fluido, lineal, que ya no es cíclico. La Kalesi se pone muy guapa cuandole sale el ramalazo mesiánico.




Amenazas apocalípticas y rasgos mesiánicos de la Guardia Nocturna

Tanto por el sur, con Kalessi y sus dragones, como por la alianza mágica apuntada entre fuerzas oscuras y Baratheon, como, sobre todo, por la aparición de los Caminantes Blancos, el orden cíclico se ve amenazado. La aparición de los Caminantes Blancos, muertos, fantasmas espectrales de mirada azul, introducen el cataclismo escatológico, la posibilidad de la gran catástrofe agravadora del invierno, como punto inferior del ciclo. Es el mito de la conflagración universal, base de la mitología cristiana, presente también en Roma y la expectativa de su declive de manos de los bárbaros. De hecho, esa idea de frontera y de amenaza exterior está presente en el Muro, que separa la tierra conocida de lo informe, del caos, donde muertos y vivos coinciden, donde, por tanto, el tiempo aparece como suspendido. Precisamente es propio del apocalipsis la visita de los muertos, el restablecimiento de las tinieblas. Durante la serie, estas señales aparecen como presentimientos de una gran confusión que acaba con la perspectiva cíclica, que estira el Tiempo hacia su final. Es interesante subrayar que el Muro, donde está la Guardia Nocturna, es el lugar en que se relaciona frontera y tiempo, porque más allá se sitúa lo informe y la mezcla suspendida de lo temporal, con vivos y muertos combatiendo. Ese combate le corresponde a la Guardia Nocturna, donde se alista el bueno de John Snow, protagonista y héroe de la serie. Este cuerpo tiene también evidentes rasgos mesiánicos. Se trata de una sociedad iniciática y esa iniciación se produce en el Muro y más allá, donde, insistimos, se mezclan tierra y caos, y como sociedad tienen una entidad representativa, desde los antepasados (todo el tiempo) hasta el último reino y una noción, única en la serie, de bien común por encima de territorios, reinos, banderías. Se trata de una sociedad separada, separada en segunda potencia, separada de toda separación, de toda limitación entre ellos. Una plena igualdad entre miembros con plena indiferencia escatológica hacia lo mundano. Es una sociedad de vocación mesiánica (los llamados), pero también una interesante segunda oportunidad, pues permite una regeneración completa al individuo, de un modo imposible de encontrar en nuestro mundo. Quien ingresa allí renueva su identidad, parte de cero, sin tribunal ni jurisdicción ante la que rendir cuentas de su vida pasada. Es una muerte en vida y un nuevo nacimiento. Una orden entre lo religioso y lo militar, pero más allá.



Algunas evidencias de Progreso

En la serie hay manifestaciones de entendimiento del tiempo como un fluir unidireccional, acumulativo, vinculado a una cierta idea de progreso. Es decir, no es el Progreso espiritual o científico como valor absoluto y civilizatorio, entre otras cosas porque no se percibe en la serie la idea, posiblemente de origen cristiano, de unidad de todos en el concepto amplio de humanidad. Sin Humanidad, sin Progreso como grandes mayúsculas, sí que se perciben evidencias de avance, de progreso histórico. Progresividad temporal. En el desarrollo de los distinto reinos, en las formas de organización alcanzadas y en el fraguarse otras nuevas, hay una forma de avance político, desde la familia hasta la confederación pasando por el pueblo. Es decir, estas formas de desarrollo político acumulativo existen en cada región y en las alianzas posteriores entre ellas. El desarrollo culmina en la capital, Desembarco del Rey, que presenta una vida comercial y política superior. La urbe como expresión de desarrollo según describe Platón, es decir, la evolución desde la unidad familiar, de parentesco, hasta desarrollos políticos que dan lugar a la ciudad-estado. Esta ciudad desarrollada y distinta,  políticamente organizada, convive con concepciones arcaicas y míticas de lo urbano en la propia serie. Anacronismos que dotan a la serie de curiosos desniveles culturales y son una fuente de interés dramático. Así Qarth, la ciudad que visita Kalesi en su peregrinaje, o Nido de Águilas, donde tienen preso a Tyron en la primera temporada, presentan algunos rasgos que Eliade considera habituales en la concepción arcaica, mítica y arquetípica de lo urbano. En primer lugar, surge en el desierto, o junto a mares ignotos, es decir, surge entre lo desconocido, lo informe, el caos. Además tiene formas cosmológicas, naturaleza sagrada y la condición de axis mundo: la unión en ella de cielo, tierra e infierno. Enormes precipios que dan al centro del infierno y torres que alcanzan alturas celestes, son formaciones urbanas cerradas, axiales, míticas, que congregan cielo y tierra en su naturaleza sagrada. Frente a ellas, Desembarco del Rey tiene la naturaleza de una Roma asediada, con una forma incipiente de política, pulsiones populistas, comercio desarrollado y una muy estimulante y moderna promiscuidad metropolitana.



