TOÑÍN EL TORERO
Gracias
a twitter he redescubierto a Toñín el Torero. A este personaje lo tenía yo por
un freak del madridismo. El alter ego de Tomás Roncero que aparecía en la
primera fila del estadio con su capote y su montera. Uno de los cofrades del
clavo ardiendo. Participante seguro en las ouijas que tratan de hablar con
Juanito a ver si el hombre, en su ganado más allá, nos arregla cada
eliminatoria. Me irritaba el personaje, pese a su madridismo, porque en él veía
yo un triunfo del antimadridismo: perpetuarnos en el estetreotipo por ellos
fabricado. Hay una vieja estrategia que pasa por identificar al Madrid con
ciertas cosas. En la TV 3
los madridistas eran siempre señores como los que salen en Callejeros. En
Cuatro aún se percibe algo así cuando realizan las entrevistas a pie de
estadio. No sé cómo lo hacen pero siempre sacan al peñista bruto, a ese que Mas
diría que no se le entiende. Toñín era, no nos engañemos, una ridiculización
del madridista a la que el propio madridismo se entregaba. Era como ese señor
del Barça de antes, vestido de pitufo o como el Señor Ventura y la trompetita.
O como el diablo rossonero. La mascota, pero una mascota hiriente y muy tópica,
muy lejos del universalismo florentiniano del que soy devoto.
De
mi error me ha sacado twitter. Toñín, o Don Antonio, es un madridista enfermizo,
radical, absurdo, como yo. Forma parte del universo ronceril, pero eso no es
malo. El Madrid estaba secuestrado por el Txistu y otros restaurantes
madrileños. Roncero ha retratado en sus columnas, llenas de ritmo, al
madridismo peñista, que bien conozco. El madridismo de planta baja, de pueblo,
de autobús, de bocadillo y copazo y Toñín, o don Antonio, nos recuerda el
madridismo de bar. Él, dueño de un bar llamado Palatoñín, creo que por
Vallecas, nos recuerda que los bares son las segundas peñas, el segundo
peñismo. Nada más hermoso que entrar en un bar de España y ver al fondo el
escudo, a menudo gastado, del Madrid y un poster del As con una alineación de
cuando Maceda. Eso es madridismo. Madridismo duro en los bares, que es donde se
vive el fútbol en España.
Toñín
va más allá del peñismo, Toñín es madridismo de bar de barrio. Lejos de los
festines del Txistu, lejos del canapé exquisito del palco, lejos del copazo con
jamona de los vips, lejos del ya prohibido Di María, vetado imagino por el
mourinhismo, Toñín rebasa también el mundo de las peñas. Él es la libertad del
madridismo de barra. Su bar y el bar de Fran son los bares de España, donde
vuela mi imaginación.
Roncero
ha tenido un gran mérito en llevar consigo su personaje y en crearse un mundillo
reconocible. En sus columnas recuerdo yo guiños, saludos y homenajes a todos
esos madridistas ronceriles de los barrios y pueblos de España. Roncero, quizás
excesivamente, les ha dado voz, figura, y los ha retratado y los ha adjetivado
ya: el roncerismo, es, queramos o no, ese madridismo que prefiero no describir,
pero que todos conocemos.
Pero
Toñín es más que eso, él es ahora mismo un creador de himnos y un aglutinador.
Hoy su twitter despedía un grito redondo, perfecto, coreable: ‘UEFA puta’, así,
sin comas ni ambages. Toñín, herido, daba voz al madridismo ‘denigrado’ por
Platini. No se puede decir más claramente y sería un hito cantarlo en el
estadio. Nadie ha cantado jamás eso, nadie ha denunciado tan claramente la
corrupción en el fútbol. Mou se sentirá respaldado. Nadie ha tratado nunca a la
UEFA como a una puta. Eso sólo lo puede hacer el Madrid. El Torero
está, ahora mismo, para liderar la barra brava que no tenemos.
Su
otra aportación ha sido renovar el ‘Hala Madrid’ que ya casi nadie dice. Antes,
el testigo presidencial se trasmitía con ese saludo. Había algo deliciosamente
faccioso en ello y Florentino, con su centrismo, lo retiró. Toñín lo ha
recuperado y le ha dado un dramatismo nuevo, lo ha vuelto a hacer vibrante, un
patetismo heroico, hermoso y mourinhista: ‘Hala Madrid hasta el morir’,
fundiendo nuestra condición humana a nuestra condición madridista, haciéndola
una, porque twitter me ha enseñado que este hombre tiene, tras su aspecto algo
cómico, un radicalismo, una extremosidad de ultra. El Torero tiene cosas de
ultra y eso es lo que una vez pedimos: recuperar el sentimiento ultra sin
politiqueos no violencias, hacer nuestro, mejorado y sin ironías, al Enrique de
Los Nikis.
Hala
Madrid hasta el morir. Un madridismo existencial, profundo, vindicativo,
radical y extremo, hasta las extremidades últimas. Nadie ha captado mejor ese
madridismo, que es el mío, mi madridismo, que Toñín. Desde luego, ese
madridismo es más madridismo mío que el madridismo de pitiminí de Marías, con
su anglovaldanismo blando y condescendiente.
La
aceptación de Toñín nos va a obligar a reconciliarnos con el raulismo porque él
ha recuperado como parte de su caracterización los útiles taurinos que Raúl trajo
al madridismo. Queramos o no, en el aficionado han quedado grabados esos pases
que pegaba el siete cuando las victorias. Toñín, taurino, tragicómico, parece
un espontáneo a punto de saltar al ruedo. No es el ultra, el ochaíta a punto de
dar el coscorrón al contrario, sino el torerillo que pide la oportunidad ante
el toro, pero que no salta nunca, el torero siempre en el instante del salto.
Toñín, en su primera fila, ya no es el ultra que grita, es el torero a punto de
saltar al ruedo, a jugarse el tipo. Toñín, con su performance dominical, es el
ultra caracterizado que ha convertido en tipo de carnaval el madridismo de
calle. El madridista de tópico que se ha rebelado y ha cogido su cliché y se ha
adueñado de él.
Torero
que siempre está por desmonterarse y parece que aguarda al final para brindarle
su toro imaginario al mejor madridista del partido.
Espontáneo
de no sé qué ruedo, agarrado a su capote, ve los partidos mordiéndolo, en el
burladero de la grada, porque vive el fútbol como cosa de vida o muerte.
Espera
el año entero, Toñín, a que el equipo vaya a Cibeles y él pueda saltar al
centro del estadio para torear frenéticamente, como Raúl, su ídolo, ese toro
que lleva en la cabeza, la faena perfecta que llevan en la cabeza los
madridistas. Cómo embestirá ese toro, con qué dulzura de corrida afeitada, me
pregunto yo cuando pienso en ello.
Deberíamos
procesionar los madridistas más locos a ese bar, como procesionan los del cuore
al bar de Fran, a conocer el secreto último del madridismo de palillo y formar
parte todos del universo solanesco y ronceriano de esta pasión que hemos
convertido entre todos en la mayor y más libre chaladura de la
España actual.
Hala
Madrid hasta el morir.