UN RATO DE TELE: EL DELUXE DEL BOLLÍGRAFO
Y digo Bollígrafo porque era el polígrafo de Raquel Bollo,
amiguísima junto a Tere Pollo de la Pantoja. Amigas esclavas. Devotísimas, la
Pollo y la Bollo. Contaban en el programa hoy que saca un pitillo la
tonadillera y hay tortas por darle candela, como la guapa en una discoteca.
Ahora se viven momentos de tribulación para el Pantojismo. La diva entra en el
juzgado y se sienta en el banquillo muy demacrada, recta y emponchada cual
Chavela, mascando cosas como lexatines, virginizada, penitente mientras su ex,
el Cachuli en el siglo, dice que la señora Pantoja esto y la señora Pantoja lo
otro. Si dirá cosas que ahora nos enteramos, aunque él se desdiga, que la Señora
le vino a poner una ganadería. Reses bravas de casta vigilada por Julián Muñoz,
quizás ahí estuvo el futuro de la Fiesta. Toros Cachuli, de talle alto,
mostachudos, saliendo a romperle la magia de figurín con peana a José Tomás.
El caso es que pasa uno por una crisis de televidente,
quizás por llegar al sofá cansado, agotado, y aunque la gente piensa que
para eso está el televisor, yo pienso que no, que hay que ir con cierta
frescura de ideas. No hay tanta pasividad como se dice. Evidentemente, la tele
es un chorro, un flujo que te invade –eso se ve mejor de madrugada, cuando
apagadas las luces la tele parece, sobre el espectador, una abducción
extraterrestre-, pero para el mejor entendimiento, para su mayor alegría, la
tele requiere de la voluntad. Yo veo la tele y la reveo, la remiro, absorbo
tele pasivamente, pero regurgito humor
catódico y hago otra cosa: al ver pongo una mirada y el televidente que pone
una mirada no está solo viendo.
Lo que quiero decir es que hay que resistir la pereza
mental de lo que se propone, superponiendo una alegría propia y que el
espectador configura un punto de fuga que crea otra dimensión televisiva.
Hay algo de juego teatral en el espectador. Algo de
fisicidad posible, de penetración del que mira.
Pero con todo, el Sálvame me está cansando. Se suponía que
el corazón era, entre otras cosas, sublimación del chisme. Pero ahora, se ha
desmontado el elenco cordial y sobrevive una especie de telenovela mezclada de
telerrealidad, una mezcla de periodismo muy menor, de realidad, de guión
pespuntado y de drama en directo por los mismo cinco de siempre. Y eso ya me
parece el chisme por el chisme, el clásicos chisme de las abuelas, de las
nueras y suegras, de las hermanas, del patio de vecinos. Habladurías, juicios,
acusaciones, dimes y diretes se señoras de negro que nos devuelven al puro
chisme, sn brillo, sin misterio y sin distancia.
Pareciera que lo importante fuera chismorrear, dando un poco
lo mismo si el chisme atañe a la Preysler o a Mila Ximénez, que yo siempre que
le escucho el apellido pienso en la reducción de Pedro Ximénez, y un día me
confundiré y todo y diré reducción a lo Mila Ximénez, para indignación del
camarero que seguro me abofeteará, porque en España ya sólo son dignos los
camareros.
El caso es que hoy a la Bollo le preguntaban por lo de
siempre, pero entre ella y el otro entrevistado, un joven apellidado Corbacho,
hemos conocido un nuevo personaje -y no son pocos- del universo Cantora. El de
hoy es doña María Navarro, manager de Isabel y antes de Encarna, algo asi como
el Don King de las folclóricas, una señora pequeña, entre Amparo Baró y el último
Ángel Cristo, con algo temible propio de todas las mujeres bajitas. El señor
Corbacho sería su secretario y ella a su vez secretaria de la Pantoja. Es
decir, que la Pantoja, según esto de hoy, tendría subsecretario.
O lo que es lo mismo, el organigrama de Cantora es un
ministerio.
Y lo que yo no me explico es cómo narices hemos dejado de
ver a esa señora cuando caminaba Santa Justa con la Panto. ¡Claro, coño, porque
no salía en el plano!
Contra lo que parece una necesidad básica del español,
Corbacho no habló mal de la Pantoja, sino de su hermano Agustín. Vaya por
delante que a mí Agustín me ha gustado siempre porque en su estilo indolente y
herido veía yo una mezcla perfecta entre su hermana y Rocío Dúrcal.
Hoy deslizaron las habituales insidias sobre la sexualidad
de Agustín, pero a México, donde el puro macho, sólo se fue él. Dicen que se
monta por las tardes unos cineclús en plan cine de barrio y lo han dicho de un
modo feo, como si él representase esquizofrénicamente y paradísticamente el
programa entero, impersonando, que diría un moderno, a lo Anthony Perkins a
Parada, Sebastian, Tony Leblanc y Marujita Díaz.
Luego lo han rematado diciendo que cuando va al Corte
Inglés regatea.
En el Bollígrafo propiamente disfrutamos de la Bollo en
estado puro. Garrida de brazos, cruzaba las piernas de modo extraño, con los
tobillos apuntando a lados opuestos, como si le acabara de hacer una entrada
Alves. De alguna forma, la Bollo hace
con los tobillos lo que Lina Morgan hacía con las rodillas.
Llevaba ella hoy unos pendientes con eslabones de cadenas y
todos los pantojistas se negaban a ver en ello el funesto presagio de la
prisión.
La Bollo suspiraba. Le preguntaban si sus tetas pertenecían
a Muñoz, si ronearon y si alguna vez una mujer le comió la boca a la Pantoja y
ella decía la verdad y suspiraba. Debería haber una competición de suspiros
entre ella y Rosa Benito. Rosa inhala y Raquel es muy de soplar enfriando la
sopa, pero juntas en el plató parecen madres plañideras en el plató velatorio y
silencioso.
Al final, como le preguntaron por Chiquetete se puso a
llorar lágrimas del alma más profunda y con ella lloraba Chelo García Cortés,
que está siempre en entredicho. Yo a estas alturas, y lo digo con absoluta
sinceridad, ya no entiendo qué problema hay en ese mundo y entre cuánta gente.
Todo es ruido, grito, habladuría y la hemeroteca de María Patiño (parece que
nadie, salvo ella, sabe nada realmente del asunto. Jorgeja ya presenta y calla, pensando en qué tragedia
sería si María perdiese su carpeta de apuntes), sin embargo, siguen llegando
las lágrimas, diamantes televisivos, y hay algo de emoción en el recuerdo, en
las imágenes de archivo. En cómo era todo entonces, cuando el Cachuli paseaba a
caballo cual terrateniente cafetero. Y la posibilidad, ciertamente
extravagante si se quiere, de imaginar otro mundo en que el amor blanquea los
capitales y hay desgarros patrimoniales, confusión de haciendas y mucho
puterío.
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