LA DIFICULTAD DEL BERBERECHO
Es
imposible ser elegante comiéndose un berberecho, sobre todo comiéndose una lata
de berberechos, comiendo el berberecho en lata. El berberecho, perdida su
bivalvidez, debería picharse con palillo, pero en ese caso es muy posible,
sucede mucho, que al ensartarlo, la alegría del comensal arponero le haga
disparar el meñique, resorte feliz, y entonces el acto de llevar el vil palillo
con el berberecho glandular a la boca se llena de la hilaridad de un meñique
disparatado, porque el palillo es como el berberecho, un utensilio con el que
sale lo peor de nosotros mismos. El palillo, comoel berberecho, como el
domingo, saca lo peor del ser humano. Si se utiliza el tenedor, el comensal
aspira a más porque se siente respaldado por la técnica y no se conforma con la
unidad, trata de pinchar alguno más porque qué cosa tan ridícula es un solo
berberecho para un tenedor, como si neptuno tuviera en lo alto de su tridente
un triste mejillón, entonces el que pincha intenta penetrar más de un
berberecho, intenta hacer un pincho de berberechos, pero es tarea complicada.
Algún berberecho se resiste y entonces se está ante un doble compromiso con los
demás: queda comprometida la pericia de uno y queda sentada la obligación casi
moral de no dejar ese berberecho en el plato, pues es berberecho que ya ha sido
penetreado (¡violado!) por nuestro tenedor y nuestro tenedro ha estado en
nuestra boca, de modo que cómo podemos pedir a nadie que coma un berberecho
así. A ese tipo de promiscuidades puede llevarnos el tomar unos berberechos en
cualquier sitio. Sucederá también, casi seguro, que en la dubitación
comprometida del que pincha varios berberechos, surja, ante la dificultad de su
ensartamiento múltiple, el recurso tragicómico de pinchar un berberecho con
cada diente del tenedor. Eso suele deparar una inestabilidad de la carga que
hará que el tenedor no pueda colocarse en posición horizontal para hacer
entrada en las fauces del berberófago, de modo que el movimiento será forzado,
poco natural: un tenedor vertical, con dos berberechos, uno en cada extremo,
casi a punto caer como dos lágrimas, acercándose a la boca como el micrófono
lento de un bolerista. La experiencia en ésto no sirve de nada. Si yo mañana me
como unos berberechos en un lugar público o ante un grupo de comensales, el conocimiento
exacto de estas dificultades no impedirá que me enfrente a ellas. El comedor de
berberechos siempre es primerizo, la torpeza ante el berberecho, el
desvalimiento y la ridiculez humanas ante el berberecho son eternas. Pocas
cosas como el berberecho demuestran nuestra ridiculez.
Sucederá,
finalmente, que se quedará siempre en elplato esa unidad, esa última unidad
ante la que siempre salta la cursi de la reunión o el individuo con pinta de
cuñado diciendo eso de ‘anda, mira, el de la vergüenza’ –‘El de la virgüinsa,
mira’, diría esa inolvidable concursante- y esa última unidad, si se trata de
un berberecho, es una cosa tan ínfima, tan inencontrable y perdida entre el
caldillo turbio de la lata, que su sola evidencia resalta la ordinariez del
acto. El crimen del acto. La barbarie social del acto. El berberecho residual
es un golpe directo al sentido del ridículo de cada uno de nosotros y en su
forma breve, su ligero cuernecillo y el ensortijamiento un poco erótico de su
carne, parece haber un reto y un algo de sorna hacia el que se lo come. Yo
siento a veces que ese berberecho me toma el pelo y me dice: a que no te
atreves, a que no tienes huevos de venir y comerme. El berberecho, la latita de
berberechos, parece poca cosa y tiene un nombre hermoso, pero está cargada de
dificultad.
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