Juego de Tronos y nosotros

Los anacronismos de Juego de Tronos presentan el aliciente de oponer formas distintas de lo temporal. Además de los excelentes actores, las localizaciones, el prodigio de mundos de ficción y de las desencadenadas pasiones de sus protagonistas, la serie introduce una tensión entre maneras de percibir el tiempo o, dicho de otro modo, de situar los acontecimientos en una trama explicativa superior o trascendente. Qué se hace con la realidad, en resumen. De alguna manera, eso es contemporáneo, porque poner una tertulia o abrir un periódico nos enfrenta en ocasiones al diálogo imposible o, como poco, dificultoso de muy distintas modalidades explicativas de lo actual: el ciclo, el progreso, las tremebundas nociones apocalípticas conviven y cada hombre, según su temperamento , opta por unas u otras. En momentos de recesión, es acuciante buscar una explicación a lo que sucede y ante el fallo de las ideologías (el anunciadísimo fin de la historia), la caída de Dios, el desprestigio de la utopía obrerista, sólo queda la fe en el Progreso, la Nación o la Igualdad... Incluso el prestigio del crecimiento económico se pone en entredicho. Y recurrimos al ciclo, a la lenitiva y tranquilizadora explicación técnica de que a la recesión proseguirá un auge. Al menos, eso confiere un patrón explicativo
A veces somos parecidos a los hombres de Juego de Tronos. Sentimos la zozobra, la ansiedad metafísica de tiempos depresivos y la experiencia de estar perdiendo las formas o patrones de explicarnos las cosas. Parece que hemos dejado de creer en el sentido unidireccional de la historia, en que el Tiempo lleve a algún sitio: la realización nacional, una conquista social, la Europa construida, el edén proletario… y, hombres cíclicos, algo tediosos y sin el desahogo de poder guerrear en mallas con una espada del mejor acero, asustados por algún bramido apocalíptico, vamos gritando que viene el Invierno y que del Invierno se sale, porque (¡esperemos!) todo es ondulante, todo retorna. De algún modo, vivimos también una resaca cíclica abierta a cierto suspense ontológico.

2 comentarios:

  1. Colosal.
    Solo decir que el tema religioso en los libros sí que se explota más que en la serie. En las próximas temporadas quizás veamos algún detalle más.

    En el Norte se venera a los Antiguos Dioses. Están relacionados con los lobos huargos, los árboles sagrados, los sueños premonitorios de Bran, el hijo paralítico de Ned Stark. Verdaderamente se puede decir que aún guardan poder. No hay sacerdores ni ritos. La origen de esta creencia viene de los Primeros Honbres que habitaron Poniente.

    En las Islas de Hierro, la tierra de los Greyjoy (de donde es Theon)se adora al Dios Ahogado. Es cruel, se parece al Ctulhu de Lovecraft y está intimamento relacionado con el mar: se hacen bautismos con inmersión a sus miembros y sus sacerdotes han conseguido reanimar gente muerte aparentemente ahogada.


    En el Sur, es decir casi todos los Reinos salvos las Islas de Hierro y el Norte, se adora a los Nuevos Dioses, los 7. Un dios dividido en 7 aspectos: El Padre, el Guerrero, el Herrero, la Madre, la Anciana , la Doncella; y el Extraño (La Muerte). Tiene un aire al cristianismo medieval y sus sacerdotes no parecen usar magia de ningún tipo.


    Por último, del Este, aún más al Este de donde está la Khaleesi, viene la fe en R'hllor. Es el dios del Fuego, que solo tiene un rival, el Gran Otro. El fervor de sus fieles es comparable al del islam actual. En la serie viene de mano de Melisandre, la sacerdotisa que acompaña a Stannis Baratheon. En la 3ª temporada aparecerán otros personajes que también profesan esa fe. Los miembros del bando de Stannis se han convertido a su fe, muchos de manera radical. Como se puede percibir con las sombra creada que mata a Renly y con más detalles que veremos las próximas temporadas. ciertamente su magia es poderosa

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  2. que pedante y desafortunado

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