HIPÓTESIS LORQUIANAS (Publicado en LAGACETA el 17-II-2012)
El escritor Santiago Roncagliolo saca al mercado una novela acerca
de la supuesta relación de García Lorca con un señor rioplatense de nombre
Enrique Amorín. La novela incluiría una nueva hipótesis sobre el final del
poeta, pues el señor Amorín habría guardado sus restos en una caja blanca a
modo de homenaje.
Hay
un misterio de Lorca en su poesía, y luego hay un misterio en su muerte,
convertida ya en el equivalente español de la de J.F.K. Innumerables son las hipótesis
al respecto, a veces más que hipótesis, hipotenusas. Qué ingrato haber sido
Lorca, haber escrito la obra de Lorca, haberse pasado la vida contando versos
con los dedos, haber visitado Nueva York
antes incluso que Elvira Lindo, haber tenido que morir como murió el pobre
Federico y que la gloria, la gloria eterna y merecida tome el cuerpo de Ian
Gibson, ¡la posteridad persiguiendo a Federico con la cara de exboxeador de Ian
Gibson!
No
sabemos lo que es porque estamos obnubilados por el prestigio de los
hispanistas. Vemos en Benidorm a un señor rubio y rosado con una Guinness y una
moleskine y ya le tomamos por hispanista y nos aboriginizamos un poco. Nos
sucede incluso con Michael Robinson -¿Es hispanista Michael Robinson? ¿Dónde
termina el turista inglés y empieza el hispanista?-. Pero lo que la posteridad
le está haciendo a Lorca podemos entenderlo mejor si lo miramos así: es como si
Dylan Thomas hubiese escrito su obra y bebido ríos enteros de whisky para que
la gloria se le encarnara, qué sé yo… en Joaquín Arozamena.
Si
además al caso Lorca se van sumando nuevos historiadores, que son legión,
nuevos eruditos de lo granadino, adicionales sabihondos de lo guerracivilista,
memoriosos históricos sobrevenidos y hasta novelistas, y como sea que no dejan
de sacarle novios a Lorca, como si el pobre Lorca hubiera sido Falete -¿de
dónde sacó el tiempo, me expliquen sus biógrafos, para tanta obra y tanto
amor?-, estamos a un trís ya de que cualquier día alguien lance la hipótesis
hardcore de que a Lorca se lo comió un novio, porque si el amor es una
devoración, ¿no hubiera sido posible que el amado devoto quisiera acrecentar su
leyenda regalándole el misterio sobre su final? ¿No es al fin y al cabo poetofagia
minuciosa e implacable la que han hecho los lorquianos convirtiendo la Roma
andaluza de Lorca en un Conil democrático de gitanos tersos y picoletos
mitológicos ponemultas, lorquianos que han manoseado el verde exacto del poeta
convirtiéndolo en un gris perla? ¿No se ha ido comiendo Gibson a Lorca poco a
poco?
La
hipótesis antropófaga haría irresoluble el misterio y nos condenaría a una
eternidad de libros del irlandés.
El
recomendable libro de Roncagliolo descubre también una reunión secretísima
entre Chaplin y Picasso, como otra entrevista en Hendaya en la que estos dos
dictadores de lo genialoide quizá discutieran fundar un Nuevo Orden Artístico.
Llegados a este punto, qué dulce resulta imaginar a Lorca allí, haciendo las
veces de Serrano Súñer, vestido de oscuro como Toni Cantó.
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