EJEMPLARIDAD CON DESLIZ (Publicado en LAGACETA el 6-IV-2012)
Alguien en inglés ha dicho últimamente que el
problema de España no es de corrupción, sino de “incompetence”. Incompetence no
sé si es incompetencia, para lo que tenemos palabra, y que se trata de algo
individual y anterior a la crisis (“Usted es un incompetente” es una frase
ancestral), o de “falta de competitividad”, mal sin palabra en el diccionario
(¿incompetitividad?) y que remite más bien a un problema estructural.
En el énfasis público en la corrupción hay una
miopía en la que podemos trastabillarnos todos, aunque la miopía tenga el
encanto de lo difuso y de lo lejano. Cuando uno tiene miopía mira siempre como
Greta Garbo y todo parecen horizontes fabulosos y languideces de poniente, cuando
la realidad es feamente concreta. En realidad, todo nos obliga a mirarlo, todo
tiene la insidiosidad de ser mirado, y hay muy pocas cosas que admitan la
divagación de la mirada.
La pobreza, desde luego, no es una de ellas. Podemos
llegar a ser una economía éticamente perfecta y pobre, una economía de
convento.
La corrupción ha pasado de ser un grito ciudadano -ese
ciudadano que como Lola La Piconera va derramando al andar la primavera- a un
elemento retórico más del político, que la tiene siempre en boca, como la
austeridad. Antes todo era sostenible, ahora todo es austero. Integradas estas
palabras en su enorme artefacto retórico al enfatizarlas se les está haciendo
el caldo gordo.
¿Hay algo malo en hacer el caldo gordo a los
políticos? Alguien dijo que el caldo es un reponedor de conciencias ¿y acaso la
tiene el político? Él gana votos como el tenista devuelve pelotazos, por un
automatismo sin conciencia.
En el último Congreso, Rajoy reclamó rigor ético,
aunque introdujo una cláusula de sabiduría: el desliz. Éticos y austeros, pero
siempre sometidos al azar del desliz. ¿Qué sería nuestra vida sin eso? ¿Qué empresas
emprenderiamos si no lo tuviéramos a él? ¿Habría matrimonios sin la rendija
esperanzada del desliz?
El desliz es como un resbalón de la voluntad por una
cáscara de plátano que las circunstancias nos ponen delante.
Ejemplaridad con desliz, a eso vamos, pero cuando se
carga la mano en la ejemplaridad, ¿quién está determinando lo que es ejemplar?
En España se empieza a utilizar al sistema judicial como señalador de
ejemplaridades, abusando de él, dándole así un ribete político a todo lo que
sale de los tribunales. Una sentencia es un documento que extrae justicia de
los hechos a partir de la aplicación de unos procedimientos. Ahora queremos que
además la sentencia valide reputaciones e incluso mantenga o arruine
instituciones.
Y cuando un político dice que acata y respeta una
sentencia ya se está equivocando, porque parece que la está mirando desde
arriba. Acatar una sentencia es como acatar un análisis de sangre.
El justicierismo -la vulgarización de la justicia-,
es una expresión más de la pobreza, que es el verdadero problema y parece que
existe una relación estrecha entre demagogia y corrupción o, al menos, una
demagogia de la corrupción.
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