PIDIENDO GUERRA
(A I.R.Q. que a veces es el único diálogo de la mañana)
Unos políticos catalanes han llevado a Europa una petición
de amparo, llamémosle así, temiendo la invasión militar española, otra más, una
reinvasión, se supone, porque si ya están dominados militarmente, el militar
que apareciese ya sería una redundancia, pero el caso es que se teme la directa
agresión del castro español. Esto -lo ha visto muy bien Ruiz-Quintano en su
columna de hoy- es hacer un Busquets:
tirarse al suelo fingiendo una agresión que sólo se produce en la imaginación
peliculera y victimizada de estos señores que son, de algún modo, eróticamente
víctimas, que tienen la erotomanía de ser víctimas y se inventan una guerra de
Gila o un Tropic Thunder para satisfacer su pretensión voluptuosa y cachondona
de que les agredan. Hay gente, no nos engañemos, a la que le pone un buen
guantazo. De algún modo, la verdad, están pidiendo guerra y más que inventar
una Cataluña que no existió nunca perpetúan en sus fantasías una España que
declina, porque viven del recuerdo del coronel español, de eternizar una figura
pasada, la del pronunciamiento y el tanque revoltoso. Estos señores son los grandes nostálgicos de España,
los perpetuadores necesarios de una España kitsch y retrospectiva.
Si un general tosiera muy fuerte en Cataluña o pegara un
golpe con la ficha del dominó en el velador de hueso ya podrían decir que algo
se está tramando…
El caso es que escarbando en la noticia descubre uno que
entre los firmantes se encuentra un político-escritor, un político con la
vanidad de la primera novela, que es el tostón que cada español que sabe juntar
tres letras le endilga a la posteridad. La obra del abajofirmante, cuyo nombre,
por cuestiones de urgencia laboral no puedo preocuparme en averiguar, se titula
“Sayonara, Sushi” y es un thriller sobre la pesca del atún rojo, la caza
indiscriminada y abusiva del atún rojo. ¡Si habrá ingerido sushi el autor para
acabar preocupándose por la cuestión! Es una sensibilidad de almadraba,
ecologismo de japonería, desconociendo que el gran comedor político de atún es Gómez,
izquierdista madrileño.
Por tanto, otra diferencia irreconciliable y otro hecho
diferencial es la sensibilidad del atún, que primero fue el toro bravo y ahora
va a ser el atún rojo.
Y así, con estas maquinaciones políticas, se nos revela
otro título imprescindible, conociendo como conocíamos “Jesucristo era marica”,
la primera obra de Jair, el del tir al genoll de Sostres, y Barcelona se nos va
dibujando en la imaginación como un territorio disolvente, infantilizado y
absurdo configurado, sobre todo, por el desnortamiento cultural que va a ser,
antes que el idioma, el gran problema de allí.
A Cataluña, antes que españolizarla, habría que catalanizarla
de nuevo. Que redescubriera su mejor tradición, porque con el sushi capitalista,
el cristo sarasa y la imitatio neoyorquina en gironí muy lejos no se puede
llegar. Parece, y es bien triste, que de los novísimos se hubiera pasado a los
tontísimos.
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