UN RATO DE TELE: ACORRALADOS, UN ENTREMÉS
Acaba Acorralados, el engendro hiperrealista de telecinco. Me he perdido los últimos programas, en los que sólo podía encontrar el atractivo de escuchar a Liberto sentado en el confesionario como si fuera un conferenciante. En el pajar, Liberto se sentía Borges dictando algo a María Kodama. Hubo un día en que en un zapping le escuché citar a Gironella.
No había mucho más, porque estaba claro que Nagore y Blanca llegarían juntas a la final, pero que su amistad se resquebrajaría tras echar a Madre. La malignidad de telenovela de Madre era el elemento polarizante.
Nagore me atrae, pero me compadezco de Blanca. Mi televotto sería para ella. A Nagore, que ha sido la estrella del concurso, le quedan mil platós, tantos como quiera, porque es una polemista excelente -creo que actualmente es la única persona capaz de plantar cara a Kiko Hernández- y porque tiene el filón de su relación con Misofi y, sobre todo, con la suegra, con la que encuentro yo la verdadera tensión sexual.
La tercera en discordia iba a ser Raquel Bollo, llevada en volandas por una estrategia venenito no demasiado convincente. Al igual que Rosa, que echaba de menos ir a un restaurante, no sabemos aún qué es lo que necesita Raquel Bollo para ser feliz. Me da miedo, la verdad, unirme a una mujer y que en diez años me salga como estas dos.
Yo he seguido de cerca la evolución de Raquel Bollo como mujer y me hice Bollista, pero ahora me empieza a interesar su prima y descubro, algo decepcionado, que sus padres no tienen nada gitano. El agitanamiento de la Bollo era un fake, que se dice ahora, o un atributo que le regalaban las letras de chiquetete, letras que protagonizará ya para siempre, lo quiera o no. Musicalmente, Raquel, artísticamente, Raquel, gitanamente, Raquel, eres de Chiquetete.
Hubo aún un intento desesperado de Regina, que malmetió a Blanca de Nagore y quiso usarla como si fuera una médium. Su intento de comedura de tarro a Blanca es la más burda forma de manipulación de la historia de los realities. Un poco más y se pone a hipnotizarla.
Dos Santos igual se espatarraba, que ponía los ojos en blanco, que bailaba el baile de san vito de copacabana. Para los restos quedarán sus constantes apelaciones al voto emigrante (¿Hay sufragio extranjero en el televotto?), ahora que ya se están largando todos. Regina, no se sabe sobre qué cálculos sociológicos, quería ganar movilizando el voto subsahariano.
Blanca cansa, sí, y ha dificultado la convivencia con sus aerofagias, pero también produce pena. Su combate con Nagore es muy desigual y le han dicho demasiadas cosas que una mujer no merece escuchar. Debería ganar.
En estos momentos se desarrolla la final, pero es tarde. Al cierre de este blog se desconoce el resultado. Jorgeja ríe su risa falsa y cínica que impide la dignidad de sus concursantes, Regina le responde con unas carcajadas histriónicas y preocupantes. Todo el mundo se monda, el público sufre un poco de alipori. Jorgeja presiente la posiblidad de que Regina no se calle y su risa se hace más tensa. Yo como un rosco de vino tras otro. Acorralados ha sido un programa sin plató, sin estudio, en una casona no televisiva. Al salir, metían a los personajes en pisos de estudiantes a comer croquetas y dar saltos de hambre y regocijo. Así, sin espacio, sin verdadera intimidad no se ha podido desarrollar ninguna trama psícoafectiva y todo se ha fiado a los ataques dramáticos de dos o tres genios televisivos.
Es un formato menor y Asturias era un decorado ambulante con gaiteros y un montón de paja, como cuando era Asturias en la última planta de El corte Inglés. Allí han querido hacer una casa de Bernarda Alba, pero les ha salido rana.
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