martes, 29 de mayo de 2012


EUROVISIÓN

El lapsus de Pastora Soler en el que confesaba que se le había recomendado no ganar el certamen de Eurovisión ha permitido que este año lo veamos de otro modo, como si verdaderamente ningún país hubiese querido ganarlo nunca y  hubieran ido enviando lo peor que pudieran encontrar para no resultar vencedores, creando de modo involuntario un álbum de identidades nacionales de serie b.
El pop fue la primera soberanía que cedieron los estados y hay una Europa musical de dos velocidades: los de la Eurovisión paródica y los que recurren a ella con intenciones propagandísticas. Así Azerbayán, que construyó un decorado para la gala que era la fantasía delirante y Cecil B. De Mille de José Luis Moreno. Entre actuaciones soltaban un abusivo “Ven y cuéntalo” con medievalismo y arquitectura nueva de Bakú, “conjugando tradición y modernidad”.
Eurovisión ha sido el do de pecho agónico y preocupante de Engelbert Humperdinck, que casi se nos queda en el intento de alcanzar una nota; el baladismo tremebundo de la cantante albana, mezcla alucinante de Bjork y Beth de OT; el cantante serbio que afirmaba tocar 14 instrumentos (¡César Vidal de Eurovisión!) que nos mató con su pena de Perales balcánico; drama también, aunque hermoso, en el desgañitarse a lo Mónica Naranjo de Pastora, que iba guapa de griega, con su cara de sonreír con las cejas y con los dientes y su respingo de nadadora sincronizada. Pastora tiene tantos registros que su enorme boca parece que se quiere comer la copla, lo melódico y hasta el soul.
Se rozó el bochorno cuando la cantante rumana, de muy buen ver, cantó “Mandinga, Mandinga everyday” o cuando salieron las abuelas vodka de Putin.
Hubo también pop de imitación, porque Suecia ganó con una canción que sonaba a Britney Spears, Italia clonó a Amy Winehouse –esos vestidos suyos de maja neorrealista- y Estonia a un Gary Barlow de baladismo hierático.
Noruega llevó a un cantante de origen iraní –Europa y la asimilación cultural pueden ser eso: el efecto que Noruega ha tenido en las cejas depiladas de ese hombre iraní-.
Y hubo novedades escénicas: Francia llevó el concepto bailarín a un nuevo estadio, apostando por gimnastas que se dedicaban a la pirueta, mientras que los de Turquía se convertían en barca para que su cantante, marinero de Versace, bogara con reminiscencias de Odisea rosa. También estuvo brillante el cantante lituano, que cantando sobre la ceguera del amor se puso una venda, inventando el baladista invidente, de modo que ahora Bisbal puede hacer de José Feliciano si le place. Luego se quitó la venda y empezó a hacer acrobacias sin parar, como retando a Bustamante a un duelo a muerte.
Lo mejor fue la ligereza del discopop, que desembocará en el house latinorro que la Europa alegre y pobre bailará este verano. El sonido playero de la diva de Chipre o el hit bailable de los dos gemelos dorados de Irlanda, con armaduras de amor. Brillantes como euros, saltarines y eufóricos, parecían preguntarle a Europa qué quería ser, si gay o austera. 

                                                      (Publicado en LAGACETA el 29-V-12)

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