DIA PRIMERO FUERA
DEL MAURINHISMO
Querido diario:
Hoy ha sido mi
primer día fuera del maurinhismo. Todo ha resultado complicado, nuevo, y he
caminado con la vacilación primera de los críos. Era yo sin mi certeza
postural, sin la mirada de estar de vuelta, sin la unción brillante del
agravio. Era yo, un hombre solo, asido a mi raro apetito futbolero y al apagado
madridismo que se me queda tras la victoria.
Yo, madridista
singularísimo, no podía entrar ya al Txistu a pedir un churrasco, a comulgar
con el churrasco del madridismo oficial, pero tampoco me sentía integrado,
feliz, en el maurinhismo, por más que allí habitasen articulistas admirados,
blogueros exceltentes y tuiteros dueños de la actitud chulángana.
El tuit es el
aforismo del chuleta.
La cofradía es un
sitio estupendo para vivir, pero yo necesitaba gritar mi disconformidad.
Apartarme.
No he sentido jamás
placer estético viendo al equipo de Mourinho. Su 4-2-3-1 es la mayor decepción,
la última decepción de mi devenir futbolero. Ya no me volveré a ilusionar con
heterodoxias, con un 4-3-3 de puñales sistemáticos, ni con un 5-4-1 de
delanteros robinsones esperando la llegada, provisoria, de un centro del campo
trasatlántico. Ya no, sería imposible, con la libertad destructora, primitiva,
del defensa ocupando zonas delanteras. Esa libertad trastocadora del orden dado
por la cual Pepe es devastador y libre y Ramos el soplo de energía que no tiene
el centrocampismo anémico de Alonso.
La energía del
defensa, eso quería yo.
Mourinho, entrenador
perfecto, me tuvo de su lado con pasión en el trance de semifinales del año
pasado, cuando Pepe era un exotismo, casi una herejía. Ahí sí, ahí me tuvo de
su parte (¡pluma libre de madridista que rompió el molde!), cuando hubo que
defender la razón cínica y troglodita heredada del Inter. En Pepe, en su
desmesura, en su zancada (la zancada de Pepe es la gloria no cantada del
maurinhismo), esa zancada que crece a medida que avanza, contemplaba yo el
nacimiento de un fútbol que al Madrid le empujaba desde la defensa, que le nacía
del torrente que es Pepe, pues este Madrid no era un Madrid vertebral, sino un
Madrid roto, sin centro del campo, con una defensa zumbona y un Cristiano
inconmensurable. Mi Madrid era ese, pero no entendía, sigo sin entender, qué ha
sido su centro del campo y en las últimas semanas de la competición yo casi me
sonrojaba al ver que Alonso y Khedira (nunca sé dónde le toca la h, como no sé
todavía cuál es su verdadera dimensión) parecían estorbos en el avance de los
defensas. El centro del campo del Madrid me empezaba a parecer dique de su
propia avalancha. Contención del fenómeno Pepe, de la pujanza fija de Ramos.
Para mí, el centro
del campo de Mourinho ha sido una transacción, una impostura, un trecho del
campo que Mourinho ha regalado al oficialismo, al academicismo de la pelota. El
Madrid han sido Pepe, Ramos, Marcelo y su delantera y no he comprendido qué se
proponía en ese trozoo del campo que ahora decide los campeonatos.
Yo fui mourinhista
cuando hubo que defender un fútbol distinto y a Pepe, jugador fascinante.
Y digo mourinhista, que no maurinhista, porque al igual que Maurinho es la forma degradada en que la pipa pronuncia el nombre del nuevo Helenio Herrera, el maurinhismo es la sinrazón unánime del mourinhismo.
Y digo mourinhista, que no maurinhista, porque al igual que Maurinho es la forma degradada en que la pipa pronuncia el nombre del nuevo Helenio Herrera, el maurinhismo es la sinrazón unánime del mourinhismo.
Proseguiré en mi
diario de esta deserción, pero he de irme al gimnasio. Pese a esta luz costrosa
que he de soportar, tengo la saudade portuguesa en la mirada, como una pena
íntima que no sé de dónde viene, a santo de qué porto, pero lo que tengo de
lusitano ha de acompañarse de la dotación vigorosa, fibrosa, de la carnosidad
del muslo cristianita. Ese muslo y Pepe han sido las últimas instancias de mi
mourinhismo. El triunfo del físico.
Así, el muslo, Pepe
y su locura, la comprensión de Pepe, la evidencia del músculo y el egotismo, el
impar egotismo desesperado, en eso resumo yo mi mourinhismo, que no podía estar
por más tiempo encerrado en la unanimidad del agravio y de la grada, aunque allí se encontraran ídolos y amigos.