BONJOUR,
TRISTESSE
Uno
pensaba que la tristeza era Özil, los ojos de Özil en los que miran tantos
estadios intermedios. Que la tristeza madridista sería, como en esa anécdota de
Jesús Aguirre que contaba Manuel Vicent, girarse muy lentamente Mesut Özil y
ante la evidencia del antiguo amigo o de lo perdido, oir salir de sus labios
las palabras: Bonjour, tristesse. Pero no ha sido Özil de morado castilla, sino
Cristiano, con una saudade incomprensible, el que ha arrojado sobre el Madrid
algo desconocido: la incógnita de estar triste en la victoria.
Ahora
que el Madrid superaba al Barcelona, con el enorme chirrido del cambio de
ciclo, como si volcasen con estrépito invisibles estructuras de poder, ahora le
entra al club una tristeza extranjera, lusitana. Mourinho se dice insatisfecho
y Cristiano, válgame, se dice triste. Y con ello son fieles a su ánimo de
contradicción, porque se trata de una saudade nada madridista y anticíclica,
que se sustrae del triunfalismo propio del Madrid, de Roncero como un fauno rollizo
tocando el caramillo en los jardines del Txistu, del sonar de todos los pífanos
eructantes de los mesones de la algarabía madridista, ahora que de nuevo
estallaba la trompetería de la Décima.
Y
va Cristiano e invoca una tristeza, que a ver quién interviene esa tristeza,
que la tristeza es la causa fundamental de la baja misteriosa y en esto los
futbolistas son como los demás trabajadores, que si traen una baja firmada por
tristeza no hay manera.
El
deportista, el héroe, tenía la felicidad de la victoria, una felicidad
obligatoria que recibía de los dioses y esto de Cristiano, tras la liga, es
como si un atleta olímpico hubiese bajado del podio con la medalla de oro y una
depresión. Es incomprensible. A Cristiano no le correspondía exactamente la libre
disposición de su alegría, como tampoco de su pena y, sin embargo, el hombre
del muslo pindárico ejerce su penúltima rebeldía y alega una tristeza moderna,
burguesa y personal cuando creíamos que estábamos ante un héroe griego.
A
Cristiano, al que nunca vimos reir, ¿cómo vamos a poder comprenderle en su
tristeza?
¿Qué
pena es ésta de Cristiano? ¿Una forma deportiva de acedia? El avinagramiento de
lo dulce, que sería el tiquitaca, de la tristeza mundana y la envidia de
sentirse ajeno a los placeres espirituales del peloteo de Xavi, Iniesta y los
demás. En Cristiano siempre ha habido una exclusión, un apartamiento solitario
y su tristeza tiene la melancolía herida y acre del que se opone, del hereje a
perpetuidad.
Sempiterno
Mark Landers. Contestatario de recreo. Niño repelente del balón, con la
repelencia física del que retaría a todos los demás niños a la pelota.
En
su obsesión goleadora, en la concentración inaudita de energía de su fútbol, en
la progresiva concisión y verticalidad de sus jugadas, en su chut hiriente
había ya una tristeza enorme, una melancolía que no apagarían las victorias. En
todo entristecido hay una renuncia y una tácita proposición: un objeto
imperturbable de tristeza. Un amor no dicho.
(LAGACETA,
4-IX-2012)
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