LA PANTOJA (Publicado en LAGACETA el 03-IV-2012)
Se llegó a un punto
en España en que cuando la Pantoja y Julián Muñoz, Cachuli en el siglo, cogían
un avión para irse de vacaciones los periodistas les preguntaban si se dirigían
a algún paraiso fiscal, confundiendo la evasión fiscal con la Riviera Maya. Era
como si la corrupción fuera un lugar físico donde con pai pai y pareo los
ediles ibéricos fueran a ligar bronce y asegurar los capitales, que en esos
retiros paradisiacos se alejaban del frenesí electrónico y especulativo en que
devino el dinero moderno. El paraiso fiscal sería un gran resort donde tomar
mojitos mientras el dinero, más o menos blanqueado, que ya se sabe que el
dinero tiene una mácula original con la que no hay manera, se preservaba de la
gran devoración de la burbuja y la crisis. Al final, el paraiso fiscal era una
huída del mundo moderno y un lugar sin fiscalidad, es decir, sin políticos. El
edén, vamos.
La Pantoja está
dando el último paseíllo de coplera (marcialidad femenina y muriente de la
copla, última manera de andar de la española) y es una Mona Lisa con más pelo
que no se sabe si ríe o llora.
El mundo pantoja es
un macondo flipante de la vida nuestra. Cantora es una Mandeley a la que
volvemos siempre, un universo profundo de aparceros, chóferes y secretarias,
como una Dinastía de campo saliendo de la mente de algún novelista de un
neorrealismo fungible y rosa.
Cantora limita con
el bollerío fino y apócrifo de Encarna y el secreto sáfico del coplerío
nacional, con la corrupción política (¡tú me has comprado con dinero malayo!),
con el cancaneo rociero y su leyenda de éxtasis marianos y roneos carreteros; y
con el elenco completo de la prensa rosa y el escarnio público, es decir, con
nosotros, el vulgo, el pópulo guillotinero.
Isabel, Maribel, mi
Gitana tiene un entourage que le gravita, del que se caen personajes como
spin-offs: el hermano Agustín, de rizo perfecto, su hijo Kiko, que dice que ya
no sale, que él hace bolos, la sobrina, la Bollo y Luis Rollán, que parece un
secretario gitano de Cole Porter y junto a ellos estuvo Julián Muñoz, gran
bigote retro, protagonista de talle altísimo (vagamente toreril) de una hoguera
de las vanidades marbellí.
La Pantoja, ella
misma un caso, tiene todas las ramificaciones y las arborescencias que admite
la vida española. Hay que ser pantojólogo para saber de ella, meterse en su
mundo legendario. Ella es el clavel ensoñado del último mariquita, la dicción
señoroña del cantable español y el misterio que queda y paradójicamente resiste
a la televisión, porque cuanto más voraz es la televisión ella más se sustrae,
más cerrado parece su misterio y hasta le han tenido que hacer una faction en
telecinco, que lo real necesita de la ficción para explicar su misterio,
Tras las elecciones
andaluzas y viendo cómo se le resiste el sur a la derecha, fantasea uno con
otra alternativa al PSOE, el partido que Muñoz y la Panto nunca crearon, un
neopopulismo de faralaes y machismo urbanistico que dominara España desde el
occidente mágico de Andalucía.
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