RATOS DE TELE
Escucho a Rosa
Benito decir que pone 'todo eso en manos de los abogados' y admiro esa
expresión. Nadie que haya estado entre
abogados, asunto de litigio, ha podido abstraerse. La tensión judicial, los
bajonazos legales le dejan a uno nervioso, preocupado, porque la justicia no
deja de tener su revés de sorpresa final. La jurisprudencia es una sucesión de ocurrencias. Las pesadillas judiciales son habituales. Ellos
no, los del circo rosa, lo dejan todo
serenamente en manos de los abogados, seca materia jurídica. De eso no hablo,
dirán, eso lo lleva mi abogado. Y 'eso' puede ser medio pedazo de su vida.
La competición
lacrimógena de sálvame:
-Cuántas veces te ha
llorado? Muchas, y yo a ella también.
-Yo le he llorado
muchísimo, muchísimo. Nos hemos llorado mucho las dos.
Anteayer vi a Andrés
Pajares en la tele, en el programa caritativo de la Campos. Es un ambiente de
mesas camillas, quizás porque ese fuera el escenario o decorado primero de Maria Teresa
Campos, aun cuando lo que aparece es el
cruce de piernas de la Gaitán o de la Gorro, que todas juntas, una al lado de
otra, parecen una columnata. Sin embargo, pese a tanta cacha descubierta, sigue
habiendo allí un ambiente de mesa camilla del que no se puede huir. Como si el sábado televisivo fuera ya para siempre la hora de nuestors abuelos. Y en ese ambiente, Pajares, huidizo como un
pajarillo, con la misma celebridad pasmada que tiene Camilo Sesto, ambos en ese olimpo boquiabierto, recibía todo
el homenaje nostálgico, el homenaje a bocajarro, extremaunción televisiva. Me fijé al final, cuando hacía un play back moviendo
apenas los labios por desconocer la canción que sonaba, y, de repente, su
mirada era la de Pacino. Enorme actor Pajares, encontraba en su deterioro
último la mirada del actor que le faltaba, ese Pacino serio, violento, majara, siempre a punto de soltar la hostia. Se redondeaba el actor así hasta su último registro.
Se corre hacia la
vanidad de uno. Es el atletismo del yo.
Sencillamente genial. La última vez que vi a Pajares fue cerca de su casa en Madrid. Paseaba la mañana o la mañana paseaba por él. Tampoco yo lo tuve claro. Ido, en lo físico y lo moral, miraba una paloma vieja de un gris muy común. Ella le miraba a él. Concluyendo ambos que ya sólo les quedaba el consuelo de volar cada vez más a ras de suelo. A falta de cielo, al bueno de Andrés y a la vieja paloma, el suelo se les presentaba como un factor de solidez a una decadencia que siempre encuentra una mueca de actor que la acaba haciendo entrañable.
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