DIVA LIBERAL
-Comparezco
ante ustedes para anunciarles mi dimisión.
-Sí,
ya, eso está muy bien, pero… ¡no se vaya sin dimitir!
La
dimisión de Esperanza Aguirre la anunciaba en twitter ELPAIS de la siguiente
manera: “Aguirre, dimite”. Es decir, que en el mismo instante de dimitir le
estaban instando a hacerlo. La coma ingobernable de ElPAIS, insumisa como un
tic, tenía la perseverancia del homenaje cariñoso y toda la maravilla del
lapsus, que es un arte que doña Esperanza ha bordado siempre. Con sus meteduras
de pata permitía un mejor conocimiento de sí misma porque, al final, de un
político se acaban recordando sus errores. Entre tanta retórica, el lapsus
comunica y, fracamente, ¿quién no ha deseado alguna vez ver sufrir a un
arquitecto?
Por
rara y forzosa, la dimisión en España está desprestigiada. Tendría que existir
otra palabra para cuando alguien se va sin que le echen. Alguien, malévolo y
gracioso, dijo en la red que doña Esperanza se privatizaba.
Para
sus enemigos políticos, Aguirre tenía la inmortalidad mítica del malo de
película. Salía indemne de atentados, de accidentes aéreos, de campañas...
Salía indemne hasta de Gallardón. Y ahora que se va, no digo yo que no les haya
quedado a sus enemigos, esos que a su media sonrisa guasona le estuvieron
siempre pintando el bigote sieso de Aznar, la frustración de no haberla
derrotado. Se va aureolada, doña Esperanza. Convertida en costumbrismo de un
Madrid exponencial que empieza a desconocer el resto de España. Su
profundización en la mayoría madrileña ha sido tal que a veces parecía que su
nombre lo tomaba de la Esperanza estadística.
Todos
los taxistas, que son los Sénecas del populismo, los dueños de la política
proverbial, concisa, perezosa y escarmentada, amaban a Esperanza, pero también
la amaba el liberalismo improbable y refinado. La citaban en la barra del bar y
en el máster más pijo, porque el liberalismo en España es un taxista reumático
que no ha leído a Hayek y una élite disparatada. Esperanza ha tenido la gracia
de ser las dos cosas, anglófila y castiza, y ha inmortalizado el fracaso
socialdemócrata con la palabra mamandurria, que es lo más.
Ella
ha tenido siempre la gracia civilizada y española de la zarzuela, pero ha
querido un Madrid bilingüe (¡saliéndole a Madrid un Sherlock Holmes!)
Hace
unos años, Fabio Mcnamara se le declaró votante. La movida espectral declaraba
apta a Esperanza poniéndole una chupa de cuero; la imaginábamos musa de los
Costus, en el gran retrato integrador del pop neodesarrollista y arcoiris.
Esperanza era moderna, absolutamente moderna y la única diva de las Cortes, la
gran diva de la política española, tanto que nadie reparó en que fuera mujer.
Aguirre
ha sido la gran rupturista de la corrección política, hasta el punto de casi
haber establecido otra. Esa alternancia un poco cansina es la libertad, I
suppose. Y la alternancia empieza a ser el movimiento péndular de lo que no se
puede decir.
Y
ahora ¿qué va a ser de Tomás Gómez, que se queda como el Coyote sin el
correcaminos?
(LAGACETA,
18-IX-2012)
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