SEIS MILLONES DE
DRAMAS (Publicado en LAGACETA el 13-III-12)
Rubalcaba ha dejado
dicho que la reforma laboral viene a convertir un drama, el que había, en seis
millones de dramas. Para decir esto, claro, hay que tener una ingle como el
Canal de Suez, por mucho que lo pudiera haber dicho en la radiación electoral
de Andalucía, donde Griñán es la jeta que adopta el socialismo para diñarla, su
rostro final, que ya es desdicha, el último forajido para el vaquero tranquilo
y mansurrón, a lo James Stewart, que es Rajoy. Porque en Griñán y la ingenieria
rococó del entramado (el I+D, el Silicon Valley del chanchullo ¿o era Valencia
la nueva California?) muere un PSOE con el que hemos crecido, del que nos vamos
a acordar como nos acordamos de Pajares y Esteso. Allí, en el alba (¡el Alborán!)
del poderío de la sevillana repeinada y congresual va a perder su poder
territorial el socialismo y eso para un partido es como una evaporación. Así,
sin poder y con una tarea opositora que ni siendo Hegel, el PSOE va a dejar de
ser territorial para ser por fin verdaderamente utópico, un ente intelectual,
sentimental si acaso, un patrimonio inmaterial: la batallita gagá de Felipe y
el talento incansable de Rubalcaba para ser él mismo, para bordar al cómico de
cabaret en la sordidez de cualquier boite electoral.
Rubalcaba es la
vuelta al palabreo tras lo audiovisual que fue ZP, tras su mandarinato evax. No
tiene su solemnidad mórbida, ni la flema dominatrix de la Cospedal, que manda
como las abuelas, él deja siempre un fondo juguetón, un jugueteo conceptual,
una vuelta al batalleo dialéctico del guerrismo y ahora mismo se nos aparece
como el concursante del Pasapalabra, un hombre solo en el acribillamiento
imposible de todas las palabras que tiene la derecha:
-Con la P, palabra
que designa la situación del trabajador despedido.
-Pasopalabra.
Con su frase del
otro día ha añadido una cláusula de descuelgue a la reforma: la flexibilidad
del drama, la flexidramatización, pasar del drama nacional a los seis millones
de dramas hogareños, que cada hogar sea una unidad dramática perfecta que
observa el político, como seis millones de bolitas de mercurio tras la ruptura
del termómetro de la gran fiebre de despedir.
Contemporáneamente,
Llamazares, que evoluciona a Anguita melancólico, a moro ojeroso frente a la
barba afilada y la soberbia califal de aquél, advertía muy cenizo sobre el
suicidio del parado y así los dos, el del suicidio y el de los dramones, nos
presentaban lo que perseguirá la izquierda, que no es la revolución, ni la
mejora objetiva del obrero, sino la comprensión afectiva del parado. El
socialismo le va a poner el hombro al obrero –el nuevo obrerismo es el parado-
en una aproximación sentimental al drama, a los millones de dramas, una
solidaridad obrerista y puñialzada, pero con un kleenex en lo alto. Un paso más
en la sentimentalización hacia una forma de histerismo que tendrá que escuchar
el ciudadano:
-Un drama, desde
luego, sí señor, lo suyo es un dramón, ¡ay si al final no acaba usted
suicidándose como un sueco!
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