REAL MADRID, 3; MANCHESTER
CITY, 2. MI VERDAD.
-A ver si echan ya al
Mourinho.
Así me ponía el café esta
mañana un madridista. El hombre, que sale menos de su barra que Íker de la
portería, quintaesenciaba al pópulo merengón, que luego quedaría retratado para
los restos en la ovación de despedida a Silva, que si tuviera el don de la
expresión, que no lo tiene, podría haber mostrado la incómoda perplejidad de
ver al vecino abrazarnos al darle los buenos días. El de Arguineguín, que diría
Sauca, recibía una ovación improcedente, inmerecida, honorífica, absurda. No
hay un criterio, salvo el narcisismo, el narcisismo de masa, tipico de Chamartín,
que explique la tontería de esa salva de aplausos. Esto es el Bernabéu, decía entonces
Sanchís (que repite tópicos como se repiten las máximas en los sobres de azúcar,
como si alguien le estuviera metiendo moneditas por el cogote). Un público que
de vez en cuando necesita dar una ovación como el comer. Hoy se iba Silva y es
que lo vieron clarinete:
-Yo sé de fútbol y como yo sé
de futbol yo a usted le voy a dar la ovación que no le han dado nunca.
A Silva, que es más raro aún
que Iniesta.
También se le vio el plumero
en un instante en que apremiaron a Essien en una triangulación. Esa impaciencia
nerviosa que le entra al estadio, que parece que le está largando un pescozón
al futbolista.
El City llegaba como llegan
once tíos del Decathlon, con una camiseta de atracar un chino. A los de azul
clarito los ha retirado un jeque, que se está dejando la pasta en la Premier,
porque en la LFP no hay seguridad jurídica ni modelo de negocio para los
jeques. Dice Mancini, que va de Richard Gere pero se está quedando en
Marismeño, que en diez años son el Madrid y dan ganas de cantarle la letrilla
de que con los millones que gastan los fanfarrones se hacen las madridistas
tirabuzones, porque nosotros ya hemos visto el rise and fall de Berlusconi, con
lo que no nos vamos ahora a asustar por el City, que no llega ni a Atlético de
Manchester.
Este equipo es un parvenu en
el salón de las Copas de Europa, donde el Madrid, pese a su afición marota,
lela y populachera, es el gran aristócrata ya de vuelta de todo.
Con esto lo que quiero decir
es que había runrún de tembleque estructural y motivación europea, pero no
tanta y que el equipo va encontrando una razón de ser, un motivo.
En el Madrid salía Essien
acompañando a la pareja habitual de mediocentros. Essien es más Lass, pero
mejor.
-¡Lass, más Lass!- pedíamos
como Goethes moribundos de blandura hace unos meses y este Essien es un Lass
sedado, estable, comprensible, pero al verlo, no sé la razón, he añorado a
Lass, su fútbol candomblé. Yo hubiera hecho un equipo con Essien y Lass, que
juntos, más o menos, o juntos pero uno sobre el otro, hacen un Touré.
El jeque no es tonto y se compró
a Touré. La zancada de Pepe, que a mí me arrebata, es un paso matemático de
militar si se la compara con el zanco de Touré, que cada vez que sale de un
regate organiza un contraataque.
La zancada de Touré recuerda a
esos campeonatos infantiles (¡Brunete! ¡La brunete canterana! ¡También un Brunete
en el fanatismo canterano!) en que a los niños de diez años les echaban un
camerunés con bigote.
Touré es el LeBron del fútbol.
Qué bestia de tío. Qué animal.
Y en la puerta, Hart, que
preludiaba el chiste tuitero del A Hart’s day night cuando empezó a parar con
su aire de colega de farras del Prince Harry.
Rápida, teletípica, Silvia
Barba apuntillaba:
-Hart es canterano
¡Pero vamos a ver! ¡Todos
somos canteranos de algún sitio! ¿O es que acaso hay futbolistas apátridas,
acanteránidas, que han florecido ya en el álbum de Panini?
Lo de la cantera es como un
chovinismo absurdo y chico.
Arriba estaba Tévez, con el
cuerpo tatuado como una novela gráfica y una cara congelada de poema.
Y el Madrid con su trantrán
voluntarioso, un poco anémico, carburando un futbolcillo ameno, digno, pero sin
demasiada vibración.
DiMaría, uniendo precisión y
rapidez, cosa inaudita, con sus verticales tras mediavuelta de kamikaze que de
repente decide estrellarse contra los centrales y Cristiano, vertical en banda
como un Gento, corriendo a pasitos como una velocista japonesa, disparando a lo
Puskas, saltando percherizado cual Santillana. Pequeño compendio de figuras
antiguas para el aficionado nuevo.
En el banquillo Mou
gesticulaba y se le veía mucha nariz, poca mandíbula, repliegue dental.
Envejece y le asomaba un Robson. He visto hoy la madurez de Mou y le salía ya
el señor mayor. Cuando era el traductor del Sir Bobby estaba yendo de la mano
de su propia vejez, maravillosa estampa que se tiene cuando se acompaña al
padre.
Karanka, a su lado, fiel, con
la fidelidad del segundo al míster, y con toda la cara de pasmo de Toño, el representante
de Belén Esteban y exactamente la misma posición que dejó en Sevilla.
Y el Madrid dominaba, pero sin
llegar mucho. Se producían diagonales desesperadas de Cristiano y DiMaría.
Desmarques en diagonal, que son el individualismo sin balón. Alejadoras,
descoordinadas, desalentadoras, esas carreras hacia la grada a mí me desagradan
mucho, quizás porque tengo el vicio del juego asociativo tras tanto tiquitaca
consumido.
Hay veces en que sin saber por
qué Cristiano echa a correr como si acabase de robar un bolso. ¿Pero adónde va?
En la narración Sanchís
ponderaba la calidad. El concepto clave de todo para Sanchís es la calidad. La
calidad es la habilidad técnica y al estilo de los juegos de consola, un futbolista tiene más
o menos calidad, su depósito. El capital humano del balón. Sanchís pudo haber dejado a una novia con el argumento de
tener más calidad que ella. Yo siempre le escucho que los españoles tenemos más
calidad que el otro, como si la calidad fuera el sol y el jamón, y de esa forma
Silva tiene más calidad que Touré, pero puede que sea menos determinante, no lo
sé, el caso es que el mítico central explicaba así la ovación a Silva:
-Este público agradece la
calidad.
Y sin embargo luego está la
paradoja Arbeloa, al que por el hecho de ser poco vistoso, cada vez que hace
algo se le magnifica. De esta forma, en la segunda parte intentó un chut
balbuciente y Sauca narró a superman:
-Arbeloa… ¡Es un chut! ¡Un
disparo!¡Un centro!
Los goles del City, una contra
de Touré y una nueva jaimitada fosforita, fueron respondidas por Marcelo,
Benzemá (enorme y titularísimo) y Cristiano con tres goles de gran calidad y
perseverancia, dicho de forma clásica.
Al celebrarlo, a Cristiano le
agarró Marcelo de las cervicales con cierta timidez, quizás por el reciente
desapego, y Mou, uniformado con su traje gris, saltó al césped y parecía el de
AC/DC saltando sin la guitarra.
Sauca se desgañitaba. A
Cristiano le llovían palmadas en la espalda como a un torero y Manolo Sanchís,
maquinal y desapasionado, ensartaba tópico tras tópico, tópico tras tópico, que
pudieran valer para cualquier otro partido, como si esta noche de Champions
hubiese sido, estuviese siendo, todas las noches de Champions.