TENER ESTADO (Publicado en LAGACETA el 1-V-12)
Cada poco tiempo,
algún partido nacionalista nos recuerda su aspiración de tener Estado. Esto,
que no es nada raro, empieza a sonar extraordinario. Para el nacionalista,
tener Estado es algo escatológico, en el sentido de final de los tiempos, o de
apertura a un tiempo nuevo. Ellos así son felices, van por la vida con esa
ilusión mesiánica que, oye, es algo respetable. Es como la Décima para los
madridistas. Las sociedades necesitan levantarse por las mañanas con una
ilusión. Cuando el Madrid ganó la Séptima sintió un vacío y se tuvo que
inventar la Octava. De hecho, las Copas de Europa son la escatología moderna,
sin la cual no podríamos vivir. Para el nacionalista, el Estado es como la
finca para el torero, que no para hasta tenerla y colocar allí a la familia.
Así, para el nacionalista, su “Ambiciones” particular es la soberanía. Uno mira
detenidamente a un nacionalista y ve que su afán y su desazón es no ser
soberano.
Sienten una nación,
pero habitan otro Estado. Son como esas mujeres atrapadas en el cuerpo de un
varón. La burocracia, lo oficial, a ellos les repugna porque es un aparato
administrativo que no sienten. ¿Pero acaso los que no tenemos ese conflicto
obtenemos de ello algún placer?
A estas alturas,
empeñarse en tener Estado es como empeñarse en comprar plazas de garaje como
inversión. Es una obcecación de cincuentón avaro y raro, de señor que se peina
como Anasagasti.
Cuando Pujol, que
era hombre de Estado, pues se nace para hombre de Estado como se nace para
hombre de su casa, Cataluña lo tuvo casi todo: tuvo nacionalidad, tuvo hombre
de Estado, pero le faltó el Estado mismo. Eso fue traumático y hubo que
inventar la gobernabilidad para entretener a Pujol.
Yo no veo el
nacionalismo como algo especialmente malo, ha sido lo más vivo que ha tenido la
senil Europa, la descarga de electricidad última, el priapismo terminal del
vejestorio ante el Mediterráneo.
De la tensión entre
el nacionalismo y Madrid surge una cosa maniática y exagerada, problematizada, que
yo creo que tiene que tener su expresión puramente cultural, como un complejo
que se convierte en creatividad desparramada. El nacionalismo es una fábrica de
nerviosos. Irlanda ha dado escritores, Cataluña centrocampistas y el País Vasco
a Mocedades y cocineros ¿Es necesario tener Estado para amar a la Patria? ¿Por
qué no fundan los nacionalistas un nacionalismo no estatalista? ¡Un
nacionalismo bucólico sin IRPF! El nuevo nacionalismo debe aspirar a nuevas
formas de despiadado amor al terruño.
¿Qué es un Estado?
Algo sometido a Europa, zaherido por corporaciones misteriosas, al albur del
mercado o de la prima de riesgo. Yo antes que un Estado preferiría tener una
agencia de calificación.
Me preocupan mis
conciudadanos y veo que están depositando una ilusión inhumana en alcanzar algo
que una vez alcanzado va a ser poca cosa. Una melancolía, una triste coacción.
El Estado, que para Schelling era consecuencia de la maldición que pesa sobre
el hombre, es la rara ilusión de mis vecinos.
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